sábado, 1 de julio de 2017

 








Biografía de Jorge Enrique Chávez Celi
Sueños de Esperanza








Marco A. Rodríguez Reyes





Síntesis

Dicen que los sueños se cumplen conforme las oportunidades se presentan y son prolijamente aprovechadas. Ésta es una historia contada por quien ha tenido como único norte el trabajo y la superación permanentes y que ha querido dejar reseñada la historia de su vida para la posteridad, como un claro ejemplo a seguir para las actuales y futuras generaciones.

Es también una lección de vida de cómo es posible enfrentar las pruebas que depara el destino con valentía, con optimismo, pero por sobre todo con decisión y entereza, bajo la firme convicción de que por más arduo y tortuoso que sea el sendero es posible caminar, tropezándose y levantándose, sin perder el tesón, el coraje, la decisión indómita de ser alguien en la vida.

La tenacidad de Jorge Enrique para con los devaneos de su existencia demuestran los esfuerzos inagotables de quien, con aventura, trabajo y honradez, supo labrarse un camino a fuerza de sacrificios; formar una sólida y respetable familia; y sobre todo, ser parte del aparato productivo con gran acierto.

Así es como se podría describir, brevemente, la historia de su vida, de cómo los sueños pueden tomar impulso hasta convertirse en realidad y donde el protagonismo pasa a ser parte de la historia misma. Una historia esperanzadora que quedará como ejemplo de vida, con una importante particularidad, ha sido realizada en vida, como un justo homenaje a su protagonista; también cuenta, sin duda, la satisfacción profunda al haber podido ser el vínculo directo para que éste libro se convierta en una anhelada realidad.













Agradecimiento

Un imperecedero agradecimiento a cada uno de los miembros de la familia Chávez-Valarezo por su valioso aporte, así como su deferencia al trabajo realizado. A mis hijas, generosas críticas de ésta nueva faceta que adelantó su llegada.
















Mi especial tributo al trabajo denodado,
la honradez y la superación
de los hombres de bien.



























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Madre hay
Una sola














Sus ojos se humedecen de tristeza y los recuerdos lo  embargan de melancolía obligándolo a hacer una pausa para continuar dialogando. Es el momento en que Jorge Enrique evoca con nostalgia el doloroso instante en que conoció sobre la muerte de su madre; un hecho trascendental que lo marcaría para el resto de su vida. “Lo tengo tan claro en mi recuerdo, como si hubiera sido ayer, y ya han pasado muchos años de aquello”, sentencia con marcado dolor.

Matilde Chávez fue todo en su vida y su partida sumió en la desesperación el frágil entendimiento de un niño que apenas si empezaba a tomarle gusto a su existencia, pues no concebía el tener que enfrentar la vida, junto a sus dos hermanos, sin el amparo maternal; pero por sobre todo, su confidente, su horizonte, su vida misma no estaba más y eso le afectó, pero no truncó sus sueños, sus esperanzas.

De hecho, la aventura y el emprendimiento han sido el horizonte para tan particular familia, la de Jorge Enrique Chávez Celi, que en 1935, cuando él tenía apenas tres años de edad, emprendió viaje hasta la ciudad de Guayaquil, en busca de mejores días; sin importar los sinsabores que podía deparar un medio un tanto ajeno, casi extraño a sus costumbres, pero a tono con sus aspiraciones. Era su segunda vez, aunque sin saberlo pues, por esas cosas del destino ya antes la familia estuvo por la metrópoli; de hecho Jorge Enrique tiene como lugar de nacimiento el puerto principal, ahí recibió –como todo buen católico- las aguas bautismales para, años después, recibir la confirmación en su querida Piñas.

Aunque era otro Guayaquil al de hoy, constituía la gran ciudad que abría sus brazos como abanico a la infinidad de migrantes que llegaban de todas partes del país, reflejo del Ecuador de entonces, con sus propias y particulares características. Los años 1930 y 1940 fueron marcados por políticos populistas, surgía el nombre de José María Velasco Ibarra; y recordados por hechos trascendentales, como aquel enero de 1942, en el que Ecuador suscribe en Brasil el llamado Protocolo de Río de Janeiro ("Paz, Amistad y Límites") para terminar una guerra con el vecino país, Perú; en adelante la provincia de El Oro estaría asediada por un solapado fantasma de la guerra que nos atosigaría como región, frenando el derecho al desarrollo, por otros 65 años…pero esa es otra historia.

En su  afán por establecer las condiciones de vida más óptimas para la familia, deciden volver a la provincia de El Oro, ésta vez a Zaruma, de donde son oriundos los Chávez; sin embargo, por ésas grandes cosas que tiene el destino, mientras se trasladaban a ésta colonial ciudad, deciden hacer una parada en Piñas, donde finalmente se afincarían, una población que, para entonces, tenía un horizonte trazado y era el de la emancipación política y que, tras duros batallares, conseguiría luego su cantonización.

Aún se rememoran las pugnas entre zarumeños y piñasienses ante la insistencia de los segundos por conseguir la erección cantonal. Es fácil reseñar historias de rivalidades e iracundos encuentros entre ciudadanos de estas dos poblaciones, como también vínculos amorosos que desafiaron tan enconado rechazo y que a la postre aportaron para germinar la semilla de tolerancia entre estos pueblos hermanos. La cantonización de la altiva y denominada Orquídea de El Oro finalmente llegaría un 8 de Noviembre de 1940. Hasta la canción-himno de la provincia de El Oro tiene su parte en esta justa aspiración del pueblo de Piñas con  Carlos Rubira Infante, músico y compositor guayaquileño, autor de la letra de “Venga conozca El Oro”, pasacalle que fue escrito antes de la cantonización y por lo tanto, en un principio no aparecía en la letra y que el compositor alguna vez contó le ocasionó alguno que otro problemita. Hoy, la historia y el tiempo han corregido esta injusticia.

La ciudad, entonces, prestaba todas las condiciones para arrancar, como familia, en la búsqueda de mejores días. Piñas tiene su encanto propio, similar al de las ciudades de la parte alta de la provincia de El Oro, sus empinadas y adoquinadas avenidas le dan el toque aquel de ambiente serraniego. Es lo maravilloso de esta región dueña de un clima encantador y pródiga en actividades productivas. En Piñas, como en casi todas las poblaciones del altiplano orense, aún se respira el ambiente pueblerino matizado con ese aire de tranquilidad e impregnado del café colado, del bolón de verde con maní, del roscón, de los bizcochuelos, del manjar de leche, pero por sobre todo de la amabilidad y calidad de su gente, una cualidad que es innata entre los orenses es la hospitalidad de su gente y algunas regiones, como ésta, se la percibe más que en otras.

Si hay algo que lo llena de alegría recordar a Jorge Enrique, sin duda, es su niñez a la que la califica, sin pensarlo, como estupenda, única…lo mejor de sus recuerdos producto del amor de una madre abnegada, doña Matilde Chávez, que las hizo de sostén de la familia y pilar en el crecimiento de sus hijos: don Carlos Efraín, quien fuera conocido funcionario público y que ocupara altos cargos en la provincia, como el de Jefe Político del cantón Machala; don Jorge Enrique, el protagonista de ésta historia, un empedernido emprendedor y filántropo; y don Hernán Augusto, un ilustre ciudadano dotado de grandes atributos, todos ellos forjados con el temple del acero para poder haberse convertido en hombres de bien.

La época, la cultura y las particularidades mismas del entorno propiciaron que esta familia forje sus aspiraciones en éste sitio, lo que se complementaría con la llegada a la vida sentimental de Matilde de don Miguel Ochoa, ícono de aquellos personajes de antaño, autodidacta y con la calidad innata de buena gente. Ellos unieron sus vidas y juntos emprendieron un nuevo desafío. Para quienes vivieron en el siglo pasado y parte del mismo, es fácil evocar a quienes, unas veces en bicicleta, otras a pié, con maletín en mano y bien presentados, visitaban los domicilios prodigando cuidados médicos, aplicando inyecciones con las ya desaparecidas jeringas de vidrio, sanando enfermos y hasta extrayendo piezas dentales si ése era el caso. Gozaban de una enorme credibilidad y eran muy respetados.

Pero don Miguel era más que eso. Prodigaba atención sin mirar a quien, como cumpliendo a cabalidad el decálogo hipocrático tan venido a menos en los últimos tiempos en lo que asistencia a la salud humana se refiere. Aquí no primaba el mercantilismo, sino un verdadero afán de servicio a los necesitados, como cumpliendo un apostolado  destinado solo para los elegidos y cuando el dolor ajeno no es indiferente.

Miguel Ochoa era una especie de médico empírico, sacamuelas y hasta consejero matrimonial que nunca condicionaba su atención con la situación económica de sus pacientes que, por cierto, los compartía con otro ilustre piñasiense, don Luis Moscoso –a quien luego se le reconocería su incuestionable aporte a la comunidad al ponérsele el nombre al Hospital del cantón-, y ésta cualidad y solidaridad a la hora de atender a sus pacientes necesitados eran posteriormente recompensadas por los agradecidos marchantes que en su siguiente visita llegaban con productos de las cosechas de la temporada y hasta con exquisitas golosinas caseras, en retribución y agradecimiento a la atención dispensada.

Con Miguel, Matilde tuvo cuatro hijos más –uno falleció- y juntos se esforzaron para que la niñez de los Chávez y Ochoa sea del todo placentera. Los juguetes tradicionales como el trompo, las bolillas, balón de fútbol, triciclo, bicicleta, etc., se complementaban con vistosos y artísticos carros de madera que eran los favoritos de los niños de la época y que, por cierto, causaban una especial afición en el pequeño Jorge Enrique. Estos atractivos juguetes de madera eran motivo de especial atención no solo por la laboriosidad puesta de manifiesto, sino que también permitían soñar con llegar a tener uno de verdad; como parte de sus sueños de niño que, estaba seguro con esfuerzo, llegaría a lograrlos.

Cuánta felicidad en los niños de entonces sumergidos en las prácticas de los juegos tradicionales, ajenos a la tecnología de la modernidad; con el favor y presencia de los espacios verdes para hacer volar la imaginación junto a las cometas o tramar una travesura mientras se jugaba a las escondidas. Esto sumado al respeto a Dios y los semejantes completaban la existencia matizada de humildad en un ambiente sano, sin mayores injerencias externas. Si hay algo en lo cimenta Jorge Enrique su formación y accionar en la vida es sin duda la gran formación cristiana que profesó; de hecho se cataloga como un ser humano muy creyente, cualidad que también la inculcó a su descendencia.

Es la niñez feliz que evoca Jorge Enrique centrada en los juegos, los mimos de su madre Matilde y la generosidad de Miguel que incidían en un transcurrir de los días desinhibidos, sin preocupaciones de ninguna naturaleza, era el marco propicio para que la familia se fortalezca, se desarrolle y todo matizado por el ambiente de paz de una ciudad que siempre se caracterizó por su hospitalidad. Todo esto, así como las buenas costumbres impartidas, sin duda, influirían en la formación de este joven visionario por siempre, pero de manera especial forjaron su temple de emprendedor.

Por esas cosas de la vida, y cuando todo transcurría en aparente normalidad, inesperadamente, Matilde sufre un quebranto en su salud, y muy delicada debe ser movilizada de urgencia hasta la ciudad de Guayaquil en busca de atención médica especializada y, pese a la insistencia y los presentimientos que rondaban por su cabeza, Jorge Enrique es obligado a quedarse en Piñas junto a sus hermanos. Para ésa época, el  tortuoso viaje consistía en movilizarse en carro desde Piñas a Buenaventura; de aquí en acémila hasta Piedras y desde éste lugar en ferrocarril hasta Puerto Bolívar donde la travesía continuaba en barco.

Los viejos camiones al mando de diestros conductores que desafiaban las curvas y los barrancos, así como el invalorable aporte de los arrieros para las avanzadas en acémilas; la presencia del ferrocarril, una gran obra –hoy rescatada- del Viejo Luchador y las somnolientas, pero emocionantes, travesías por mar en barcazas como el recordado y mítico “Jambelí” y el Olmedo, pusieron siempre la tónica de aventura en los viajes hasta la Perla del Pacífico. El traslado de más de 10 horas hasta Guayaquil tenía su mayor tensión en el sector de “la travesía”, frente a la Isla Puná, donde el oleaje desafiaba el temple hasta de los más valientes.

Ni las súplicas, ni la gran afinidad que unían a madre e hijo fueron suficientes para convencer a Matilde de llevar con ella a su hijo, y Jorge Enrique, que había viajado hasta Buenaventura acompañando y tratando de convencer a toda costa a su madre durante el trayecto, debió entonces hacer el viaje de retorno con don Pancho Carrión, dueño y conductor del “Rey de la cuesta”, uno de los pocos camiones que hacían éste recorrido con pasajeros, quien aprovechó el trayecto de regreso a casa para consolar a su acongojado pasajero que no aceptaba el hecho. Era como que algo en su interior le decía que debía estar junto a tan amado ser, que no debía dejarla sola.

No pasaba los nueve años de edad cuando su madre debió movilizarse a Guayaquil por aquella inesperada enfermedad y la familia se había quedado en medio de la incertidumbre y a la espera de noticias. Mientras los días transcurrían Jorge Enrique y sus hermanos continuaban sus vidas en medio de las inquietudes propias de la niñez, bajo la atenta mirada de su abuelita materna, doña Amelia Celi, quien profesaba una profunda religiosidad; muy católica como era, jamás se permitía el atrevimiento de irse a dormir sin antes haber rezado el Santo Rosario, rutina que la hacía generalmente con la participación del entorno familiar inculcando así a todos el respeto a Dios, siempre basado en la solidaridad y la humildad.

Pero Amelia no solo era eso, también tenía como cualidad particular una bondad sin límites, de aquellos seres profundamente humanistas, muy servicial, pero por sobre todo muy querendona, que asistía al prójimo las veces que fuesen necesarias; en definitiva, de aquellas personas que nacen con vocación asistencial y que como se diría, dueña de ése ingrediente que tanta falta les hace a los actores políticos de nuestros tiempos, de siempre…el verdadero afán de servicio al prójimo sin esperar nada a cambio, sin condicionamientos de ninguna naturaleza.

Y fue justo una amiga cercana de Amelia, compañera de largas tertulias religiosas, quien llegó hasta el domicilio de los Chávez en aquel día que marcó la vida de Jorge Enrique. Ataviada con un fúnebre traje negro tuvo el encargo de avisar a la familia que Matilde había fallecido, que no resistió el tratamiento del que en búsqueda a la ciudad de Guayaquil. Jorge Enrique califica al momento como difícil de narrar, inesperado, como un sueño hecho pesadilla. El tierno entendimiento del pequeño, con apenas nueve años, no lograba asimilar cómo podían darse de este tipo de cosas. Cuando todo era felicidad y alegría Matilde debía partir para no volver.

Sus pensamientos se ofuscaron y en un arranque de despecho incontrolable pensó hasta lo peor con su existencia. El profundo dolor que adormecía su corazón se propagó al resto de los miembros de la familia. El temor y la angustia que tuvo cuando su progenitora viajó a Guayaquil se habían convertido en una terrible realidad que lo llenaba de pesar; un fulminante cáncer uterino se llevaba un ser estupendo quitándole el anhelado objetivo de ver crecer a sus hijos, las condiciones limitantes de la época, en el área de la atención médica en este tipo de casos, no permitieron prolongarle la vida como tampoco el intempestivo viaje en busca de sanación dio el resultado esperado. Una parte de su ser se iba también con quien le dio la vida misma.

Madre hay una sola y tras la muerte de Matilde vinieron entonces los días duros, en los que había que trabajar para subsistir, donde no importa la edad ni lo que se sabe, importa el temple, el coraje, la decisión y entereza para acometer en lo que sea. La lucha por la subsistencia empezaba y el espíritu aventurero salía a flote para marcar el camino hacia la superación, en busca del progreso. Era de aquellos momentos en que la unidad y solidaridad de la familia debe recurrir al aporte de todos, incluidos los más pequeños que, lamentablemente, debían truncar sus aspiraciones de estudios para incorporarse al sustento familiar, dejando así de ser una preocupación y una carga.

Era un momento difícil, sin opciones más que las de contar con alguna oportunidad de trabajo donde los buenos ejemplos heredados junto a cualidades como la honradez y responsabilidad llegarían para quedarse por siempre en la conducta y personalidad de éste joven luchador. Su abuelita Amelia y la tía Rosa Amelia, -ésta última tenía como oficio la peluquería- se esforzaron al máximo para sostener la crianza de los chicos, pero no era suficiente. Urgía poner su aporte, aquel granito de arena que era indispensable en aquellos momentos, no había otra salida.

Serían Jorge Enrique y Hernán Augusto quienes, haciendo suyos el pensamiento de Machado… ”caminante no hay camino, se hace camino al andar”, se entusiasmarían ante la primera propuesta de trabajo que tuvieron. Cosechar arroz en una chacra en el sector de Piedras fue lo primero que hallaron a mano y no titubearon. Aquí sus tiernas edades –alrededor de los doce años-  no fueron impedimento alguno para enfrentar, de igual a igual, la jornada de trabajo con duchos peones que, muchas de las veces, los doblaban en edad. Sus inicios en la actividad laboral se habían dado, era un primer paso que había que asumirlo con responsabilidad y dedicación.

Con destreza y sin vacilaciones estos arriesgados jovencitos, aún niños, cumplieron con cada una de las tareas impartidas y muchas de las veces, tras cumplir con su semana de trabajo, recibieron sus pagas con partes de las cosechas que luego eran comercializadas en las tradicionales y añoradas ferias de la parte alta. Las jornadas de trabajo, como todas las del campo –la quema del monte, el desbroce, el arado, así como la siembra, cuidado y cultivo de los productos del campo, recuerda Jorge Enrique, eran labores arduas y empezaban muy temprano, antes de que salga el sol y casi siempre con lluvia pertinaz. Así se iba formando un hombre que a punta de sudor y denodado esfuerzo forjaría un gran futuro.

El cultivo y cuidado de las chacras de arroz y maíz así como las huertas de café fueron por algún tiempo el medio de subsistencia de estos intrépidos jovencitos que habituaron sus vidas a levantarse a las cinco de la mañana, desayunar a las seis, almorzar a las 10.30 y disfrutar de una suculenta entredía a las cuatro de la tarde, una costumbre innata de la campiña piñasiense y que dotaba de energía a la gente que labraba la tierra.

Conocido es que el campo generalmente mantiene productividad por temporadas y por ende no constituye una actividad permanente, una situación que era incómoda y nada esperanzadora para quienes se habían propuesto no solo conseguir el sustento diario, sino también una puerta de salida a la superación personal y familiar; por lo que la tía Rosa Amelia propone a Jorge Enrique enseñarle el noble oficio de peluquero, una actividad que, reconoce, nunca fue de su completo agrado pero, como esos buenos estudiantes que buscan la excelencia, esmerándose mucho más en las materias que menos les gustan, se esforzó siempre por aprender bien y captar cada uno de los secretos en el arte de cortar el palo y afeitar la barba para, luego de asimilar todos los conocimientos, brindar un servicio de primera. La peluquería es uno de los más nobles oficios artesanales y que tiene la intrincada misión de mostrar lo más pulcra la apariencia de los clientes que requieren de un corte de cabello, una afeitada –o como hoy en día sofisticados cortes o un a-b-c completo en la apariencia personal-, de ahí su importancia en la vida de los pueblos.

Lejos estaba de pensar que ésta sería la actividad que le depararía importantes vivencias pues le permitió aventurarse para llevar su diestro arte a otras partes del país, como es el caso del mismo Guayaquil, donde se fue a trabajar después de haber sido, por algún tiempo, operario en varias peluquerías de Piñas, de grata recordación una en particular,   la de su inolvidable compadre Luis Jarrín quien, por cierto aún realiza uno que otro corte de manera ocasional, a sus conocidos clientes, aquellos que mantienen la tradición del peluquero de cabecera; y él, sigue vigente como resistiendo al paso inexorable del tiempo.

El ambiente era otro, la visita a la peluquería era el momento propicio, y el ambiente así lo permitía, para departir experiencias, compartir comentarios sobre la realidad local y nacional, leer los periódicos, discernir sobre fútbol, entre otras cosas. Las peluquerías de aquella época se caracterizaban por el penetrante olor a esencias con que se preparaban las muy usadas brillantinas –que impusieron estilo a una época- y colonias, fragancias especiales que se adquirían, generalmente, en el sector del tradicional y emblemático parque La Victoria de la ciudad de Guayaquil.

Es un adagio de los viejos y tradicionales peluqueros que éste noble oficio si bien no llena de riquezas, a la familia del peluquero nunca le faltará el alimento diario en la mesa del hogar, así como para solventar, de manera permanente, la crianza de los hijos. Es que la profesión es tan antigua como la humanidad misma aunque se dice que fue en la cultura egipcia en que comenzó a dársele notoriedad. En la era moderna, por el 1805 se conoce de la creación de la primera peluquería de atención a caballeros en Londres, desde entonces este vital servicio se expande por todo el mundo; Ecuador y nuestra provincia no serían la excepción.

Por ello Jorge Enrique se tomó muy en serio la actividad desde sus inicios. Antes de atender a sus primeros clientes hizo causa común del oficio y se esmeró por conocer sus secretos; entonces había que ser cuidadoso con la navaja por lo que una de las prácticas consistía en desplazarla por entre los dedos, luego de haber sido severamente afilada en la lengüeta de suela, denominada con propiedad “la correa del peluquero”, con sumo cuidado y evitando cortarse. Así se perdía el miedo pero, por sobre todo, se salvaba el pellejo de los clientes. Las respetadas navajas de acero, que pendían de uno de los costados de los tradicionales y reclinables sillones de peluqueros o del mismo mostrador, hoy han sido reemplazadas por una herramienta portacuchillas cambiables que dejaron en el olvido el sigiloso sonido que emitían al deslizarse por el afilador de cuero.

No faltaron los acomedidos que se prestaron para la práctica del debutante y terminaron con cortes de cabello para la risa, literalmente trasquilados, pero todo eso sirvió para compenetrarse con esta nueva actividad que, a priori, marcaría un nuevo rumbo en la vida de Jorge Enrique. Ésta trascendental parte de su inclusión laboral como diestro de la tijera y la navaja tiene como relevancia que, en gran medida, su naciente clientela fue recomendada por la hacendosa tía Rosa Amelia que gentilmente cedía trabajo al peluquero en formación y que permanentemente enviaba parte de sus clientes, que a la postre pasarían a ser de su joven sobrino.

Aquí destaca el gran don de gentes de Lucho Jarrín, cuando se dio el inmejorable momento en que le correspondió ir a este taller a trabajar en calidad de operario. Con Don Lucho, quien luego sería el compadre de toda la vida de Jorge Enrique, no solo fueron colegas de oficio, fueron grandes amigos y califica a ésta amistad de valedera por donde se la mire, considerando la calidad de persona de éste gran maestro de la peluquería que lo impulsó a seguir hacia adelante, inculcándole a no retroceder en su andar, más que para tomar impulso.

Habiendo adquirido práctica con las tijeras y la navaja y por ende un toque de prestigio en su trabajo, el espíritu aventurero de Jorge Enrique vuelve a ponerse de manifiesto y decide ampliar horizontes con un nuevo viaje hasta el puerto principal, un nuevo encuentro con el gran Guayaquil, donde debería contactar con su querido hermano Carlos Efraín, quien había tomado rumbo anticipado por esos lares. Nuevamente el emprendimiento y la aventura salen a flote en este arriesgado joven que nunca tuvo el más mínimo temor al fracaso, siempre optimista de cada paso que daba y el camino apenas empezaba.

Aunque era muy joven y aún no cumplía la mayoría de edad, a su llegada a la gran ciudad tuvo la suerte de encontrar trabajo como operario en una peluquería de propiedad de otro joven peluquero que, al verlo dar sus primeros cortes de cabello y afeitadas, le ofreció todos sus conocimientos y prematura experiencia para forjarlo en ésta práctica; sus virtudes y cualidades se habían puesto de manifiesto y eso empezó a abrirle puertas. Y no defraudó, hacendoso y empeñoso como era, se esforzó al máximo por cumplir no solo al pié de la letra con los consejos que sobre cortes y afeitadas les eran trasmitidos, sino que estaba al tanto de las necesidades propias del taller, cuyo jefe y propietario supo reconocer estas manifestaciones de trabajo. Jorge Enrique recuerda que el jefe era estricto al extremo, de manera particular  para con su corte de cabello personal, tarea que terminó dándosela a la novel estrella del taller.

Transcurrieron varios meses de permanencia en la ciudad puerto hasta que el recuerdo de la familia, su cariño por el hogar lo hacen meditar, por lo decide volver a su querida Piñas, junto a sus seres queridos. Siempre recuerda y pone énfasis al hacerlo, su espíritu aventurero, ávido de trabajo, pero por sobre todo muy ahorrativo. En alguna ocasión, y siendo muy joven, Matilde, su idolatrada madre, recompensó sus buenas acciones con la entrega de veinte centavos que, gracias a la diosa fortuna que llegó acompañada de los clásicos ruleteros de feria, los convirtió en cuarenta centavos del desaparecido Sucre que inmediatamente procedió a entregárselos a su progenitora para que se los guardara. Ella, mirándolo tiernamente presagió: “vas a ser muy bueno para el ahorro y te felicito. Sigue así que llegarás muy lejos”.

Estando en esta ciudad se enamora de la que sería su compañera de toda la vida, Elvita Valarezo, la quinta de siete hermanos, a quien conoció siendo ésta muy joven, “frisaba los 17 años y trabajaba en un clínica odontológica frente a la peluquería”, evoca ella nostálgica y denotando ése sentimiento filial para su amor de siempre. Sin embargo ésta historia de amor tiene su especial antecedente debido a que Jorge Enrique estaba reponiéndose de la reciente ruptura de un noviazgo, de varios años, cuya pareja para entonces  había condicionado la vigencia de la relación con propuesta de matrimonio de inmediato, caso contrario ella se casaría con otro pretendiente que de un tiempo a la época la había estado asediando y que, por cierto, era algo mayorcito; advertencia que finalmente terminó cumpliéndola, por lo que Jorge Enrique se había quedado, sentimentalmente, solo.

Los padres de Elvita, Don Querubín y doña Celina eran pilares de una respetable familia oriunda del hoy cantón Atahualpa, cuya cabecera cantonal es Paccha, otra población muy típica de la región, predominantemente ganadera. Don Querubín fue un conocido arriero y guía de camino, muy querido y conocer por hacer esta tarea tan necesaria cuando el progreso y la presencia de las carreteras aún les eran indiferentes al sector de la parte alta de la provincia de El Oro. Los pacchenses son también conocidos con el apelativo de “brujos” en virtud a ésa característica propia de los ecuatorianos de jugar con los apodos y sobrenombres a las regiones, a su gente.

“Ella me embrujó con sus encantos, con su ternura”, asegura mientras sus ojos reflejan ése destello propio de las miradas de enamorados que han logrado subsistir por más de seis décadas de convivencia matrimonial. Por ello Jorge Enrique dice haber hecho lo correcto al fijarse, como un flechazo a primera vista, en Elvita, a quien conoció gracias a un primo de ésta, Alberto Valarezo, que los presentó y a quien de buenas a primeras lo reconoció también como primo ante la grata impresión de éste primer encuentro. Y no solo que lo hizo primo político, el destino forjaría esta gran amistad también el plano político, porque también fueron concejales que, por esos devaneos de la vida, les tocó asumir este compromiso con la comunidad de Piñas  años más tarde.

Y es que el servicio a la comunidad también ha sido una de sus cualidades, que a futuro le depararía grandes satisfacciones, como cuando, más adelante, Jumón, una rústica población santarroseña, se quedaría para siempre en su corazón, toda vez que los parroquianos lo adoptarían como a su hijo predilecto, merced a una serie de acciones que, de manera desinteresada y desprendida cumpliera, y sigue cumpliendo, por el lapso de muchos años y que con justicia y de manera oportuna le han sido merecidamente reconocidas.

Compañeros de bohemia y estimación recíproca, Alberto y Jorge Enrique, en una de aquellas jornadas en que la amistad y hermandad se ponen de manifiesto, habrían proclamado un pacto de verdaderos caballeros, el de ser los padrinos de matrimonio de uno y otro y como; y, al parecer ya había un compromiso en camino, entonces Alberto sería el fijo padrino para este matrimonio que se mostraba a puertas, porque así le nacía, un sentimiento tan puro que no lograba otra explicación más que había encontrado al amor de su vida, la que sería su compañera para el resto de su vida.

La atracción hacia Elvita se mantendría y crecería con el transcurrir de los días, y a priori vendrían luego repentinos abordajes a la salida del trabajo donde, entre sobresaltos, lograban intercambiar una que otra palabra, compartir ocurrencias o delatadoras sonrisas de aceptación, hasta que en una noche marcada por el romanticismo, cobijados por la luz de luna, en un ambiente de frescura nocturna, él llegó hasta la acera del domicilio de su amada junto a su trío de músicos para cantarle sobre el sentimiento que guardaba para ella en su corazón. Muy tradicionales eran para entonces las serenatas bajo el balcón, en una época marcada por la galantanería y Jorge Enrique sabía también expresar sus emociones a través de la música de muy buena manera.

El arriesgado Romeo, hábil como era con la guitarra, había convocado, con la debida antelación, a los miembros de su grupo: Alberto Valarezo, Miguel Ramírez y Milton Silva y juntos cantaron y recordaron temas de Los Panchos, formidable trío mexicano surgido en la década de los 40. Canciones como Historia de un amor, Sabor a mí, Sin un amor, complementadas con el inmortal valse Alma, corazón y vida formaron parte del repertorio que confirmaría las sanas intenciones de Jorge Enrique para con Elvita: Ella quedó, como no podía ser de otra manera, quedó cautivada por tan especial deferencia; Jorge Enrique, junto a su grupo de músicos, investidos como estaban de su espíritu bohemio alargaron la jornada hasta juntos ver rayar la aurora extasiados en los fríos amaneceres piñasienses.

“…Alma para conquistarte, corazón para quererte y vida para vivirla junto a ti..” fue la canción plato fuerte de la noche y por ende el mensaje central de la serenata y así lo asumió él, porque en el mismo día, horas más tarde, tras reponerse de la larga jornada bohemia, se acercó hasta el domicilio de los padres de la joven amada. Ahí fue recibido por doña Celina, la madre de Elvita a quién le expresó: “señora, quiero decirle con todo respeto que hasta hoy trabaja su hija, porque me voy a casar con ella”, ante la mirada atónita y emocionada de la pretendida que asombrada esperaba la reacción de su progenitora quien se limitó a decir: “Vaya hijita, parece apareció quién ha decidido lo que va a ser tu futuro”. Tres meses duró este corto y bien centrado noviazgo y tal como lo hiciera con los votos matrimoniales Jorge Enrique y Elvita unieron sus vidas para amarse y protegerse mutuamente por el resto de sus vidas.

Ella, desde entonces, ha sido su compañera, su amiga, su confidente y como él mismo lo afirma con convicción… su mano derecha. Juntos iniciaron un largo trajinar, asimilando buenos y malos momentos, sobrellevando inconvenientes normales como en todo matrimonio; pero por sobre todo con la seguridad de que donde hay amor verdadero el perdón tiene su real valor, si se lo expresa con sinceridad. “Como en todo hogar han existido desaveniencias y uno que otro problema, pero hemos sabido sobrellevarlos con amor, y por sobre todo con tolerancia”, afirma Elvita, segura de haber hecho su mejor elección como mujer.

Si se ama de verdad se perdona por completo, pero enmendando procederes; así lo cree con firmeza, con ésa certeza propia de las matronas dueñas de toda una experiencia adquirida con lo vivido y al haber procreado nueve hijos –ocho de ellos viven-: Gladys, Miriam, Mirna, Jorge, Hernán, David, Fausto y Vinicio. Una numerosa familia de la que se sienten tan orgullosos por lo que es hoy, cuando ya han hecho sus vidas y reflejan el cuidado y amor que siempre prodigaron sus padres.

“Han sido tantos y tan seguidos que siempre me mantenían ocupada porque...  o estaba embarazada… o tenía tarea con niño en brazos”, recuerda con gracia Elvita tras confirmar que a todos sus hijos los crió y los ha querido por igual y como tales todos significan un verdadero orgullo para estos querendones padres que han sido guía y ejemplo no solo para su prole, lo son tanto para sus hijos como para las generaciones posteriores que siguen con respeto y admiración cada uno de los consejos y acciones de tan experimentada pareja.

Juntos estuvieron en todo emprendimiento, y Elvita estaba presta a ayudar, ya sea cuando tuvieron un taller de alquiler de bicicletas donde la muchachada frecuentaba el local para sentir el viento sobre sus rostros al maniobrar a estos frágiles vehículos; o cuando Jorge Enrique incursionó en otra de las actividades que le deparó enormes satisfacciones, la fotografía. Ella ayudaba en el revelado y en la enfundada de las fotos ya elaboradas. Recuerda, aún emocionada, el viaje hasta Guayaquil, en barco, para comprar las bicicletas de medio uso. “Me la pasé mirando la inmensidad del mar durante toda la travesía, sin poder dormir era una mezcla de emoción y preocupación”.

Y su preocupación, mezcla de ansiedad y angustia se sustentaba por la peligrosidad propia de la travesía que tuvo su nefasto acontecimiento la Navidad del año 1973, cuando la motonave Jambelí, que cubría la ruta Guayaquil-Puerto Bolívar-Guayaquil, ante la carencia de una aceptable vía terrestre, atiborrada de pasajeros y carga, naufragó a la altura de Punta Española, debido al exceso de peso y la presencia de un fuerte oleaje, característico de la zona. Buzos de la Armada rescataron una cuatrocientas víctimas en la que ha sido considerada como la tragedia más dolorosa de la historia naviera del país.

Ésta, y otras preocupaciones nunca fueron impedimento para que Elvita sume esfuerzo en los afanes de emprendimiento de su marido. Así, se confirma una vez más aquello de que, detrás de un gran hombre hay una gran mujer, por ello tras más de 60 años de matrimonio, esta pareja logró encontrar la fórmula para mantenerse enamorados como desde el primer día… como siempre, porque éste sagrado compromiso ha sido llevado con mucho cariño, con mucho amor, no en balde coinciden en que lo mejor de lo vivido, durante todo este tiempo transcurrido juntos, ha sido haberse conocido y haber sido bendecidos con la llegada de cada uno de sus adorados hijos.

El cuidado y abnegación por su pareja, que siempre resultó ser recíproco, alguna vez se puso de manifiesto cuando Jorge Enrique, ya afincado en Santa Rosa, regresó una tarde de la camaronera y decidió tomar un descanso reparador. Intempestivamente se despertó con un agudo dolor de pecho que no le prestó mayor importancia; sin embargo, el sexto sentido de su mujer lo convenció que debía movilizarse hasta la ciudad de Guayaquil, donde sus hijas Gladys y Miriam viven y ejercen la profesión de médicos. Los exámenes clínicos y la decisión del cardiólogo fue tajante… debía internarse de manera urgente porque su vida corría serio peligro, más allá de la tranquilidad que aparentaba el paciente los exámenes prodigados recomendaban atención especializada.

El caso ameritó su posterior traslado hasta los Estados Unidos, donde un eminente cardiólogo junto a un completo equipo de cirujanos procedieron a colocarle tres by pass en su corazón, lo que le ha permitido subsistir y continuar con sus actividades productivas rutinarias; fortaleciendo este noble órgano que ha sido todo generosidad y abnegación no solo con sus seres queridos sino, también, donde las circunstancias así lo han ameritado. Desde la delicada operación a la fecha han transcurrido más de veinte años y, aunque por precaución debe asistir a controles regulares, goza de tan buena salud corporal como espiritual.











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Trabajo y superación
en los hombres de bien
















Como todo oficio, el de la peluquería depara muchas satisfacciones y alegrías e inclusive sorpresas y angustias; lo primero son parte de los estímulos para seguir en el camino, lo segundo son los famosos gajes del oficio, como la historia contada de aquel peluquero paraguayo que, en cierta ocasión, en plena dictadura de Alfredo Strossner, se dio un incidente con un Ministro del régimen. Siendo un empeñoso operario el joven peluquero recibió la orden de atender al Secretario de Estado, cuando llegó la autoridad le preguntó ¿qué corte desea señor?, a lo que el funcionario respondió: “elija usted”. Asustado como estaba, el pobre no sabía qué corte hacer, por lo que terminó pelándolo a mate. Gracias a Dios y para suerte del peluquero guaraní, la cosa no pasó a mayores, pero vaya que si fue una experiencia poco alentadora dadas las condiciones de la época y la inexperiencia del peluquero. Jorge Enrique, ya acá en nuestro medio, no debió pasar por apuros de ésa naturaleza pero sí tuvo muchas vivencias y otras tantas satisfacciones en el cumplimiento de su remunerada actividad.

De Piñas llevó su profesión de peluquero a Machala, la eterna ciudad del amor y la esperanza, como le cantaría el inmortal poeta salitroso Kléber Franco Cruz y que a mediados del siglo pasado se mostraba productiva como siempre, pero muy relegada del desarrollo. Aquí conoció al ya desaparecido maestro José Terán, uno de los grandes cultores del oficio de la peluquería en ésta región. Nombrado por muchos, con sobra de méritos, maestro de maestros. Muy pocos peluqueros no tuvieron la suerte de hacer sus primeros pinitos en el oficio y aprender en su taller que, por décadas, estuvo ubicado en el sector de las calles Rocafuerte y Juan Montalvo, en pleno centro de la gran ciudad de las verdes palmeras. Muy recordados, junto al de Terán, también son los nombre de maestros peluqueros como Escudero, Bailón, Elizalde, los hermanos Feijóo (Ubiticio y José), Nagua, entre otros que hicieron toda una época en el arte de los cortes y las afeitadas en ésta parte del país teniendo cada uno sus características y estilos propios.

El aire salitroso de la brisa del mar, proveniente del entonces altamente productivo Puerto de Bolívar, el olor a madera impregnado de diesel y el bullicio de una ciudad en crecimiento eran los componentes del ambiente que encontró Jorge Enrique a su arribo a la capital de la provincia, muy seguro que abriría nuevos horizontes y que sus condiciones de vida, aún no del todo satisfechas, mejorarían ostensiblemente. El taller del maestro Terán, para entonces y por muchos años, fue paso obligado de conocidas personalidades de la ciudad, de padres de familia que de la mano con sus hijos llegaban para lograr mantener un cabello impecable, con un corte “digno de ver” y que se preciaba de mantener una nutrida y exigente clientela, por lo que el trabajo, se daba por descontado, no escasearía.

Trabajador incansable, Jorge Enrique lograba, haciendo un notable esfuerzo, ganar entre 100 y 120 sucres semanales en el taller de Terán, de aquí tomaba lo mínimo, lo necesario, y el resto entregaba al maestro para que se lo guardara, cumpliendo así el presagio que alguna vez le hiciera su siempre recordada madre en torno a ésa especial inclinación por el ahorro que le nacía, que lo comprometía a esforzarse cada vez más para ser mejor, para superarse… para crecer en lo económico, pues había ya que empezar a pensar en la familia que también crecía y porque estaba seguro que era la única manera de mantener vigentes sus posibilidad de superación personal y familiar.

Y así lo hizo, más allá de que, como él mismo habría reconocido, el oficio no le era del todo afín, su esmero por ser mejor le valió gran clientela, de manera especial entre la muchachada, que prefería sus cortes de cabello al del mismísimo maestro Terán; algo que le preocupaba un poco por el celo laboral, pero ni modo, eran las circunstancias propias de un trabajo donde priman los gustos de los clientes y donde los peluqueros hacen gala del refrán: “sobre gustos y colores no discuten los doctores”. Claro, es muy común que las personas se habitúen con quien cortó o afeitó una vez y gustó; entonces se vuelve un asiduo cliente de determinada peluquería; pero lo que es más aún, se busca al peluquero, y ésa atenuante incluye que hay que hacerlo vaya donde vaya.

Ésta oportuna abundancia de trabajo le permitió ahorrar algunos sucres, con lo que  a su vez pudo adquirir un quiosco de madera –aquellos de puertas de hojas desmontables muy comunes en la Machala antigua-, aunque pequeño pero que le permitiría instalar su propio taller de peluquería, una aspiración que la había forjando de a poquito, de la que nunca se había olvidado ni desechado; pues antes de esto ya había conseguido el financiamiento de todas las herramientas y accesorios para su local, lo que le complacía mucho; y de alguna manera saldría del bache emotivo en que se encontraba  su acongojado corazón pues pocos meses antes se había producido el repentino y doloroso fallecimiento de su compañero de aventuras, de afanes de emprendimiento, su querido hermano Hernán. Con él había aprendido y practicado los valores de honradez y responsabilidad en cada uno de los momentos y circunstancias que les tocó compartir. Ël no estaba más y por su bienestar, y en su memoria, no quedaba otra que transitar con su legado, con su ejemplo.

Justo, un viejo conocido de su desaparecido hermano, que las hacía de inspector de Malaria, le ofrecería una plaza en dicha institución para trabajar por el lapso de dos meses, tiempo que duraba el contrato y que pagaba 600 sucres mensuales más la provisión de la indumentaria. Una oportunidad nada despreciable que se presentaba y que su natural forma de enfrentar retos en la vida hizo que accediera de inmediato y así recorrió varios de los cantones orenses, cumpliendo las tareas que les fueron encomendadas, muchas de las  veces en medio de un clima inclemente, pero siempre con el mismo espíritu de entrega y sacrificio.

Aunque se dice que eran otros tiempos y que los inviernos de antaño eran mucho más temidos que los de tiempos contemporáneos, en una región tropical como la nuestra llegaban siempre acompañados de plagas como la de los mosquitos y había que combatirlas con campañas, tanto de prevención como de eliminación de los focos de propagación y así evitar enfermedades tan temidas como el Paludismo que, por épocas, asolaba a las poblaciones del litoral ecuatoriano.

Es así como consigue financiar sus herramientas, gracias al sueldo que percibía y del que ahorraba mucho; adquirió los instrumentos necesarios para poder recibir a su clientela, la que ya había logrado durante la práctica del oficio y la que esperaba aumentar gracias a su empeño en el trabajo, bajo la certeza de que esto era lo que le iba a permitir mejorar las condiciones de vida y que por el momento no eran las mejores. Tuvo el cuidado de poder contar con cada una de las herramientas que iba a utilizar en su nuevo taller y ya como maestro del mismo, nada debía faltar y por lo pronto el entusiasmo estaba en primer plano.

Culminó el tiempo de contrato en Malaria y Jorge Enrique procede a abrir las puertas de su quiosco-peluquería en el sector de las calles 25 de Junio (antes 9 de Octubre) y Tarqui frente a la gasolinera de “los Laniado”, que aún mantiene servicio en pleno centro de la urbe, pero como es cierto aquello de que “cuando el pobre saca la ropa, ése día llueve”; mientras procedía a acondicionar el lugar donde iba a quedar instalado el frágil inmueble hizo acto de presencia un inspector de salud que, prevalido de tono autoritario, inquirió explicación sobre lo que pasaba y pasar a procedió de inmediato a exigir la presentación del respectivo permiso de funcionamiento.

Extrañado, porque no conocía de tal requisito, reaccionó con el ímpetu de un joven que estaba ávido de trabajo, de superación; y ante la exigencia de “¿y el permiso, dónde está!”, respondió “¡Y usted quién diablos es!”. La autoridad entonces se presentó como Inspector Provincial de Salud y como tal exigía la presentación del permiso que avala el funcionamiento del quiosco, conforme manda la Ley. Por suerte, uno de los acompañantes del Inspector, conocido de Jorge Enrique, logró caldear los ánimos y detalló el procedimiento a seguir para que todo marche en regla, trámite que lo hizo a primera hora del día siguiente y donde además aprovechó para disculparse con la autoridad que, dejando su enojo tras el escritorio, aceptó las disculpas y dispuso la entrega del permiso que permitía el funcionamiento del quiosco y por ende podía cumplir con la actividad para la que se lo solicitaba, la peluquería.

Pero este detalle no fue suficiente, aún faltaba conseguir el permiso de la patente municipal, una misión cuesta arriba dado el desconocimiento del medio. “Como no tenía conocidos en el municipio había que buscar alguna forma de obtener el obligado requisito”, recuerda; y tras barajar varias alternativas no le quedó más remedio que proceder que hacer uso de todos los mecanismos existentes en su afán de lograr obtener los documentos necesarios que le permitan poner en marcha su naciente negocio. NO había tiempo que perder.

Y pudo así por fin iniciar, de manera formal y legal, su actividad en negocio propio, sin rendirle cuentas a nadie, más que compartir sus logros y tristezas con su mujer. Ella fue justamente la receptora de su profunda preocupación cuando ya habían transcurrido unos 15 días de la apertura de la peluquería y los clientes brillaban por su ausencia; la situación ya se tornaba desesperante, mucho más considerando que la familia empezaba a crecer, no se lograba explicar cómo, después de haber tenido una apreciable y permanente clientela ésta aún no llegaba pese a que, esporádicamente, había comunicado de sus intensiones de abrirse campo por cuenta propia.

Pero, como no hay mal que dure cien años.. ni cuerpo que lo resista, de repente comenzó a llegar cualquier cantidad de clientela, aquella que ya había logrado, cuando era operario, merced a sus grandes atributos como maestro en la rama de la peluquería, y de los buenos, de los más solicitados. Bastó con que haya llegado el primero, el segundo, el tercero y éstos se encargaron de esparcir la noticia de que Jorge Enrique Chávez estaba atendiendo en nuevo y propio establecimiento y en pleno centro de Machala. El pequeño local se abarrotaba de clientela y antes que fatigarlo, esto lo motivaba, lo entusiasmaba porque había que aprovechar los tiempos de bonanza en la actividad.

Las jornadas de trabajo, dada la demanda que tuvo, empezaban desde tempranas horas de la mañana hasta pasadas las 10 de la noche, de lunes a domingo, laborando con gran esmero, y cobijado en el permanente agradecimiento al Creador por la oportunidad de ganarse el pan de cada día. El Machala de aquella época se mostraba con las características propias de las poblaciones costeñas de mediados del siglo con casi la totalidad de sus calles polvorientas y sus construcciones de caña o madera guayacán. Las pocas horas de descanso las compartía con doña Elvita que, para entonces, se encontraba en estado de gestación  y habitando, durante un corto tiempo, con un familiar cercano, -las condiciones laborales no daban para más y había que arroparse hasta donde daba la sábana- pero fue por poco tiempo ya que, con responsabilidad y esfuerzo; pero gracias a que su clientela había vuelto, lograron conseguir instalarse en una vivienda tan humilde como acogedora que brindaba la independencia necesaria para el joven matrimonio.

Éste, su primer hogar, seguramente no era pródigo en comodidad y lujos pero sin duda era confortable y muy íntimo. Sus paredes y hasta el piso eran de caña guadúa, de aquellas viviendas, de aparente fragilidad, pero construidas para resistir el inclemente clima de la costa, con una particularidad, ésta tenía el techo de paja y recuerda que estaba situada frente al estadio Nueve de Mayo, en la avenida Las Palmeras. Ahí fue su nido de amor en Machala por el lapso de dos meses; por lo pronto ya se había dado el primer gran paso de ser un matrimonio independiente lo que les permitiría en adelante en ir pensando en mejorar las condiciones de habitabilidad en un esfuerzo conjunto, pensando en función de familia.

Aquí se da un hecho particular en ésta singular pareja, Jorge Enrique comenta que cuando salió de Piñas, rumbo a Machala, solo dijo que visitarían con su mujer a un familiar, pero la verdad es que siempre pensaron en probar suerte en la capital de la provincia de El Oro sin haber comentado de tal decisión a la familia –de manera particular a los padres de Elvita-; por lo que inesperadamente un día se apareció en el taller de la peluquería doña Celina, la madre de Elvita; como era de esperarse, la visita fue toda un suceso y, tras el saludo y los primeros diálogos con su yerno, juntos se trasladaron hasta la vivienda de la joven pareja para que la sorpresa sea del todo completa.

Mientras tanto, y sin saber lo que pasaba a unos cuantos metros, en su modesta casa, Elvita cumplía con sus tareas cotidianas, como la de mejorar el interior de la vivienda forrando las paredes hechas de caña picada con las páginas de periódicos usados, y así apaciguar las frías noches de verano en la costa y frenar, a su vez, el ímpetu de los mosquitos que se acentuaba en época invernal. Entonces escuchó con cierta curiosidad y atención un peculiar silbido similar al que usaba su madre cuando la llamaba siendo pequeña, pero consideró que eso era algo imposible pues la hacía muy lejos, en su siempre recordada tierra.

Grande fue su sorpresa al percatarse que era su propia madre la que se acercaba a la vivienda llamándola con aquel añorado sonido de viento con el que cientos de veces la llamó cuando compartió tiempos hogareños en los primeros años de su vida. De inmediato, su mente voló y recordó parte de su niñez y adolescencia, cuando los días transcurrían junto a su familia, todo esto mientras se fundían en un prolongado abrazo en medio de sollozos y lágrimas de alegría por tan inesperado encuentro. Hubo tiempo para conversar de los planes de familia, de las vivencias del joven matrimonio, de sus sueños, de sus esperanzas.

Tras una inolvidable y placentera visita de tres días, Celina regresa a Piñas para cederle el turno a Querubín, su marido, quien, a las dos semanas de la primera sorpresa da otra a Elvita al visitarla también en Machala, esta vez llegaría con una propuesta en firme para Jorge Enrique,  que retorne a trabajar nuevamente en Piñas, ahora con mucha más razón pues ya tenía su propio taller. Para el efecto, el optimista suegro propuso la posibilidad de poder acceder a un terreno estratégicamente ubicado y de inmejorables características en la cabecera cantonal, en un sector que se mostraba por demás idóneo, pero por sobre todo accesible, para colocar un quiosco de las mismas características al que poseía.

Claro, las condiciones no eran las mejores para movilizar al que hacía poco tiempo había  comprado en Machala, por lo que no le quedó otra alternativa que ponerlo a remate y en menos de quince días se vendió por la nada despreciable suma de 2.600 sucres –una importante cifra para la época-. Ya con el dinero en mano retornó otra vez a Piñas, compró un nuevo quiosco, hizo suyo el solar que había sido municipal, y se instaló en un nuevo taller, convencido como ya estaba que en ésta actividad existe una certeza y que es muy confirmada por los propios peluqueros; si bien la peluquería no proporciona fortunas, permite sin embargo alimentar bien a la familia; esto, de alguna manera, lo llenaba de orgullo y regocijo a Jorge Enrique, toda vez que podía cumplir con su obligación y responsabilidad como padre de familia, pues jamás faltó el alimento en la mesa para  su mujer y sus hijos.

Sin embargo de aquello, no lo era todo, había que buscar nuevas alternativas que permitieran mejorar los ingresos. El espíritu emprendedor y de permanente superación no decaía, al contrario crecía con el transcurrir de los años y muchas noches cayó en el desvelo pensando una y mil formas de forjarse una nueva actividad aprovechando las condiciones reinantes: su juventud e inclaudicable afán por mejorar su estándar de vida. En una ocasión que ojeaba una revista, a la espera de la clientela, se encuentra con algo que cambiaría su ritmo de existencia. Para entonces, y durante mucho tiempo, en algunas revistas y folletos se promocionaba, a través de avisos clasificados, cursos de inglés, dibujo, fotografía, mecánica automotriz, técnicas en refrigeración, entre otros y que eran dictados por correspondencia a través de las escuelas de enseñanza a distancia Modern School-Continental Schools, con sede en Buenos Aires, Argentina.

Hoy, se sabe, dichos cursos están fuera de circulación y por ende ya son imposibles de conseguir, apenas si consta una cuenta en facebook que hace relación a un club de amigos y simpatizantes de Modern Schools, muchos de ellos forjaron nuevas fuentes de trabajo y frentes productivos en actividades muy rentables luego de haberse capacitado en estos interesantes e instructivos cursos, que aportaron, y mucho, al fortalecimiento de las profesiones técnicas dadas las facilidades en el aprendizaje de las mismas. Todo dependía del empeño del alumno participante y su deseo de superación. Fotógrafos, dibujantes, mecánicos,  técnicos industriales y hasta lingüistas forjaron su futuro merced a que apostaron por autoprepararse en el afán de lograr un mejor nivel de vida. Jorge Enrique encasillaba en forma perfecta en esto que constituía una inmejorable oportunidad de incrementar los ingresos.

Era además una novedosa forma de adentrarse en el conocimiento de actividades técnicas, con enseñanzas fáciles de asimilar y que en personas ávidas de conocimiento, como Jorge Enrique, que se mostró interesado desde un comienzo por incrementar conocimientos supliendo así ésa necesidad de estudio que no pudo suplir dada la imperiosa necesidad de tener que trabajar a corta edad para aportar al sostenimiento de la familia; pero era algo que no lo inmutaba, al contrario lo complacía, seguro de que nunca es tarde para prepararse, para superarse.

Y por qué no, era también una nueva oportunidad de abrirse campo en otra actividad productiva, que   además de interesante se mostraba remunerativa. Esto lo entusiasmó, siendo como era un confeso amante de la fotografía, pero por sobre todo muy interesado en lograr ingresos adicionales para la posterior educación de sus hijos, se inscribió en el curso de fotografía y empezó entonces a recibir los folletos en medio de las limitaciones propias del correo de entonces que hacía interminables los días a la espera de la encomienda.  Hasta hace unos cuantos años la imagen de la oficina de Correos estaba completamente deteriorada y eran muy comunes historias como aquella de que las encomiendas llegaban cuando se había perdido el interés por las mismas. Pero ésta vez, para satisfacción del potencial fotógrafo, sí llegaron.

Folleto tras folleto, conforme eran recibidos a través de la correspondencia, fueron revisados minuciosa y ávidamente, buscando respuestas y más respuestas conforme iba ojeando y practicando con cada capítulo de este curso que, por cierto, llenaba sus expectativas, lo que le facilitó el aprendizaje de este nuevo oficio; sin embargo, y para angustia del practicante, tardó una enormidad la llegada de los fascículos que contenían las instrucciones para las técnicas en el revelado de las fotografías, las clases y marcas de los productos a utilizar –reactivos comunes en el proceso de blanco y negro como revelador, fijador, etc-; en definitiva era la parte más importante del oficio que estaba por ejercer y del que tenía marcadas expectativas.

Esto demandaba una habilidad especial pues había que trabajar en el revelado de la película en completa oscuridad, maniobrando uno de los implementos especiales para el efecto, el tambor, con mucha precaución y sutileza; luego, la fijación en el papel de las imágenes listas en el negativo ponía a prueba la destreza del sacachispas –así se los conoció por algún tiempo a los fotógrafos, debido a las potentes luces de los flashes para captar imágenes nítidas ante la ausencia de luz natural-, y todo giraba en torno a las condiciones adaptadas y a las posibilidades del naciente fotógrafo; las limitaciones eran notorias, pero había que salir como sea merced al constante afán por lograr que el trabajo final sea de lo mejor posible y por ende bien recompensado.

Cómo no añorar a los fotógrafos de antaño, ofertando su trabajo ya sea en el parque o en sus vistosos estudios fotográficos creándose mil formas de captar la atención de los entusiasmados clientes, afanados en capturar imágenes y que perduren para la posteridad. Sus impresiones aunque aparentan ser mudos testigos del pasado, dicen mucho de una historia vivida en cada época de la sociedad. El recordado caballete, que a su vez  servía de laboratorio de revelado ambulante, los caballitos de madera, los enormes y adornados sombreros de charro constituían elementos característicos de la actividad y daban aquel toque especial de los fotógrafos de entonces…de siempre.

Jorge Enrique tuvo, y aún conserva, una cámara fotográfica Speed Graphic, fabricada por Guflex in Rochester, de Nueva York. Este modelo fue uno de los más conocidos y usados por los camarógrafos de prensa, aquellas que se veían en las películas de mediados del siglo pasado, y que se produjeron entre 1912 y 1973, siendo las de mayor acogida las que se fabricaron en 1947, cuya característica principal era que poseía un obturador de plano focal. Su gran tamaño la hacía muy notoria entre los cronistas gráficos y fue la que usó éste próspero fotógrafo, tanto en su Foto Estudio Chávez de Piñas, como también luego lo haría, con similares características, en el cantón Santa Rosa.

Empezó así la actividad fotográfica de quien, en un futuro no muy lejano, se consolidaría como uno de los más solicitados fotógrafos de la región. Armado con su cámara mecánica cumplía con denodado empeño su novel oficio, con una particularidad: las fotos que tomaba eran relativamente pequeñas, conforme a la capacidad del fijado en el papel, toda vez que no contaba con una ampliadora para agrandar las imágenes que capturaba –su costo era oneroso y no había el dinero para comprarla-, aquello limitaba su radio de acción y por ende el interés de su potencial clientela. Algo había que hacer…

En uno de los tantos viajes que hiciera a la ciudad de Guayaquil en pos de adquirir el papel fotográfico y demás productos para el revelado, Jorge Enrique logra divisar en uno de los estantes del local un enorme y llamativo lente para cámara. Las técnicas aprendidas en el curso y la práctica misma le habían enseñado que ése era uno de los elementos indispensables de una ampliadora fotográfica que, por cierto ya había iniciado su armado utilizando nada menos ni nada más que un cajón de madera –de aquellos en los que se comercializaban los clavos y otros fierros-. Haciendo un gran esfuerzo económico adquirió la lente y se fijó la meta de no descansar hasta dejar armada y lista su propia ampliadora, objetivo que lo logró y obtuvo con ello grandes satisfacciones llegando al punto de recuperar con rapidez el capital invertido.

“Hacía unas lindas fotos, de todo tamaño”, asegura con la certeza propia de quien pudo posicionarse en el negocio de la fotografía, porque este interesante oficio, desde entonces, prosperó; hasta que, y como siempre suele suceder, apareció alguien que puso las fotografías a mitad de precio, en una muestra de una frontal y desleal competencia y que hizo que los ingresos disminuyeran. Sin embargo de aquello esto no lo amilanó y optó por nuevas alternativas para llegar a los potenciales clientes de las fotografías; y como para entonces ya contaba con una camioneta no hizo más que movilizarse a las parroquias y sitios aledaños, inclusive llegando hasta los hoy cantones Balsas y Marcabelí, donde la demanda era abundante y era un mercado que aún no había sido explotado, por lo que trabajo era lo que más existía.

Muchos, a lo largo y ancho de la geografía orense, aún recuerdan la característica presencia de la camioneta identificada con el letrero “Foto Chávez” que recorría caminos y senderos buscando clientes, sacando gráficas…haciendo historia. Su vehículo era una camioneta Chevrolet Pick Up modelo Apache del año 1952, y que había sido ideado por la General Motors tras haber culminado la segunda guerra mundial,  y cuando las fábricas de carros regresaron su mirada al mercado interno comercial; era  de aquellos vehículos de apariencia gótica –con formas contorneadas- que impresionaba desde el ángulo que sea que se lo mirara, fue uno de los modelos más comunes, con dos puertas –de las recordadas tipo camión- y adornada con amplios guardafangos. En la parte anterior, adelantándose al capó estaba el logo característico de la General Motors y en la parte posterior, en la puerta del balde, la marca Chevrolet.

Éste carro fue su compañero de grandes jornadas de trabajo pues le permitió no solo recorrer la geografía orense, si no que pudo compenetrarse con la idiosincrasia de su gente, palpar sus necesidades y congraciarse con la amistad sincera de mucha gente. Logró así el reconocimiento de una numerosa clientela y durante varios años se constituyó en el fotógrafo de moda, el más solicitado en varios cantones, de manera particular en los de la parte alta de la provincia de El Oro; era algo que lo llenaba de enorme satisfacción pues con esfuerzo y dedicación logró consolidar un nuevo oficio que le permitiría mejorar las condiciones de vida para él y su familia, además de comprobar, una vez más, que no existían imposibles para su indómito espíritu emprendedor.

Estando ya en la actividad fotográfica le correspondió la tarea de asumir las funciones de concejal del cantón Piñas, actividad que, como sabemos, le permitió a su vez hacer muchas amistades, que además eran sus potenciales clientes y por ende el trabajo prosperó mucho más. En una ocasión, tras realizar uno de los rutinarios recorridos por varios sectores de la provincia, estuvo por Santa Rosa y no faltó quien le insinuara que el negocio de la fotografía podría resultar muy rentable en ésta localidad, un cantón que iba en crecimiento y que se constituía en polo de desarrollo. Tal insinuación la asumió como una propuesta que fue creciendo de a poquito hasta plasmarse en una potencial actividad, más aún considerando el consabido espíritu aventurero y emprendedor de Jorge Enrique.

Pero antes de tomar esta trascendental decisión, debía recorrer aún mucha agua bajo el puente, toda su estancia en Piñas fue fructífera por donde se la mire. Primero incursionó, como ya fue señalado, en la peluquería; luego combinó dicha actividad con la de fotógrafo, en su conocidísimo estudio “Foto Chávez” y, estando en el mundo de los flashes, tuvo también la oportunidad de incursionar en el ámbito político en calidad de concejal del cantón. Y es que si bien la política no era su fuerte, la esencia misma de ésta, el servicio a la comunidad, muy al interior si estaba entre sus convicciones; de hecho Jorge Enrique es de aquellos que considera que, así como a veces uno no es afecto a cierta gente, hay quienes si le guardaban respeto y estimación; esto último era algo que lo había podido palpar en cada uno de los recorridos que hacía por la provincia.

Contaba con gran aceptación entre amigos y conocidos, por lo que, cuando menos lo pensaba, le propusieron integrar la lista de concejales que acompañaba a don Manuel Ubiticio Gallardo para presidente del cabildo local. Tras meditarlo y consultarlo con la familia, finalmente aceptó la candidatura y se lo ubicó en el último puesto de la lista, como una especie de “relleno”, sin imaginar que las circunstancias apuntarían a su favor toda vez que, ya conformado el cabildo, uno de los integrantes de ésta lista era del hoy cantón Marcabelí –para ése entonces parroquia de Piñas- concejal que, de manera frecuente, faltaba a las sesiones del Municipio hasta que a la final optó por renunciar a la curul, y así dejar que otra persona cumpla para lo que fue elegida, sitial que le correspondió ocupar a Jorge Enrique.

Esta inmejorable oportunidad de servir a su comunidad no lo amilanó, al contrario la asumió lleno de entusiasmo pues estaba debidamente preparado ya que, si bien no existía el acceso a los medios de comunicación como existe hoy para estar al tanto del acontecer político –la televisión aún no hacía su incursión en el medio-, sin embargo era un asiduo radioescucha y fiel seguidor de los discursos de políticos como el recordado Camilo Ponce Enríquez, protagonista en un ámbito político nacional que ya en ésa época mostraba sus vaivenes; como lo acontecido con el caudillo Velasco Ibarra que una sola vez culminó con el mandato popular por completo, de las cinco veces que le correspondió asumir el poder político del Ecuador. Los actores políticos se caracterizaban entonces por ser grandes oradores y era su carta de presentación a la hora de perseguir el respaldo del electorado, una particularidad que siempre admiró Jorge Enrique.

Corría el año 1964 cuando tuvo el honor de ocupar la curul de concejal de la Ilustre Municipalidad de Piñas que la presidía Gallardo y la integraban además como vicepresidente Orlando Valarezo, Alberto Valarezo –familiar de Elvita-, Amado Sánchez, Víctor Murillo, entre otros. Ni bien asumió la curul de concejal principal le correspondió participar de una sesión en la que se conocía sobre la decisión de adquirir una propiedad que estaba destinada a la construcción del edificio para una gran y noble institución educativa de Piñas, el colegio “8 de Noviembre”, hoy elevado a la categoría de Instituto Tecnológico Superior y que en ése entonces ya tenía algo más de una década de creación.

Cuando ya se estaban señalando los pormenores para la compra del predio, contando con la presencia de los propietarios del mismo, Jorge Enrique Chávez hace uso de la palabra y consulta a la presidencia del cabildo si la compra del terreno en mención ha sido responsable y debidamente analizada, si se ha podido comprobar que es o no apto para construir el plantel, si existe algún aval previo otorgado por el Ministerio del ramo, y si ha sido conformada alguna comisión edilicia para efecto de la compra, interrogantes que solo tuvieron como respuesta un no, lo que fue motivo más que suficiente para que, de inmediato, expresara su total desacuerdo en torno a la compra que se pretendía hacer, justificando tal decisión en que existía de por medio un notorio y descuidado desconocimiento sobre el tema, mucho más si de por medio había el manejo de fondos públicos.

Mocionó entonces que se conforme, de manera urgente, una comisión que tenga la capacidad de analizar y estudiar la oferta vigente, así como otras que pudieran darse a fin de optar por la que sea mejor. Como era de esperarse, la moción fue aceptada por los concejales, ante la desazón de los potenciales oferentes; así como también, y seguramente debido a su “inoportuna observación”, no fue designado como miembro de la misma, dada su condición de proponente. Eso sí, y como suele suceder en estos casos, no faltó la oferta indecente que pretendió comprar la conciencia del novel concejal ofreciéndole la oportunidad de acceder a un terreno a elegir en el mejor sitio de la ciudad a cambio de sumar su respaldo en la propuesta vigente para la compra del predio.

Hoy, como ayer, al recordar el hecho, Jorge Enrique pierde la cordura y manda al carajo, con expresiones de grueso calibre para quien creyó –asegura con sumo convencimiento- que caería en el juego de los intereses personales por sobre los de la colectividad. Recordó para entonces los consejos que siempre le prodigó su mamá Matilde en torno al nivel de honradez que siempre marcaría su vida y que a la postre le permitiría llegar a ser un hombre de bien. No es la pulcritud sino la honra la que está en juego, asegura, hoy al rememorar estos sucesos que, de una u otra forma fueron parte de la formación como persona.

Su temple no flaqueó inclusive cuando las autoridades de la institución educativa le increparon de que por culpa de su oposición al adelantado negociado del terreno, el dinero destinado para dicha adquisición corría el riesgo de perderse; él más bien fue enfático en asegurar que su línea era de defensa de los intereses del pueblo y actuaba como su representante en el seno del Concejo ratificando el compromiso de que de ninguna manera se perderían los recursos y, de una u otra forma, finalmente se procedería a la compra del solar, pero bajo los parámetros que manda la Ley. Y así fue, al poco tiempo se compró el terreno tras el informe de la comisión que señalaba sobre una mejor propuesta y que consistía en una inmejorable ubicación del predio –donde hoy se levanta altivo el plantel novembrino-, y lo que es mejor, la negociación se la pudo hacer a mitad de precio, pero por sobre todo, cumpliendo con los parámetros legales que demandaba tan importante transacción.

Este espíritu batallador, demostrado en éste caso, siempre fue puesto de manifiesto en cada una de sus actuaciones como edil, pero hay una moción en particular que es digna de ser resaltada. En el tema de las fiestas de aniversario de erección política o patronales, muy pocos cantones orenses han podido compartir con sus comunidades en lo relacionado a la organización tradicional de los bailes barriales o populares y que, aunque ya no son como eran antes, aún mantienen ese encanto propio que atrae y gusta a propios y extraños.

Ciudades como Zaruma, Piñas y Pasaje –éste último en la parte baja de la provincia-, por décadas se han caracterizado por el entusiasmo de sus sectores barriales, cuyas directivas hacen una y mil peripecias en el afán de destacar en la organización de los denominados bailes barriales. Generación tras generación han sido alegres partícipes de estas jornadas festivas donde las comunidades participantes ponen todo su esfuerzo para sobresalir como los mejores en la oferta de divertir a la población y sus visitantes, ya sea con la orquesta, la decoración del barrio y la hospitalidad de su gente.

Estas jornadas de festejo son también de reencuentro local, provincial y nacional. Gentes provenientes de los diferentes puntos cardinales de la geografía ecuatoriana, año tras año, se han dado cita y copado las calles y recintos donde las tradicionales orquestas son las que ponen el ambiente festivo, con la participación de todos por igual. Y es que ése fue el planteamiento que Jorge Enrique hiciera en una de las sesiones del concejo cantonal cuando se organizaba la celebración festiva de Piñas, al señalar que ya era hora que todo el pueblo celebre y participe de las fiestas, no solo quienes –para entonces- tenían en su bolsillo cien sucres para pagar la entrada al baile en honor a la ciudad y que generalmente se lo hacía en un local cerrado, lo que implicaba el pago de una entrada.

La moción señalaba que era un deber del Municipio buscar alguna alternativa que permita a la comunidad piñasiense, en general, participar en su totalidad, sin distingos de ninguna naturaleza, dando la oportunidad para que los más pobres también se integren y disfruten de las celebraciones de cada año. Esta propuesta se la hizo unos meses antes de la fiesta de Piñas, que coincidencialmente arribaba a las Bodas de Plata  de cantonización y justo cuando se daba también un hecho trascendental, Manuel Ubiticio Gallardo, quien también tuvo el honor de ser diputado de la república, había presentado su renuncia al cargo de presidente del Concejo Cantonal de Piñas en forma irrevocable. Cuestiones de índole personal lo obligaron a tomar tamaña decisión y por más que los concejales, en mayoría, fueron hasta su domicilio a tratar de persuadirlo para que retire la renuncia, no hubo marcha atrás y el cabildo quedó momentáneamente sin su titular.

Correspondió entonces al cuerpo edilicio asumir la responsabilidad de organizar las fiestas por el Vigésimo Quinto aniversario de cantonización de Piñas. Hasta entonces las fiestas se limitaban a los desfiles, comparsas, la sesión solemne; y las celebraciones festivas –los bailes- en sí estaban destinadas a quienes podía portar una corbata y pagar la entrada,
generalmente de cien sucres, para acceder a uno de los locales que solía arrendarse y que serviría como pista de baile. Por ello la propuesta de Jorge Enrique para que las celebraciones sean para todo el pueblo en general, que tuvo el respaldo incondicional del concejal y compadre del alma Alberto Valarezo, consistía en que “baile todo el pueblo de Piñas, que se divierta su gente, porque la fiesta es para los piñasienses y los ecuatorianos que visitan en calidad de turistas o los propios familiares de los residentes en la ciudad que siempre retornan a su tierra en fechas especiales, como es el caso de las fechas conmemorativas”.

Se sugirió también que había que animar y atender a la población en la celebración y por lo tanto era necesario abastecerse de algunas canecas de reposado –bien podía ser una aromática Mallorca-, café del bueno colado y por qué no algunos sánduches, actividad en la que podía tener especial participación el personal de empleados de la Municipalidad. La programación se complementaría con la contratación de una gran orquesta que sería la encargada de hacer bailar a la gente; así, literalmente, se dio inicio a la sana costumbre de celebrar las fiestas de Piñas con la realización de los bailes barriales y que en lo posterior fueron asumidas por los comités barriales y el aval del concejo cantonal.

Conformaron entonces una nueva comisión que sería la encargada de organizar los festejos en sí, no con una, sino con dos orquestas que finalmente fueron ubicadas en las inmediaciones del parque central, donde se contaba ya con vías asfaltadas y adoquinadas, hubo también la activa presencia y participación del personal de trabajadores y trabajadoras municipales que se encargaron de los cafés y los traguitos para el público presente, conforme se lo había dispuesto por el Concejo en pleno. Así Piñas participó de sus fiestas por las Bodas de Plata de erección política cantonal.

Lamentablemente, ésta importante participación edilicia, que daría un nuevo y participativo giro a las celebraciones festivas del cantón Piñas, no consta en actas en los registros de las sesiones ordinarias y extraordinarias de la Ilustre Municipalidad del cantón Piñas, toda vez que, a la siguiente semana de haber sido mocionada la posibilidad de realizar los bailes barriales, en una nueva sesión de Concejo Cantonal, a la hora de leer el acta de la sesión anterior a cargo del secretario del Concejo Carlos Valarezo, ciudadano que se conocía era oriundo de Loja, no se mencionó una sola palabra de la propuesta que naciera de Jorge Enrique, lo que causó hilaridad en el proponente que reclamó y rechazó de plano la flagrante omisión del funcionario en mención; por lo que el aludido se limitó a manifestar que las condiciones en que cumplía con las funciones de secretario no le permitían recabar la información completa de cada una de las sesiones y aceptaba tener limitaciones en el momento de tomar los apuntes.

Como no se abastecía tomando apuntes, se sugirió, de parte del secretario, que se proceda a la compra inmediata de una grabadora para ser utilizada en las sesiones del Concejo Cantonal, lo que fue acogido con justificada lógica por Jorge Enrique que dejó bien sentada su protesta advirtiendo que no compartía por completo con la forma en que se cumplían cada una de las jornadas edilicias, puntualizando además que fuera del cabildo, como era de conocimiento público, cumplía con sus cotidianas actividades de peluquero y fotógrafo, pero dentro del mismo era concejal como cualquiera de los presentes y como tal exigía tener el mismo respeto y consideración que él tenía para con sus compañeros concejales.

Indignado como estaba, pidió además la inmediata destitución del secretario por considerar que el cumplimiento de sus funciones no se compadecía con las exigencias que el cargo demandaba; aducía que era absurdo, por donde se lo mire que haya hecho tan importantes y sustanciales omisiones a la hora de elaborar actas que, a la postre, constituían documentos legales y valederos para el correcto accionar del Ilustre Municipio del cantón Piñas, por lo que se debía optar por nombrar a un nuevo secretario.

Ésta última petición tuvo una rápida reacción entre los concejales que, en buenos términos, sugirieron la retirara; similar pedido hizo el electo presidente del Concejo Orlando Valarezo, lo que, tras varias deliberaciones y disculpas del caso fue aceptado, con una nueva omisión, quedó en el vacío la moción presentada en la sesión anterior y que tenía relación a la nueva visión de hacer las celebraciones de aniversario, ésta vez con la participación de la comunidad en general. También recuerda memorables sesiones de Concejo donde, sin miramientos políticos, con la más pura convicción de servicio a la comunidad, aportó con su voto en la realización de la pavimentación de varias calles de Piñas, la ya mencionada compra del solar para el hoy Instituto Ocho de Noviembre, la justa decisión que tomara el cabildo de poner el nombre de don Luis Ángel Moscoso al hospital de Piñas, en reconocimiento a la invalorable trayectoria cumplida por tan ilustre ciudadano; entre otras tantas actividades cumplidas al interior de la Municipalidad de Piñas ejerciendo las funciones de concejal que, por cierto las hizo por el lapso de cuatro años; es decir, dos periodos, al haber sido ratificado, en el segundo de ellos, por la Junta Militar de Gobierno.

Otra función que la asumió con enorme responsabilidad, en su desempeño en el sector público, fue la de Jefe Político subrogante del cantón Piñas donde sus virtudes de filántropo desde ya se hicieron presentes con aportaciones para importantes obras en la comunidad, como: la remodelación del cementerio general; identificándose siempre con el deporte y la cultura; Jorge Enrique era un firme convencido que en la educación está la superación de los pueblos, una particularidad que la ha mantenido hasta la actualidad. Hay una cualidad que muy pocos conocen de Jorge Enrique y es su gran habilidad con las damas, “las del tablero aclara sonriente” y confirma que en innumerables ocasiones se coronó como imbatible en el fichero; y no solo eso también fue campeón de ajedrez en la ciudad de Piñas, allá por el año de 1962, actividad ésta última que espera retomarla, hoy que el tiempo le da para hacerlo.









3






Avanzar con
voluntad suprema













Jorge Enrique tomó, con su diestra, la mano izquierda de Elvita, mientras con la otra mano acariciaba y levantaba con sutileza el rostro de su querida esposa para, mirándole a los ojos, decirle con ternura pero a la vez con mucha firmeza y convicción: “podemos llorar hasta quedarnos sin lágrimas, se nos van a hinchar los ojos de tanto llorar, pero no vamos a solucionar nada con eso. Debemos seguir adelante y lo podemos hacer con la voluntad de Dios y la Virgen Santísima”. Ésta reflexión, que a ratos sonaba como súplica, se la hacía mientras en la tranquilidad de la habitación, sentados al borde de la cama, analizaban la tragedia que acababan de vivir, que aún los mantenía absortos pensando en el futuro de su familia.

No hacía más de ocho días que habían iniciado con la comercialización de combustibles en la gasolinera de su propiedad ubicada en la naciente Ciudadela El Paraíso, al sur de Santa Rosa y un error en la instalación eléctrica ocasionó un corto circuito que dejó una secuela de escombros y hasta un herido, la víctima fue nada menos que su cuñado, Franco Valarezo, que para entonces cohabitaba con la familia y para quien guarda un especial afecto. Sufrió quemaduras en varias partes de su cuerpo como producto de la desesperación por controlar el flagelo, sumado a una que otra herida leve que obligaron a internarlo en el hospital hasta sanar por completo. Fue una especie de “bautizo” al espíritu emprendedor de Jorge Enrique que había avizorado como una nueva fuente de ingresos, ahora en una inversión de mucho más riesgo, la venta de combustibles.

Esto, en un primer instante, lo desmoralizó pero inmediatamente retomó ánimos y tras analizar la situación planificó las acciones a seguir; porque ése era el espíritu emprendedor que siempre lo había caracterizado y este desfase en sus aspiraciones no podía truncar todo un cúmulo de sueños que se había forjado en su nueva estancia, ésta vez en el cantón Santa Rosa a donde finalmente había llegado tras analizar y encaminar la sugerencia que ciudadanos santarroseños le hicieran de que establezca su negocio en ésta localidad, a propósito del buen trabajo que hacía en calidad de fotógrafo.

Las ampliaciones a colores que captaba impresionaron a muchos potenciales clientes que lo incitaron a quedarse; aparte, la ciudad se mostraba estratégica para el trabajo, casi en el centro de la provincia y zona de confluencia desde los cuatro puntos cardinales, así que la oportunidad era buena por donde se la mirara, por lo que el tema fue analizado con la familia y tanto su esposa Elvita, como sus hijos mayores, estuvieron totalmente de acuerdo, más allá que todo esto se mostraba como una gran posibilidad de seguir avanzando en su empeño por lograr mejoras en el nivel de vida de la familia, de manera particular de sus hijos que ya estaban en etapa de formación cursando estudios en diferentes centros de enseñanza.

Y así es como logra radicarse en la ciudad benemérita, merced a sus notorias cualidades en el arte de la fotografía, por lo que con familia y enseres, en su camioneta Chevrolet Apache del 52, llegó cargado de ilusiones. Era el año de 1968, el 19 de marzo, justo en plena celebración de San José en que llegaron a habitar un pequeño departamento de propiedad de don Víctor Feijóo, quien tras conocer los buenos antecedentes de tan particular inquilino accedió a dar en arriendo un local de dos tiendas; en uno de los ambientes Jorge Enrique instaló su estudio fotográfico, donde promocionaba las solicitadas ampliaciones a color, en tanto que en el otro local se acomodó con la familia; así logró establecer en un nuevo medio.

Pocas semanas después, el 3 de mayo, dada la afluencia de público que había por el sector, y ante la posibilidad de emprender en un nuevo negocio, deciden abrir un pequeño soda bar, considerando que la alternativa se mostraba con grandes perspectivas de superación y con proyecciones de crecer. No fue fácil y debieron hacer una y mil peripecias pues inclusive las mesas y sillas fueron pedidas en alquiler ante la imposibilidad de poder adquirirlas; y, haciendo una y mil peripecias, finalmente entró en funcionamiento. El local se especializaba en la venta de helados que eran prolijamente preparados de manera artesanal por una experta, oriunda de Paccha; también los marchantes podían servirse sus jugos, batidos, tostadas, cakes y las cervezas bien frías –solo como bebida de moderación-, con lo que el Soda Bar “El Polo”, de propiedad de Jorge Enrique Chávez, señora e hijos fue creciendo de a poco y haciéndose muy conocido en la comunidad santarroseña.

“El Polo” llegó a tener tanta clientela que hubo la necesidad de ampliar sus instalaciones, por lo que se redujo el espacio del estudio fotográfico para dar más cabida al público que acudía al soda bar, y que era de todas las edades y condición social. Todo esto implicaba que había que incrementar el mobiliario, más allá de que las condiciones financieras aún no eran del todo halagadoras. Pero ése no constituiría un escollo para éste emprendedor que ya había tomado la firme decisión de surgir, mucho más cuando el momento era propicio para hacerlo, por lo que junto a su mujer analizaron varias alternativas a seguir.

Un nuevo reto tenía a mano Jorge Enrique por lo que opta por recurrir a don Alberto Carpio, quien ya por estas fechas mantenía un amplio almacén de electrodomésticos y muebles para el hogar en la ciudad de Machala. Don Alberto –un hábil con el acordeón y empedernido cultor de la música y muy reconocido por su constante apoyo al arte musical y los artistas- había sido también activo participante en las inolvidables noches de bohemias piñasienses en sus años mozos; por lo que los unía una vieja amistad, lo que a la postre le permitió visitarlo con la confianza del caso en su gran almacén en busca de un congelador, así como de algunas mesas con sus respectivas sillas para el soda bar.

Tanto para la compra del congelador, cuyo abono fue casi al contado, como para el crédito de las dos docenas de mesas con sus sillas no hubo mayor problema a la hora de ponerse de acuerdo para la forma de pago, merced a la confianza que mantenían estos dos entrañables amigos, por lo que Jorge Enrique logró acondicionar su soda bar tal y conforme lo había planificado. Contrató también a dos maestros pintores que, a punta de brochazos, no solo que pintaron con buen gusto las paredes del local, también elaboraron dibujos infantiles y alegorías que hicieron mucho más acogedoras las instalaciones; en tanto que el propietario, con su propio puño, hizo un vistoso letrero que, desde varios metros de distancia, identificaba a la perfección a “El Polo”, un toque justo para una clientela que lo convirtió en punto de encuentro de grandes y chicos.

Así las cosas, el negocio prosperaba y la condición económica también, por lo que un buen día Jorge Enrique propuso a Arnaldo Feijóo, uno de sus más asiduos clientes consumidores de los excelentes  helados, la compra de un solar en el sector de El Paraíso, al sur de la ciudad benemérita, a pocos metros del Batallón Imbabura. Así, buscaba cristalizar una idea que se le había ocurrido hacía poco tiempo, la de instalar una estación de servicio y el terreno en mención se presentaba por demás estratégico por lo que, luego de cerrar trato con el dueño del predio, inicia las gestiones del caso. Primero logró la anuencia a nivel local, tanto del cabildo cantonal, presidido en ése entonces por un ilustre y recordado santarroseño, don José María Ollague, quien otorgó todas las facilidades del caso; así como del Cuerpo de Bomberos, cuyo directorio sesionó de manera exclusiva para aprobar el pedido de construcción de una nueva gasolinera para Santa Rosa.

En el mismo predio inició la construcción de su vivienda, la que sería a corto tiempo su casa propia y que aún mantiene hasta estos días, justo a un costado de la vía Santa Rosa-La Avanzada y a pocos metros del Batallón Imbabura. Construida junto a la vivienda, la estación de servicio podía contar con la presencia permanente de su dueño, por lo que llegaría a consolidarse en un negocio muy próspero, pero por sobre todo respetado por la rectitud, legalidad y excelencia en el servicio que se brindaba.

La idea de Jorge Enrique, planificada por mucho tiempo, se centraba en instalar una estación de servicio,  gasolinera o servicentro esto es la construcción de un punto de venta de combustible y lubricantes para vehículos de motor. Cabe indicar que las estaciones de servicio normalmente se asociaban con las grandes empresas distribuidoras, con contratos de exclusividad, para ofrecer no solo los derivados del petróleo en combustibles, sino que también lubricantes y aditivos, en este caso la línea sería de gasolinas, diesel y kérex. Sobre este último combustible, aún vive en el recuerdo de muchos la utilización de las prácticas cocinas de kérex, de dos, tres y cuatro quemadores –algunas venían hasta con horno- donde destacaba con notoriedad el frasco receptor y dosificador de combustible; y cómo no recordar también las útiles y prácticas refrigeradoras que funcionaban con este carburante, por lo que la venta del mismo, más que un servicio era una necesidad latente.

De hecho, la venta de kérex y diesel sería el vínculo directo para que este admirable emprendedor agregue una importante etapa en su vida, cuando con solidaridad, visión y mucho altruismo se constituyó en parte sustancial en una comunidad como la de Jumón y que a priori sería adoptado como su hijo predilecto tras una serie de acciones que favorecieron a la población, sobre todo en el ámbito educativo. Basta recorrer brevemente por la campiña santarroseña para comprobar la gran aceptación con que cuenta éste singular ciudadano.

Es que la actividad misma de las gasolineras o estaciones de servicio es vital por dónde se la mire, de ahí su importancia desde el origen mismo que se remonta a muchos años atrás en el viejo continente, en Alemania. Si alguna vez tienen oportunidad de pasear por la pequeña ciudad alemana de Wiesloch es posible que se encuentren con la reluciente placa conmemorativa que se muestra en la imagen, donde se puede leer la frase “Erste Tankstelle der Welt”. Que se traduce como: “la primera gasolinera del mundo”. Muchos que han visitado el lugar han escudriñado el sector, la cuadra, esperando encontrar algo así como una gasolinera actual pero con la estética y la tecnlogía de hace un siglo, y siempre se han llevado una tremenda sorpresa. La fachada del edificio que luce la citada placa que rememora a la primera gasolinera del mundo esconde en su interior lo que en Alemania se denomina Apotheke, o lo que es lo mismo en español. Una farmacia.

Aún hoy en día las gasolineras forman parte imprescindible del paisaje urbano dominado por el automóvil, en los comienzos de la sociedad motorizada los combustibles como la gasolina u otros derivados del petróleo solamente se vendían en farmacias, y generalmente se utilizaban como quitamanchas y disolventes. Pero la historia va mucho más allá ¿Y a qué se debe que sea precisamente esta farmacia alemana la que disfruta del honor de ser considerada la primera que ejerció como gasolinera? Pues a que en agosto de 1888 Bertha Benz, la esposa del inventor del automóvil Carl Benz, decidió hacer una excursión en compañía de sus dos hijos desde Mannheim hasta la ciudad donde había nacido, Pforzheim, a bordo del Benz Patent-Motorwagen Nº 3, uno de los emblemáticos modelos ideado por su famoso marido.
La escapada de la señora Benz es considerada como el primer viaje interurbano en automóvil de la historia, con un recorrido de 104 kilómetros a la ida y unos 90 a la vuelta. Durante tan largo trayecto se vieron en la necesidad de llenar el tanque  de combustible y decidieron parar en la farmacia de Willy Ockel, ubicada en Wiesloch, para comprar unos litros de un conocido producto de limpieza derivado del petróleo que recibía el nombre de Ligroin. Era la primera vez que un automóvil se reabastecía de combustible, tras un agradable paseo familiar. Así a medida que fueron apareciendo más automóviles fueron aumentando también los puntos de venta de sus correspondientes combustibles. En todo son los inicios de lo que se conocería luego como las tradicionales estaciones de servicio, a nivel de todo el mundo.

Entonces la intención de instalar una gasolinera, para sumarse a la ya existente en las inmediaciones del cantón, era muy valedera y asume con frontalidad este proyecto Jorge Enrique, y da el siguiente paso que  fue contactar con la empresa que iba a abastecer el combustible y que, como era obvio, puso como requisito para cerrar el trato el documento habilitante de la Dirección Nacional de Hidrocarburos con el que se avalaba el permiso de funcionamiento. Luego de haber hecho este primer contacto y tras recibir, unas semanas después, a un técnico de dicha institución para que realice la inspección de rigor, surge la novedad de que existía también otra persona, de apellido Alvarado, con intenciones de abrir una estación de servicio a pocos metros de la Ciudadela El Paraíso, justo en el predio donde hoy se levanta el monumento al Soldado Desconocido; sin embargo de aquello, el informe fue favorable para la propuesta de Jorge Enrique que, en un segundo viaje a Quito, finalmente pudo conseguir el permiso de funcionamiento y cerrar contrato con la empresa comercializadora de los combustibles.

Con permisos en mano empiezan los trabajos de perforación del suelo para hacer la perforación del suelo donde serían colocados los tanques de combustible, en una tarea que fue hecha con mucha cautela y la utilización de mano de obra local; recurrió también a la transnacional que dotaba de los surtidores, mismos que los solicitó a crédito y una de cuyas máquinas aún guarda como recuerdo de la actividad. Así las cosas, finalmente se pudo terminar la gasolinera de Jorge Enrique Chávez y entra a prestar servicio a la colectividad, a las diferentes unidades de transportación del cantón y la provincia, considerando su ubicación estratégica –en plena vía a la frontera- le permitía hacerlo, de manera particular a las de la Cooperativa El Oro, institución de gran tradición regional con la cobertura de sus rutas Santa Rosa-Machala, Santa Rosa Pasaje. Jorge Enrique, visionario como era, captó muy rápido el interés de los conductores quienes al tanquear sus vehículos eran favorecidos con una refrescante gaseosa.

Como siempre suele suceder, mientras se procedía a la perforación del suelo, en plena construcción de la gasolinera, la curiosidad de la gente siempre estuvo latente en su afán por saber qué era lo que construía “Don Chávez” justo frente a su casa, la que habitó aún cuando no había culminado su construcción y que hoy constituye un gran ejemplo de lo que es posible conseguir con trabajo, y permanente esfuerzo. Ante las inquietudes ciudadanas, cuando pudo hacerlo, se limitó a comentar que construía una piscina, como parte de las comodidades de su vivienda, hasta que fueran instalados los tanques de combustibles, así como los surtidores mostrando a plenitud y con claridad meridiana las intenciones de éste visionario.

Cuando todo marchaba bien, en su primera semana de atención, la gasolinera de Jorge Enrique Chávez sufre un incendio producto de un corto circuito ocasionado por una instalación eléctrica defectuosa que dejó desolación y escombros, con el resultado de una persona herida, su cuñado Franco Valarezo, quien durante un buen tiempo vivió con los Chávez-Valarezo. En cuanto al establecimiento en sí, el flagelo no ocasionó mayor desgracia a tal punto que los surtidores no sufrieron desperfecto alguno. Franco, luego partiría hacia el norte del continente, a Canadá, donde se radicó y forjó su futuro.

Mientras la comunidad en general comentaba en diferentes tonos los estragos del siniestro, tales como los apuros que suelen darse con la sola presencia de los bomberos, el susto de los moradores al notar la presencia de las llamas, entre otras cosas; en la intimidad de su hogar Jorge Enrique y Elvita meditaban en torno a todo lo acontecido, los imponderables del destino y de las decisiones que en el camino había que tomar. Reflexionaban también sobre las pruebas que el Creador pone a sus hijos y de la fortaleza que hay que tener para seguir adelante. Algo si era seguro y estaba muy claro: no todo es color de rosa y de los errores es que se aprende.

Hacía pocos minutos que, armado de su camioneta Chevrolet del 52 y ayudado por sus familiares y vecinos; entre ellos un samaritano que puso a entera disposición una retroexcavadora, pudo finalmente  remover escombros evacuar los desechos producto del incendio. De inmediato trasladó al herido a Machala y no descansó hasta que Franco se restableció por completo de sus heridas y quemaduras, era lo que primaba a la postre, que no se haya dado la pérdida de vidas humanas porque lo material se repone, en tanto que la integridad de las personas es sagrada; fuerza y decisión para tomar un nuevo impulso es lo que más había y eso ya era un gran comienzo.

Decidido y entrador como era, ni bien se repuso de éste duro golpe decidió viajar a Guayaquil para reunirse con el titular de la empresa que había dado a crédito los surtidores de combustibles o más conocidas como “bombas”, con una propuesta en firme. O devolvía los aparatos o la empresa alargaba el plazo crediticio capaz de poder honrar la deuda que se mantenía. La propuesta era conseguir unos tres meses de gracia, sin embargo la respuesta que tuvo fue de dos meses de gracia pero que siga en la actividad pues se estimaba que en dicho tiempo podía vencer los inconvenientes, lo que finalmente fue aceptado pues estaba en condiciones de cumplir.

Al poco tiempo se honró la deuda y la gasolinera salió adelante gracias al tesón de una familia, cuya cabeza principal no claudicó ante un hecho que bien pudo truncar todos sus sueños y aspiraciones. La gasolinera, que luego amplió su servicio con una sucursal al otro extremo de la ciudad, enfocó siempre su atención con trato amable, venta justa y exacta, lo que le permitió crecer de manera acelerada ubicándola en un sitial preponderante a nivel provincial y nacional.

Sus dotes de empresario, así como su capacidad de gestión le permitió durante años presidir el gremio de los distribuidores de combustibles en la provincia, gestión que también la desplegaría a nivel nacional. Una de las últimas sesiones solemnes del gremio de los distribuidores de combustibles de El Oro, se la cumplió en la sede social que mantenía la institución en la jurisdicción de la parroquia Puerto Bolívar, junto a la gasolinera que está ubicada diagonal a las instalaciones de Autoridad Portuaria; ahí, en un centrado discurso, Jorge Enrique valoró la importancia de esta actividad para la productividad en general.

El buen manejo de la gasolinera, la innata cualidad de ahorro que alguna vez elogiara su madre Matilde; así como el trabajo fecundo y al espíritu emprendedor de Jorge Enrique le permitirían más adelante acometer en muchos desafíos, de toda índole, con la misma capacidad y responsabilidad de siempre, como cuando hubo la oportunidad de adquirir una propiedad e incursionar en la naciente industria camaronera, actividad que en sus inicios se la hacía de manera natural, como el mismo lo detalla con cierta nostalgia; esto es se sembraba la semilla y el camarón se criaba con la misma agua de mar y no se requería de balanceado ni cosas por el estilo. Hoy la situación es diferente y hasta menos rentable. “Cada vez se hace más difícil producir los apetecidos camarones”, asegura e inclusive el margen de utilidad se ve cada vez más mermado porque en gran medida se queda en el pago a las empresas expendedoras de los balanceados.

La actividad camaronera ecuatoriana vio sus inicios en Santa Rosa, provincia de El Oro, casi por accidente; desde aquella época a la fecha la producción ha tenido un crecimiento notable, constituyéndose en el tercer producto de exportación. La provincia de El Oro aporta, aproximadamente con el 30% del total nacional para exportación del camarón conocido como “blanco del pacífico”. Esta productiva actividad en el Ecuador tiene sus inicios en el año 1968, en las cercanías de Santa Rosa, en el sector de La Emerenciana, cuando un grupo de empresarios locales dedicados a la agricultura empezaron la actividad al observar que en pequeños estanques cercanos a los estuarios crecía el camarón. Para 1974 ya se contaba con alrededor de 600 hectáreas dedicadas al cultivo de este crustáceo.

Y fue gracias a la iniciativa de un ilustre santarroseño Jorge Kaiser Nickels, que realizó el primer experimento de cultivo del camarón en cautiverio (langostino) en una poza artificial construida en este histórico sector de La Emerenciana con relativo éxito, por lo que es el precursor de esta iniciativa creadora que luego se difundió al país y el mundo con excelentes resultados. La verdadera expansión de la industria camaronera comienza en la década de los 70 en las provincias de El Oro y Guayas, en donde la disponibilidad de salitrales y la abundancia de postlarvas en la zona, hicieron de esta actividad un negocio rentable.

Jorge Enrique también reseña una temporada para el olvido, allá por el mes de mayo de 1999, catalogada como de muy nefasta para este sector productivo porque empieza la afectación del camarón por el virus de la denominada mancha blanca que asoló seriamente la producción del crustáceo; y de hecho también, de alguna manera, sintió como productor su presencia; pero, como siempre, logró salir avante en ésta nueva experiencia que sentaría las bases para una actividad que le ha permitido a Santa Rosa ser calificada, por la propia Asamblea Nacional, como capital mundial de la producción de camarón en cautiverio y que cada mes de agosto celebra sus fiestas patronales con la realización de la feria que se engalana con la belleza de la mujer orense y ecuatoriana; además que muestra, de manera particular, la gran riqueza local y provincial. Ecuatorianos de todas las latitudes, así como turistas del norte peruano, concurren y disfrutan de las celebraciones de la Feria Internacional del Langostino con festejos que se prolongan por varios días.

Entre la venta de combustibles y la producción camaronera Jorge Enrique centró su actividad durante muchos años comprobando, con creces, lo que es posible conseguir cuando se emprende con seriedad, trabajo y honestidad. Pero así como la actividad camaronera le deparó sinsabores, la distribución y venta de combustibles, que con tanta prolijidad la cumplió tuvo sus desfases ante la serie de medidas que debieron tomarse, tanto por parte de las instituciones de distribución estatales como del propio gobierno nacional ante el crecimiento de un problema que ha causado muchos dolores de cabeza, el contrabando de los combustibles.

Es irrefutable que el contrabando del combustible, tanto en la frontera sur como en el norte del país ha causado y sigue causando ingentes pérdidas a las arcas de éste y los pasados gobiernos, debido a la diferencia en el precio de los carburantes sean estos gasolina, diesel o gas licuado de petróleo, éste último para uso doméstico. En lo que respecta a nuestra frontera, el cantón Huaquillas ha sido y es noticia por este hecho debido a que un considerable número de la población subsiste de la actividad del contrabando, un problema socio-económico que no solo involucra a familias completas que dependen de ésta ilegal actividad, sino a verdaderas bandas organizadas que utilizan mil y una formas para evadir los permanentes controles.
Ésta situación incidió para que el gobierno nacional tome la decisión de que todas las gasolineras de la zona fronteriza, de las provincias El Oro, Loja y Zamora, sean declaradas como de utilidad pública pasando Petroecuador a adquirirlas y administrarlas, con la finalidad de disminuir el tráfico de combustibles en las fronteras. La medida señalaba entonces que todas las estaciones de combustibles, en un radio de 40 kilómetros, desde la frontera y hacia el interior del país, sean declaradas de utilidad pública.

Así es como la gasolinera de Jorge Enrique, ubicada en la Ciudadela El Paraíso, frente al Batallón Imbabura y hasta su filial, ubicada a pocos metros del puente sobre el río Carne Amarga –que no entraba en los 40 kilómetros, sin embargo fue afectada-; si bien no pasaron a manos de Petroecuador, debieron dejar de prestar servicio porque cambiaron de razón social y se debió devolver la concesión, tras haber operado por más de 40 años; eso si, sin haber tenido jamás ni una sola queja de parte de los organismos de control como es el caso de la Dirección Nacional de Hidrocarburos o por denuncia alguna que se haya tramitado en dicho organismo por irregularidades en la venta y distribución.

De no haber mediado una sobria defensa legal de sus derechos sobre sus predios, las instalaciones de las dos gasolineras, tal y como ocurrió en el resto de provincias en las que rigió la declaratoria de utilidad pública, hubieran pasado a ser de propiedad del Estado. En las instalaciones de la gasolinera de El Paraíso la familia Chávez-Valarezo amplió y mejoró los ambientes de la residencia; en tanto que en el sector del puente, al otro extremo de la ciudad, lo que alguna vez fue gasolinera pasó a convertirse en modernas instalaciones de una concesionaria de vehículos.

Justamente, ya sin el negocio de los combustibles decide entonces emprender una nueva y hasta desconocida actividad. No se iba a quedar estancado, no era su naturaleza el cruzarse de brazos ante los devaneos de la vida, por lo que hace contacto con la firma Hyundai y se le da en concesión para la venta de estos vehículos, en la línea de transporte pesado, con unos cuantos autos; y acondiciona la que fuera estación de servicio a la entrada de Santa Rosa, antes de llegar al puente y cuyo predio, por esos caprichos de los límites, pertenece a la jurisdicción del cantón Machala. Durante varios meses Jorge Enrique mantuvo la concesionaria ofreciendo los vehículos a lo largo y ancho de la geografía orense, pero la actividad no prosperó.

El espíritu batallador y su gran temple emprendedor no claudicarán, así lo asegura con frontal decisión por lo que su visión empresarial ésta vez ha apuntado hacia el transporte eléctrico, la movilidad del futuro, aportando así con más esfuerzo y trabajo para el desarrollo del aparato productivo de ésta provincia, a la que agradece siempre por la oportunidad de haber servido desde todos los frentes que ha podido acometer hasta que, como él mismo dice, Dios y la Virgen Santísima le permitan seguir aportando, seguro de que cada paso que da lo hace pensando en el bienestar de su familia, pero de manera particular de seguir siendo productivo, de no desmayar ni dubitar en cada uno de sus propósitos; porque es algo que nació con él y por ello es un eterno agradecido de la vida que le ha permitido ser lo que es.

Ésta particularidad también es de su esposa Elvita, quien más allá de haber participado en cada uno de los propósitos emprendidos por su compañero de toda la vida, como es el caso del taller de bicicletas, donde las hacía de asistente en la alquilada de los frágiles vehículos y control del tiempo para los habituales clientes; la fotografía, donde asistía en el revelado e inclusive en la captura de las mismas imágenes; en el siempre visitado bar “El Polo” local en el que imponía su toque de ama de casa, entre otros, bajo la única convicción de que juntos iniciaron éste camino y como tal había que compartir las responsabilidades.

Hoy, al igual que ayer, sigue estando en gran actividad al tener a su cargo la administración del restaurant La Victoria, ubicado en las remodeladas instalaciones donde funcionaba la gasolinera, a pocos metros del puente sobre el río Santa Rosa, a la entrada misma de la ciudad. Aquí, con particular buen gusto se reciben a decenas de comensales que a diario llegan buscando una atención de primera; y es que un establecimiento de servicio público que brinde una atención de calidad y calidez, donde sea que esté ubicado, tendrá siempre la aceptación del público.


















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Educación como pilar
para el desarrollo













“Un niño, un profesor, un libro y un lápiz pueden cambiar al mundo…La educación es el único camino para cambiar al planeta…Es verdad que la pluma es más fuerte que la espada” son unos de los tantos pensamientos transformadores, sobre el valor de la educación, vertidos por Malala Yousafzai, la joven paquistaní quien en octubre del 2014 se convirtiera en la mujer más joven en recibir en premio nobel de la Paz gracias al activismo que practica a favor de los derechos civiles, de manera particular de las mujeres y su participación en el ámbito educativo. La importancia de la educación en el desarrollo de los pueblos es un concepto que ha compartido toda su vida y de manera amplia Jorge Enrique y como tal apuesta por aquello.

Se dice, y con marcada razón, que un pueblo educado tiene muchas más posibilidades de enrumbarse hacia el progreso que aquellos que no han tenido la oportunidad de hacerlo. Es indudable, y muy encomiable por cierto, la firme convicción de Jorge Enrique en torno a la gran importancia de la educación en los pueblos y como tal también la forjó en su entorno familiar; de ahí que su esfuerzo por ser cada día mejor se haya focalizado en poder brindar una educación de calidad a cada uno de sus hijos, consciente de que éste esfuerzo daría sus frutos más tarde, y así lo confirma hoy, cuando sus hijos e hijas han forjado su futuro, sus propias familias, convirtiéndose en hombres y mujeres de bien, con un legado de enseñanza y ejemplo que lo transmiten a las nuevas generaciones.

Ésa irrenunciable convicción por la formación educativa ha deparado profundas e invalorables satisfacciones a la familia Chávez Valarezo, como cuando participaron de la ceremonia de graduación de Gladys, la mayor de sus hijas. Sus ojos toman un brillo especial cuando recuerda el grandioso instante en que los hicieron pasar al escenario, junto a las autoridades, como padres del flamante bachiller, para que, juntos reciban el reconocimiento que le había sido conferido. Gladys no solo que fue designada la mejor egresada de la promoción; merced a sus dotes intelectuales y humanas le fue otorgado el reconocimiento de la mejor egresada de todas las promociones a la fecha del colegio La Porciúncula, una de las instituciones educativas de mayor prestigio en Loja, regentado por las Hermanas Franciscanas. El reconocimiento se engalanaba por el compañerismo y altruismo en las actividades cumplidas durante su permanencia en el colegio, lo que tenía una especial valoración entre sus compañeras de estudio.

La decisión tomada unos cuantos años atrás, por parte de Jorge Enrique y Elvita, de enviar a sus dos primeras hijas, Gladys y Miriam a estudiar en tan importante colegio fue por demás acertada, dado el prestigio de ésta noble institución educativa que mantiene un importante recorrido de vida institucional, formando mujeres de bien que han dado lustro no solo a Loja, si no a todo el país. “Las Panchitas”, que es como se conoce a las valiosas mujeres que se educaron y educan en La Porciúncula, han dado valía a la educación de éste plantel al ser hoy profesionales que aportan con esmero al aparato productivo nacional. Con tan preclaro ejemplo, luego seguiría la ruta trazada por sus hermanas, la tercera de las hijas, Mirna, quién también forjó sus estudios en este importante establecimiento educativo católico, aunque fue hasta el quinto año, ya que terminó sus estudios secundarios en la ciudad de Machala.

Haciendo un poco de historia, La Porciúncula, que  (en latín, Portiuncula; en italiano, Porziuncola) es una pequeña iglesia incluida dentro de la Basílica de Santa María de los Ángeles, en la frazione de Santa Maria degli Angeli (municipio de Asís), ubicada aproximadamente a 4 km de la capital municipal, en Umbría, Italia. Es el lugar donde comenzó el movimiento franciscano. El nombre Porciúncula significa «pequeña porción de tierra» y fue mencionado por vez primera en un documento que data de 1045, actualmente en los archivos de la Catedral de San Rufino, en Asís. Con este nombre también se denomina a la indulgencia plenaria que pueden ganar los fieles católicos el 2 de agosto (u otro día que designe el ordinario local para aprovechamiento de los fieles).

La Porciúncula y la basílica de Santa María de los Ángeles, junto a otros lugares franciscanos de Asís, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el 2000. Según una leyenda, cuya existencia se puede seguir con certeza sólo hasta 1645, la pequeña capilla de la Porciúncula fue erigida con el papa Liberio (352-66) por los eremitas del valle de Josafat, quienes habrían llevado al lugar reliquias de la tumba de la Virgen. La misma leyenda relata que la capilla pasó a poder de san Benito. Se conoció como Nuestra Señora del Valle de Josefat o de los Ángeles, refiriéndose esta segunda advocación, según algunos, a la Asunción de la Virgen a los cielos acompañada por ángeles; según otra opinión, se atribuye el nombre al canto de los ángeles que allí se escuchó con frecuencia.

Esta pequeña iglesia fue entregada, alrededor del año 1208 a San Francisco por el abad de san Benito de monte Subasio, con la condición de hacer de ella la iglesia madre de su familia religiosa. Estaba en malas condiciones, abandonada en un bosque de robles. La restauró con sus propias manos. En esta iglesia, el 24 de febrero de 1208, san Francisco oyó la llamada de Jesús para que eligiera una vida de absoluta pobreza según el discurso misionero del evangelio de san Mateo. También se convirtió en el hogar de san Francisco y pronto de sus primeros discípulos. En esta iglesia san Francisco fundó la orden de hermanos menores y desde ese momento nunca la han abandonado los frailes. El domingo de ramos del año 1211 San Francisco recibió en esta iglesia a Clara de Asís y la dedicó al Señor. Los capítulos generales, las reuniones anuales de los frailes, se celebraban en esta iglesia normalmente en Pentecostés, que cae en mayo o junio.  Sintiendo que se acercaba su final, San Francisco regresó a la Porciúncula en septiembre de 1226. En su lecho de muerte, el Santo recomendó la capilla a la leal protección y cuidado de sus hermanos. Murió en el ocaso del sábado, 3 de octubre de 1226. Después de su muerte, el valor espiritual y carisma de la Porciúncula se hizo aun mayor. Él mismo había indicado que la Porciúncula fue la fuente original de inspiración y el modelo para todos sus seguidores.

Aquí en nuestro país, existen colegios de la Porciúncula en Guayaquil, Quito, Esmeraldas y Loja . En ésta última ciudad fue donde Jorge Enrique y Elvita decidieron que estudiarían y se educarían sus hijas. El colegio está ubicado en las calles Bolívar y Colón, en la ciudad de Loja, la castellana ciudad ecuatoriana denominada con sobre de méritos  “la centinela del Sur”, y que recibe en su seno a la Congregación el 1 de Diciembre de 1941 para fundar el Colegio “La Porciúncula”. Las hijas de María Francisca de las Llagas y es que en este lugar educan a la mujer lojana y ecuatoriana; y como expresa su apostolado, para colmar de gloria a la población anhelante de ciencia y conocimiento espiritual, a través de la formación cristiana, intelectual y científica. Este es un establecimiento de carácter religioso, dirigido como tal, la formación de jóvenes señoritas para convivir con su entorno y resaltar el nombre de esta insigne ciudad que la vio crear y difundir el amor a Cristo y a las letras a través de la enseñanza.

Es indudable que una de las razones fundamentales para la incesante búsqueda de mejoras en las condiciones de vida de Jorge Enrique ha sido su familia, la educación y formación de sus hijos siempre fue uno de los objetivos forjados en un ambiente de armonía y tranquilidad familiar; por ello hoy Gladys y Miriam cumplen con el apostolado hipocrático en el área médica; Mirna buscó el camino de la jurisprudencia: Jorge, David y Vinicio siguieron los pasos de su padre en el fascinante mundo empresarial; en tanto que Hernán y Fausto –dadas sus carreras técnicas- han incursionado con gran acierto en la función pública, todo gracias a la constante preocupación de unos padres que siempre mantuvieron su entusiasmo porque la responsabilidad de criar a los hijos debe estar cimentada en la educación que se les otorgue ya sea ésta partiendo del núcleo familiar o complementándola con la impartida en las aulas de estudio.

Jorge Enrique no solo vivió grandes satisfacciones con sus hijos en el ámbito educativo; tanto él como Elvita siempre estuvieron al tanto de que todos su hijos, sin excepción, crezcan en un ambiente de paz y tranquilidad, que les permita irse mostrando como tales, entonces el apoyo era frontal en cada una de las actividades que emprendían, sean estas educativas, culturales o deportivas, todo siempre bajo el marco de respeto y cumplimiento de las normas de conducta establecidas desde dentro del hogar; de ahí que toda iniciativa nacida entre los chicos contaba siempre con el apoyo incondicional de sus padres.

En los setentas proliferaron en el país los programas televisivos infantiles, como los del recordado canal 10, hoy TC televisión, con producciones que mantuvieron por años la aceptación de grandes y chicos; tal es el caso del programa del Tío Jhonny, muy querido por los niños ecuatorianos de entonces que disfrutaban de sus segmentos como “la señora gallina”, concursos de música de donde surgieron los cantantes nacionales como Darío Javier; y, un evento que concitó la atención nacional e internacional: “El Rey de la cascarita” que, para entonces, ya tenía su monarca, un joven guayaquileño, Roder Aray, quien en su última exhibición había logrado mantener boteando al balón sobre sus pies por más de 10 mil ocasiones.

El Tío Jhonny era el nombre artístico de Juan Andrés Salim Facuse, uno de los primeros animadores de programas infantiles peruanos y que era identificado por su inconfundible saco a rayas y su sombrero de paja, indumentaria que habría sido inspirada en la usada por Maurice Chevalier, un famoso actor francés de películas musicales. Éste animador llegó a Ecuador luego de realizar un importante recorrido por medios televisivos peruanos y tras haber tenido uno que otro inconveniente con los gobiernos dictatoriales de la época, lo que lo habría obligado a buscar nuevos rumbos por el continente y Ecuador se mostraba propicio para el efecto.

De su parte, Roder Aray Soria, un guayaquileño surgido del populoso sector del Cristo del Consuelo, había practicado desde hace muchos años esta curiosa técnica de las cascaritas lo que le permitió alcanzar la fama a nivel nacional. Todo esto despertó la ilusión en dos niños santarroseños que no se perdían un solo programa del Tío Jhonny, mucho menos la sección del rey de la cascarita: Vinicio y Fausto Chávez Valarezo, en sus ratos libres practicaban hacer infinidad de cascaritas con el balón, primero frente a la pared, y luego con un dominio absoluto sobre la esférica, y siempre con una meta fija, la de superar y destronar al campeón reinante, algo que, en un comienzo se veía un tanto imposible de lograrlo, pero de a poco fueron encontrando los secretos en el dominio de la pelota, utilizando todos los recursos a su alcance, hasta lograr la perfección.

Primero Vinicio entregó la posta para que Fausto sea quien enfrente a Roder Aray, bajo su asistencia técnica; para el efecto se esmeró porque el futuro campeón cuente con el conocimiento y adiestramiento necesarios tanto en lo técnico como en lo físico. Ellos estaban conscientes de que para derrotar al campeón había que lograr resistencia y aquello equivalía a mucha concentración una particularidad que la lograron de a poco, era la clave para resistir y llegar a cumplir con el objetivo de superar el record existente, todo era esfuerzo basado en una máxima concentración.

Si bien Fausto era un niño de contextura frágil, sin embargo había recibido de manera oportuna los complementos vitamínicos necesarios para soportar exigentes esfuerzos físicos; además el joven asistente técnico consultó a expertos sobre las pociones y linimentos para fortalecer el músculo y se aprovisionó de los mismos aunque aquello le haya valido más de un susto como aquella vez en que se le aplicó linimento a las piernas de Fausto y éste sin consultar se metió a  la ducha, lo que lo mantuvo temblecoso por largo rato ante la reacción del linimento untado, un hecho que no pasó más allá de un momentáneo susto para estos empeñosos jóvenes que aún no habían comentado sobre el interés de participar en el concurso a sus padres.

Así, pocos días antes del cierre de inscripciones al concurso, Vinicio llega hasta el lugar de trabajo de Jorge Enrique y le hace saber a su padre de las condiciones técnicas de su pupilo con el balón explicándole con lujo de detalles todo el proceso que habían cumplido hasta la fecha; desde que naciera el interés por participar al observar a través de la caja del televisor el concurso, así como la cada vez más continuas prácticas hasta lograr el perfecto dominio de la pelota, por lo que aseguraron estar listos y dispuestos a convencer a su padre con una inmediata demostración.

Incrédulo accede a presenciar una improvisada exhibición de cascaritas en el patio de la casa y se queda gratamente impresionado ante la habilidad y resistencia del niño, por lo que acepta y mira como posible la participación de Fausto en el programa del Tío Jhonny en busca de derrotar al monarca de las cascaritas en el país. Sin embargo, y por esos imponderables que tiene la vida, un día antes del concurso, Jorge Enrique debe viajar hasta la ciudad de Guayaquil a despedir a su cuñado Franco Valarezo que partía hasta Canadá por lo que ése día, muy avanzada la noche, regresó del viaje hasta su domicilio en Santa Rosa, cansado del largo trajín por lo que opta por retirarse en forma inmediata a descansar, lo que a la postre complicaba la presencia de los niños ése día en el puerto principal.

Así, toda la familia se fue a dormir, apenados porque esta aspiración de los dos chicos se quedaba en el limbo. Sin embargo, en la madrugada doña Elvita despierta a Jorge Enrique para comunicarle que su pequeño hijo Fausto se encontraba inconsolable en la otra habitación desesperado por que se le estaban truncando sus anhelos de participar en el concurso y sobre todo porque el gran esfuerzo cumplido durante los muchos días de preparación no serviría de nada si finalmente no se participaría; sin contar con que también se percibía el convencimiento pleno de que era posible ganar.

Ésta situación inyectó fortaleza al agotado estado de ánimo del jefe de familia, por lo que inmediatamente le dijo a su mujer que arregle a los chicos y que, con un buen baño, estaría listo para viajar a Guayaquil, y así fue. Temprano en la mañana estuvieron a las puertas del canal de televisión solicitando la inscripción al concurso, por lo que fueron atendidos por un viejo conocido de las programaciones televisivas, Jorge Akel, quien receptó la participación del pequeño Fausto e inmediatamente presentó a la comitiva orense con el afamado Tío Jhonny.

A la hora de los retos, el escenario estaba con los ánimos encendidos y uno a uno iban desfilando los participantes que habían desafiado al campeón reinante; hasta que le correspondió el turno al pequeño Fausto Chávez que, muy decidido e increíblemente concentrado tomó el balón entre sus manos y con gran decisión empezó a hacerlo rebotar en su pié derecho ante la mirada escéptica de los presentes que no le daban mayor oportunidad al representante por la provincia de El Oro.

Entre incrédulos y asombrados, los asistentes y organizadores del evento vieron como Fausto sobrepasó la barrera de las 10 mil cascaritas y superaba al campeón; entonces el asombro se volvió duda y no faltaron quienes pretendieron advertir que las cascaritas no estaban conformes; situación que, tras ser analizada por los organizadores, no pasó y Fausto logró hacer la admirable cantidad de 20.160 cascaritas consecutivas, en medio del nerviosismo y emoción de Jorge Enrique y Vinicio que en forma permanente habían estado consultando a su pupilo si estaba bien, si quería continuar; pero de manera especial, si estaba en plena condición de continuar.

Al haber pasado la barrera de las 20 mil cascaritas, Fausto regresa la vista a su padre, como advirtiéndole de su satisfacción y dejó caer el esférico en la cifra final de 20.160 para inmediatamente ser tomado por su progenitor y fundirse en un largo abrazo satinado con lágrimas de emoción ante el gran logro alcanzado; es que era casi imposible llegar a creer que la frágil figura de Fausto haya logrado resistir, con valentía, tanto esfuerzo físico y que finalmente su sueño de ser el Rey de la Cascarita se veía realizado. Los ejemplos de de temple y decisión de su progenitor se mostraban a plenitud.

Santa Rosa, la provincia de El Oro, el país contaban con un nuevo Rey de la Cascarita…Serían días inolvidables para el pequeño Fausto y toda la familia Chávez Valarezo con incontables apariciones en medios de comunicación locales y nacionales; mucho más cuando el premio principal, consistente en 5 mil sucres fue invertido por completo en juguetes y entregados a los niños más pobres del cantón Santa Rosa, por propia decisión del nuevo monarca que, desde un comienzo había expresado que, si ganaba, su premio estaría destinado a los niños pobres de su cantón, en un gesto que fue motivo de elogiosos comentarios ante la gran sensibilidad del nuevo campeón.

Es el legado de Jorge Enrique, el ejemplo que siempre impartió en sus hijos y que también inmiscuye el de ser solidarios en cada instante de sus vidas, de ahí que la bondad y desprendimiento mostrado por el pequeño Fausto de compartir el fruto logrado merced a su enorme esfuerzo en el dominio de la número cinco no es más que el resultado del accionar que siempre lo ha caracterizado y que lo puso de manifiesto durante toda su vida; siendo sus más claros ejemplos las comunidades de la Ciudadela El Paraíso, así como la parroquia Jumón, donde la obra y huella han quedado para la posteridad.


















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Una comunidad que se
quedó en el corazón















“El desarrollo sostenido de la parroquia Jumón, durante los últimos años, en un 80% se lo debe a don Jorge Enrique Chávez, sin lugar a ninguna duda” afirma con total convicción Héctor Calvas, uno de los más representativos dirigentes de la zona cuando se le consulta en torno a la presencia de Jorge Enrique en ésta comunidad y su reconocida acción a favor de sus pobladores. No en balde fue declarado hijo ilustre, un colegio y una ciudadela llevan su nombre, se erigieron bustos en su honor tanto en el colegio como en el parque, lugar que, por cierto, también llevará su nombre; y es que el agradecimiento imperecedero ha sido la tónica entre los habitantes de esta ancestral comunidad, ligada no sólo a la historia del Ecuador, sino a la del mundo.

De acuerdo a la teoría poligenética del francés Paul Rivet, importantes culturas de Asia, hace varios milenios, llegaron a las costas del nuevo mundo a bordo de embarcaciones improvisadas. Así lo expuso este estudioso en su libro “Los orígenes del hombre americano”, basado en estudios lingüísticos y etnográficos. Ésta cultura, denominada Jomón,  habría viajado –según Rivet- al nuevo mundo teniendo una fuerte influencia en la cultura Valdivia, desarrollada en nuestro país allá por el tercer milenio antes de Cristo, cultura precolombina que se desarrolló en la costa occidental de Ecuador, con asentamiento en la península de Santa Elena, así como en las provincias de Guayas, Los Ríos Manabí y El Oro. En ésta última se cree que el sector de Jumón formó parte de éste asentamiento milenario… de ahí su nombre.

Más allá de sus orígenes, Jumón es un pueblo digno, noble y muy luchador, conforme concuerdan en calificarlo varios ciudadanos consultados y quizá hayan sido aquellas cualidades que incidieron para que Jorge Enrique llegase a tomarle un cariño casi paternal, asumiendo una adopción tan responsable como cuando se asume una empresa como la del matrimonio, y así lo reconocen los comuneños cuando aseguran que “nunca les ha fallado” recibiendo constante apoyo hasta en los momentos más críticos y por eso, lo menos que podían hacer, es guardar una infinita gratitud para con quien ha sido su benefactor, su guía; así lo confirma Walter Vásquez, presidente de la Junta Parroquial de Jumón, al afirmar que la relación que se ha mantenido con éste filántropo ciudadano no tiene límite para ser calificada, al haber mantenido un nexo de permanente colaboración con la parroquia y que se dio desde el primer día en que la conoció y pudo comprobar que se encontraba en completo abandono y decidió entonces brindar el impulso que se requería para emprender en su desarrollo como comunidad. Y un primer gran pretexto fue justamente el colegio, plantel de educación media que no existía, aunque ya se había hecho una serie de intentos por conseguirlo.

Jumón es una parroquia perteneciente al cantón Santa Rosa, cuya población no supera los 4 mil habitantes, con un asentamiento inicial un poco más al occidente y donde predominaban los apellidos Valarezo, Romero, Calvas, entre otros. “Muchos jumoneños, luego que salen de ésta tierra, ya luego ni se acuerdan de su terruño, por ello es del todo valedera la permanente presencia de Jorge Chávez, porque sin ser de acá ha sido por demás desprendido, querendón con nuestra gente y eso es valioso”, lo dice con total frontalidad un nativo del lugar.

Esto lo confirma Héctor Calvas, cuando recuerda con precisión el día que llegó Jorge Enrique a Jumón a entrevistarse con él y comunicarle que existía la seria posibilidad de crearse un colegio para la parroquia, que tanta falta le hacía. “Yo le dije, con una sonrisa a flor de labios, me da mucho gusto poder conocerlo en forma personal y de ésta manera, con una buena noticia. No quiero decepcionarlo, pero aquí han venido muchos políticos a ofrecernos el colegio y otras cosas sin que hasta la presente fecha hayan podido cumplirlo”, denunciando así una realidad que no solo ha sido de esta comunidad sino de todas en el sector rural, llenas de ofrecimientos, pero sin obras concretadas.

Sin embargo, un corto tiempo después llegó otra vez Jorge Enrique a la parroquia y pidió reunirse con todos sus pobladores para que se enteren que la comunidad ya tenía por fin colegio tras largas gestiones realizadas y el esfuerzo porque la palabra empeñada se vea finalmente concretada. Ahora correspondía trabajar de manera conjunta para arrancar con su funcionamiento; parecía que se comprobaba aquello de que la vida está llena de oportunidades y ésta era una que había que aprovecharla, mucho más cuando se trataba sobre el ámbito de la educación dada su trascendencia en el desarrollo de los pueblos.

Pero… ¿cómo es que logró tener la oportunidad de aportar a ésta comunidad con la creación de un colegio? Partiendo del hecho cierto de que la política existe en función del bien común –o al menos así debería ser para todo político-. Jorge Enrique decide aceptar la propuesta de Manuel Ávila, para entonces presidente provincial de la Democracia Popular, de ser presidente cantonal de dicha agrupación política, allá por el año de 1978, con una condición: Contar con todo el respaldo para que su paso por ésta faceta no sea efímero y pueda, de alguna manera, aportar con su gestión al fortalecimiento de la comunidad.

Siendo como es indescifrable el ámbito político debió, sin embargo, esperar un considerable tiempo para poder hacer presencia con el respaldo que había condicionado; hasta que a inicio de las décadas de los 80 surge la posibilidad de crear dos planteles de educación media para el cantón Santa Rosa, una inmejorable oportunidad de colaborar con la comunidad y tanto mejor en un área tan sustancial como la educativa. Su experiencia vivida como concejal en el cantón Piñas era un referente, entonces la actividad no le era del todo ajena.

Sus recorridos permanentes por las diferentes parroquias ofreciendo el kérex y diesel le permitieron palpar de cerca las múltiples necesidades de la población, de manera particular de un sector poblacional que, de a poco, se metería para siempre en su corazón. Él recuerda que, entre tantas necesidades que padecían estos pueblos, los jóvenes, junto a sus familiares, hacían grandes esfuerzos por continuar con su educación secundaria en la cabecera cantonal debido a que en el sector no existía un colegio que les permita seguir con sus estudios lo que a muchos truncaba sus aspiraciones ante la imposibilidad de solventar los ingentes gastos que aquello demandaba, por lo que no había más alternativa que aspirar a terminar la primaria y ser útiles en las faenas del jefe de familia.

El espíritu emprendedor de Jorge Enrique siempre se sustentó en que la educación es la  herramienta vital para el desarrollo de los pueblos, así lo aplicó con su familia y era justo hacer el mismo aporte con la comunidad. Entonces lo apropiado era crear un colegio en la parroquia Jumón, jurisdicción del cantón Santa Rosa para que los jóvenes del sector puedan seguir forjando sus sueños de llegar a ser profesionales útiles a la sociedad; la otra creación del plantel secundario sería para una comunidad cercana, la de San José; él reconoce que, dada su cercanía con la primera de las comunidades siempre estuvo presto a atender las necesidades de su naciente plantel.

Para la creación del colegio de Jumón la tarea fue dura, titánica si se quiere pero se luchó a brazo partido hasta lograr la tan anhelada creación. “Faltaban siete estudiantes para lograr el cupo necesario –eran mínimo 35- que permitía la creación del establecimiento educativo de enseñanza media; y no era que no habían los alumnos, era que las condiciones no lo permitían, porque no tenían los recursos económicos para pagarse la matrícula y por ende los uniformes y útiles escolares; la situación económica de la mayoría de la población rural apenas si le permitía subsistir y por lo tanto no existía la posibilidad de estudiar.

Aflora entonces otra de las facetas de Jorge Enrique, la del hombre altruista, desprendido, filántropo y querendón de su comunidad, y decide pagar las matrículas de los estudiantes para completar el cupo y no solo eso, también cumplió con el compromiso de dotarles de uniformes y útiles escolares para que puedan educarse en el naciente colegio. Así es como se crea el colegio en Jumón, en una acción que, de a poco, iría creciendo en beneficios para la comunidad; de hecho, luego la propia ciudadanía solicitaría que el naciente establecimiento educativo llevase el nombre de su impulsador, Jorge Enrique Chávez Celi, como finalmente se lo haría como justo reconocimiento para quien se esforzó y preocupó porque los jóvenes del lugar puedan acceder a su derecho irrenunciable y constitucional de educarse.

Claro, la comunidad, muy agradecida como estaba, debió poner todo el esfuerzo posible considerando que, para la época, los planteles deberían llevar el nombre de personajes ilustres ya fallecidos. “Yo no me quería morir, por lo que no me preocupaba el asunto”, recuerda con sarcasmo Jorge Enrique; sin embargo, tras varias gestiones de los comuneros, finalmente se logró que el colegio llevara su nombre, en retribución al aporte desinteresado puesto de manifiesto y que luego se prolongaría porque la gestión se encaminó también en concretar la llegada de las aulas, la conformación del cuerpo de docentes y, más adelante, implementación de laboratorio de computación, donación del estandarte del plantel, banda marcial, entre tantas otras cosas que, con desprendimiento y mucho cariño fueron entregados al novel plantel.

Pero esta preocupación por la comunidad no era nueva en Jorge Enrique, su capacidad de gestión ya había sido puesta a prueba ni bien llegó con su familia a la modesta Ciudadela El Paraíso, lugar en el que por nueve años consecutivos ocupó el cargo de presidente barrial. Aún recuerda con orgullo las largas faenas junto a su esposa preparando las guaguas de pan y la colada morada que luego eran vendidas a los fieles que acudían al cementerio de Santa Rosa en Día de difuntos y cuyos fondos estaban destinados en beneficio directo de la comunidad. Lamentablemente, recuerda Jorge Enrique, ésta experiencia dirigencial tuvo su fin, tras haber logrado varios propósitos como el de la construcción de la capilla, el alcantarillado, red de agua potable, mejoramiento de vías, etc.

Por eso nunca se le hizo cuesta arriba acometer en propósitos como el de conseguir un colegio para Jumón, ayudar con el abastecimiento de agua, mejorar la capilla de la parroquia, dotar de reloj público a la iglesia o implementar de computadoras y bandas marciales al colegio y escuela del lugar, tarea que siempre la ha cumplido junto a su compañera de toda la vida, Elvita, en una clara demostración de cómo es posible ser parte de una comunidad apostando hacia su desarrollo. Primero con educación para luego continuar con una serie de gestiones siempre mirando el bien común, favoreciendo a los que más necesitan; todo esto sin esperar nada a cambio, más que la grata satisfacción del deber cumplido.

“La gratitud aporta sentido al pasado, paz al presente y perspectiva al futuro”, ha afirmado, y con gran criterio, la periodista y escritora  Melody Beattie. Por ello, muchos lo aseguran, y con sobrada razón, que de todos los sentimientos humanos, el más efímero es la gratitud. A lo mejor haya algo de cierto en esta aseveración; aunque, por historia y tradición, los pueblos orenses siempre han sido gratos. Parecería hasta mentira, pero saber agradecer es un valor en el que pocas veces se piensa, más allá de lo que siempre nos han inculcado nuestros abuelos cuando, con refinada experiencia de manera permanente repetían: “de gente bien nacida es ser agradecida”.

Para algunas personas dar las gracias por aquellos servicios cotidianos es muy fácil: el desayuno, la ropa limpia, la oficina aseada, un favor recibido… Sin embargo, no siempre es así. Aunque en esto hay que aclarar un poco, cuando de recibir una obra de manos de un funcionario público o electo por el pueblo se refiere, si bien es digno ser grato, la obra entregada no es un favor, es una obligación. La gratitud implica algo más que pronunciar unas palabras de manera automática, sino que responde a aquella actitud que nace del corazón, en aprecio a lo que alguien más ha hecho por nosotros.

Esto implica también el entender lo que es ser gratos “no devolver el favor”: si alguien me sirve una taza de café no significa que después debo servir a la misma persona una taza y quedar iguales… El agradecimiento no es pagar una deuda, es reconocer la generosidad ajena, el desprendimiento espontáneo de quien tuvo la buena voluntad y decisión de servir, entendido sin pretender recibir nada a cambio –como en política, por ejemplo, con votos-.

Aquella persona agradecida busca tener otro tipo de atenciones con las personas, no piensa en pagar por cada beneficio recibido, sino en poder devolver la muestra de afecto o cuidado que tuvo. Una muestra sincera de agradecimiento proviene de un niño cuando con una sonrisa, un abrazo o un beso le agradecen a sus padres aquellos obsequios o presentes ¿De qué otra manera podrían agradecer y corresponder unos niños? Y con eso, a los padres les basta. En este sentido, estas muestras de afecto constituyen una manera visible de agradecimiento; la gratitud nace por la actitud que tuvo la persona, más que por el bien (o beneficio) recibido.

A lo largo de nuestra vida nos rodeamos de personas por quienes tenemos especial estima, preferencia o cariño por “todo” lo que nos han dado: padres, maestros, cónyuge, amigos, jefes… El motivo de nuestro agradecimiento se debe al “desinterés” que tuvieron a pesar del cansancio y la rutina. Nos dieron su tiempo, su atención, se preocuparon, o simplemente prodigaron su cuidado. Nunca hay que olvidar que, generalmente, el agradecimiento surge de un corazón grande, pero por sobre todo, noble que ha optado por hacer el bien sin mirar a quién.

No siempre contamos con la presencia de alguien conocido para salir de un apuro, resolver un percance o un pequeño accidente. ¡Cómo agradecemos que alguien abra la puerta del auto, para colocar las cajas que llevamos, o nos ayude a reemplazar el neumático averiado. El camino para vivir el valor del agradecimiento tiene algunas notas características que implican reconocer el esfuerzo de los demás cuando nos proporcionan ayuda, pero por sobre todo, acostumbrarnos a dar las gracias.

También es cierto que la gratitud es una actitud que nace de la humildad, no en balde la expresión de gratitud más simple que se conoce consiste en una mera sonrisa y un gracias, que le haga saber a la otra persona que su presencia, su palabra, su silencio o sus actos son importantes, y que de alguna manera ayudó con lo que hizo y qué mejor si lo hizo sin esperar nada a cambio, más que fortalecido por el sentimiento sincero de ayudar al prójimo. Se trata de demostrar respeto y de valorar lo que los demás hacen por los que realmente necesitan independientemente de cuál sea su motivación para hacerlo.

El agradecimiento sincero genera a su vez más agradecimiento, y es ahí cuando se produce lo que se llama ‘el billete de vuelta’, es decir, la respuesta que se dé a los demás y que forma parte de la satisfacción interna de quien obró en bien al saber que ha habido una respuesta, que el esfuerzo valió la pena, que ha existido lo que en comunicación se conoce como retroalimentación, que no solo el mensaje, la acción también llegó. Por ello Jorge Enrique, ante tanta muestra de agradecimiento recibida de parte de toda la comunidad de Jumón, asegura que le nace quererlos más, a esforzarse en ayudar en lo posible a que la comunidad prosiga en su desarrollo.

Aunque su origen es desconocido, en internet se puede encontrar ésta historia que tiene algo de común con las formas de agradecimiento que nacen del ser humano: “A una estación de trenes llega una tarde una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren se retrasará y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación. Un poco fastidiada, la señora va al kiosko y compra una revista, y en otra tienda compra también un paquete de galletitas y una lata de gaseosa. Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un periódico. Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una, comienza a comérsela despreocupadamente. La mujer se siente indignada.

No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a ignorarlo haciendo como que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galletita, la exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente. Como única respuesta, el joven sonríe… y coge otra galletita. La señora gruñe un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido.

Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo una última galletita. ‘No podrá ser tan caradura’, piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas. Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Y con una sonrisa amorosa le ofrece media a la señora. – ¡Gracias! – dice la mujer tomando con rudeza la media galletita.
 – De nada
– contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad. El tren llega. Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: ‘Insolente’. Siente la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas… !Intacto!.”

Así, es posible concordar en que el agradecer es una de las acciones más poderosas en la construcción, el mantenimiento y el enriquecimiento de las relaciones humanas. Hay muchas personas que en general son capaces de agradecer aquello que la vida les pone en el camino, son portadores de energía positiva, tienen gran capacidad de simpatizar en las relaciones sociales. Son personas sinceras y esencialmente sanas. Otras muchas parecen incapaces de conectar con la gratitud porque siempre se encuentran insatisfechas con lo que les sucede. Este tipo de personas abundan en nuestros días. Gran parte de la sociedad actual no entiende lo que es la gratitud, y esto es propio de actitudes débiles.

Cuantas veces los creyentes nos olvidamos de dar gracias a Dios. Muy diferente es la gratitud especulativa, que está basada en una cadena de favores. Es un tanto mezquina: “Hoy por ti, mañana por mí”. Son personas que llevan consigo el libro de contabilidad de favores que han hecho a lo largo de la vida: suelen ser egoístas. Así como “el movimiento se demuestra andando, el agradecimiento siendo agradecidos” y no olvidemos nunca que “es de bien nacida ser agradecida”.

La gratitud también puede ser expresada en la decisión de dar de lo que tengo al que lo necesita, como nosotros hemos recibido favores en otras ocasiones. El agradecimiento es sanador y enseña lo positivo y bueno de la vida; sin embargo también habrá que insistir en que la acción debe ser espontánea, que debe nacer sin ningún interés a cambio, simplemente como un verdadero afán de servicio. Estudios recientes muestran que las personas que son agradecidas se sienten más felices, tienden a ser más amables, se esfuerzan por ayudar a otros, son personas entusiastas, más saludables y con mayor determinación.

Entonces es valiosa y justa la actitud de la población de Jumón para con Jorge Enrique quien llegó por esos lares, según recuerda, distribuyendo a domicilio, de comunidad en comunidad, el kérex de uso doméstico. Ahí conoció a este pueblo humilde, pero muy honesto y servicial; a personas como don Alipio Calva y muchos más que, desde un inicio vieron las buenas intenciones de este gran ciudadano para con una comunidad que apenas si lo conocía, pero que aportaría y mucho para su posterior desarrollo. Hoy, al igual que ayer, las nuevas generaciones de jumoneños han constatado la calidad altruista de su eterno benefactor y han sido recíprocos reconociendo su accionar.

“Cómo no ser grato con don Jorge Chávez si ha sido todo generosidad para nosotros. Así esté atravesando por duros momentos en sus empresas, él siempre está colaborando con nosotros, preocupándose por ésta comunidad que tanto lo quiere”, asegura Walter, el presidente de la Junta Parroquial tras sentenciar que es en vida cuando se debe reconocer el valor y aporte de las personas, su trayectoria, su ingerencia en el desarrollo de los pueblos, que es exactamente lo que ha acontecido en ésta especial relación que, por años, ha mantenido Jorge Enrique con la parroquia de Jumón.

























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Despegue para
el progreso

















“Hemos encontrado el arma más efectiva para el conflicto armado, la paz…”, decía el ex presidente peruano Alberto Fujimori; mientras su par ecuatoriano, Jamil Mahuad afirmaba que su abuelo había sido combatiente en la guerra de 1941 y aquello tenía especial connotación en el momento especial que se vivía en ése instante. Era el 28 de octubre de 1998 cuando en Brasilia se firmaba el Acuerdo de Paz,  amistad y límites, poniendo así fin a 57 años de hostilidades que mantuvieron, por siempre, en zozobra a las poblaciones de ambos países. Quedaban atrás las permanentes angustias de las poblaciones fronterizas ante las amenazas de guerra, aquellas que, se sabe, se forjan en los escritorios o a nivel internacional con grandes inversiones en juego.

David Chávez recuerda uno de estos hechos, cuando en el último de los conflictos, en la década de los 90, que movilizó a miles de familias a otras localidades en busca de un lugar seguro porque se venía la guerra, llegó  a la casa de su padre y encontró a éste en la sala, sentado sobre un confortable mueble junto a dos escopetas que las había traído desde la camaronera de su propiedad y se las había arrebatado a los guardias. “aquí defenderemos lo nuestro a toda costa si atacan los peruanos” había sido su sentencia con tono firme y decidido. Y ahí se mantuvieron de manera estoica y patriótica, de la misma forma con la que aportó con víveres y vituallas a favor del contingente que siempre estuvo presto a defender nuestra heredad territorial.

Se decía, y con sobrada razón, que conforme uno se adentraba hacia el centro del país más se acentuaba el espíritu belicista de los ecuatorianos en época en que los orenses –y la totalidad de las provincias fronterizas- vivían bajo el imperio del fantasma de la guerra. Este fenómeno socio político, muchas de las veces alimentado por fuerzas extrañas, causó un grave daño a la región al frenar su desarrollo, una justificación que, por años, la usaron de manera egoísta los gobiernos de turno para evadir así su responsabilidad con una población que ha aportado y sigue aportando ingentes recursos al erario nacional. Tras casi dos décadas de haberse firmado este acuerdo de paz las cosas han mejorado sustancialmente a ambos lado de la frontera tanto en el ámbito comercial como de desarrollo mismo de estos pueblos; y aunque el texto mismo del acuerdo fue redactado por tecnócratas de ambos países amparados en un centralismo absolutista, sin embargo muchos de los postulados han permitido tomar impulso en varios frentes capaz de dotar de las políticas necesarias y lograr que la gran obra, relegada por casi sesenta años de abandono, llegue por fin.

Jorge Enrique en múltiples ocasiones había circulado por el sector de la pista de aterrizaje “Víctor Larrea Crespo”, y muchos de estos recorridos lo había hecho como parte del tránsito dominical en familia para degustar de los exquisitos platos preparados a base de mariscos, una de las características gastronómicas de Puerto Jelí y cuya vía pasa junto a la entonces pista de aterrizaje. Para entonces ya varias veces había hecho volar su imaginación, como un sueño esperanzador de, por qué no, plantear la necesidad de construir un aeropuerto digno para la provincia de El Oro, en la jurisdicción del cantón Santa Rosa.

Puerto Jelí, que tiene su historia como puerto de atracadero de embarcaciones de pasajeros que realizaban las travesías de antaño hasta la ciudad de Guayaquil, es hoy más bien un centro gastronómico, al igual como lo son Puerto Bolívar y Puerto Hualtaco, también en la provincia de El Oro. Geográficamente constituye un brazo de mar en la desembocadura del río Santa Rosa. La venta de platos típicos con mariscos se remonta a unas tres décadas atrás y desde entonces los fines de semana es muy visitado por gente de la provincia de El Oro, así como de otras partes del país que acuden a degustar de ésta especial gastronomía y cuya calidad ha traspasado ya los límites provinciales y nacionales. Todo esto es parte del entorno del anhelado proyecto de construcción del nuevo aeropuerto para la provincia de El Oro.

Y no había tiempo que perder, muchos eran los proyectos que se habían soñado por años para beneficio del cantón y la provincia pero que, gracias al centralismo y al oprobioso fantasma de la guerra, que por tantos años vivió la provincia de El Oro, se tornaron cuesta arriba concretarlos; uno de estos anhelos era de dotar de un aeropuerto de primer orden para la provincia y la región, considerando que el existente “Gral. Manuel Serrano”, ubicado en la jurisdicción del cantón Machala ya no prestaba las garantías y condiciones necesarias para ser catalogado como un aeropuerto de primer nivel, como se lo merecía la provincia de El Oro. Ya se habían señalado muchos sectores como lugares de construcción del aeropuerto, siempre cercanos a la cabecera provincial.

Por ello, a pocos meses de haberse firmado el acuerdo de paz, amistad y límites, para ser exactos, el sábado 26 de junio de 1999 se llevó a cabo una histórica audiencia que tuvo como escenario la residencia Chávez Valarezo, la Junta Cívica del cantón Santa Rosa, presidida por Jorge Enrique Chávez Celi se reunió con el entonces Ministro de Defensa y además presidente del Consejo de Aviación Civil, Gral. José Gallardo Román y en la misma se planteó la necesidad de que el nuevo aeropuerto para El Oro sea construido en la jurisdicción cantonal de Santa Rosa.

Como era de esperarse, y dada la entrañable amistad que unía al Gral. Gallardo con Don Jorge Enrique, el Secretario de Estado, tras escuchar los planteamientos esgrimidos y revisar la documentación de soporte entregada formuló su serio compromiso de realizar las consultas que sean del caso, así como los estudios definitivos para que un moderno terminal aéreo se construya en Santa Rosa, en el sector de la pista de aterrizaje “Víctor Larrea Crespo”, a un costado de la vía que conduce al tradicional y turístico Puerto Jelí.

En su justificación Jorge Enrique señaló al Ministro que esto se supeditaba en base a las diferentes resoluciones, así como el apoyo que fueron expresadas por las diferentes autoridades de la provincia como Gobernador, prefecto provincial y los alcaldes de los diferentes cantones, destacando el pronunciamiento surgido de las reuniones del 7 y 8 de febrero de 1999 en el marco del estudio y aprobación del Plan Estratégico para la provincia de El Oro ya se había estipulado que el aeropuerto regional para El Oro debería ser construido en Santa Rosa; así mismo el 17 de abril del mismo año, la gran Asamblea de la región sur, cumplida en Machala, emitió la Declaración de Machala y que, entre sus principales resoluciones, señalaba claramente “..respaldar el pedido para que, en la forma más inmediata, se haga realidad la construcción del Aeropuerto Internacional en Santa Rosa…”. A esto se sumó el informe del Gral. Oswaldo Domínguez, director general de la Aviación Civil en el que sugiere que las autoridades de la provincia y seccionales conformen un frente común para impulsar la ejecución de tan importante proyecto, promoviendo reuniones de trabajo conjuntas para concretar la construcción del aeropuerto regional.

De la memorable e histórica reunión-audiencia que concediera el Gral. José Gallardo participaron el señor don Jorge Enrique Chávez Celi y su esposa Elvita Valarezo; don Carlos Segarra, un ilustre santarroseño muy conocido y querido en su comunidad; Fernando Egas Noblecilla, joven y capaz profesional; Freddy Loayza Romero, en calidad de presidente de la Cámara de Comercio de Santa Rosa, quien a su vez cumplía las funciones de tesorero de la junta Cívica; el profesional de la arquitectura, Fausto Chávez Valarezo, como secretario de la Junta; además de la presencia del entonces párroco del cantón monseñor Ángel Sánchez Loayza, hoy Obispo de la Diócesis de Machala; así como don Gonzalo García Unda, connotado comunicador santarroseño Y Galo Betancourt, otro destacado profesional del cantón. Participaron de ésta reunión, además de los miembros de la Junta Cívica, Jorge Castro, presidente en ése entonces de la Comisión de Aeropuerto de la Municipalidad de Santa Rosa.

El Gral. José Gallardo, en su intervención ante la Junta Cívica de Santa Rosa, tras agradecer por la invitación, inició su intervención en forma muy frontal e indicó, para información de los presentes que, hacía pocos meses, ya se había dado una pre-resolución en la que se detallaba la construcción del aeropuerto en el sector de La Y de pasaje y Santa Rosa desde un tramo de la vía que va de Machala a Pasaje –donde se bifurca con la que va a Santa Rosa y desde ahí hacia el sur lo que comprende la vía que va a Pajonal, todo esto como resultado de un estudio técnico; sin embargo no se pudieron adquirir los predios ante la imposibilidad de acceder a los recursos económicos. Entonces, la propuesta santarroseña se mostraba por demás interesante debido a que la ubicación era equidistante con Tumbes, además se diferencia de la primera propuesta que buscaba situar al aeropuerto entre los centros más poblados, esto es Machala, El Guabo y Pasaje y más bien, la nueva laternativa, buscaba participación de los cantones de toda la provincia, incluidos los de la parte alta, en una muestra de verdadera integración. La aspiración de entonces era de que el aeropuerto no podía tener menos de 2.200 metros y contar además con un área de expansión que le permita llegar a los 3.000 metros, justamente pensando en las necesidades que podrían presentarse a futuro.

La idea de los gestores de proponer este proyecto para la construcción del aeropuerto regional para la provincia de El Oro, era de incentivar la producción orense en general, considerando la situación estratégica del cantón Santa Rosa equidistante con las diferentes zonas geográficas orenses; esto es, tanto para los cantones de la parte baja, como Machala, Pasaje, El Guabo; parte alta como Zaruma, Portovelo, Piñas, Atahualpa, Balsas, Marcabelí y Chilla; y los fronterizos como Huaquillas, Arenillas y Las Lajas. La generosa geografía orense se constituye en un Ecuador chiquito con zonas plenamente delimitadas como el altiplano –serranía-, litoral y la región insular conformada por cada una de las islas del Archipiélago de Jambelí, cuyo principal centro de atracción es la mayor de sus islas que lleva su mismo nombre.

Así mismo, la necesidad de poder contar con una terminal aérea que permita la adecuada y oportuna movilización tanto ciudadana como de los sectores productivos como camaronero, bananero, minero, floricultor, cafetero, cacaotero, etc., era otra de la prioridades a ser considerada por parte de las autoridades de gobierno que, sin embargo, siempre hicieron oídos sordos a este anhelado proyecto orense, hasta que, con la llegada del gobierno de Rafael Correa finalmente se concretaría. Cabe recalcar que ésta propuesta de construcción del aeropuerto regional en Santa Rosa le acarrearía una serie de inconvenientes a Jorge Enrique, como cabeza de la Junta Cívica y propulsora del proyecto, inclusive tuvo desaveniencias con el entonces alcalde de Machala, Carlos Falquez Batallas y con el mismo prefecto de la provincia, Montgómery Sánchez.

Jorge Enrique recuerda que, en una de las tantas visitas del presidente de la república a Santa Rosa, al poco tiempo de haberse posesionado, pasó con la caravana frente a su gasolinera que quedaba a pocos metros del puente sobre el río Carne Amarga, salió en el afán de interrumpirle el paso y recordarle que había aún en carpeta el proyecto de construcción del aeropuerto. La respuesta no fue inmediata pero si derivó en múltiples reacciones hasta que finalmente el gobierno decidió que era justo cumplir con éste viejo anhelo de los orenses, considerando que el tradicional aeropuerto de Machala ya no daba abasto.

Efectivamente, a inicios del año 2010 abrió las puertas el nuevo aeropuerto orense, y a la par se cerró el único andén del viejo aeropuerto “Manuel Serrano” de Machala cuya ciudadanía no vio más decolar aviones de pasajeros y más bien sus predios fueron propuestos para pasar a convertirse en un nuevo parque ecológico para el cantón Machala, proyecto que espera la decisión de las autoridades para cristalizarse. De su parte, el nuevo aeropuerto regional, tras varios retrasos abrió sus puertas con la esperanza de dar cabida a unas tres líneas aéreas –hoy presta servicio apenas una- con vuelos a la capital de la república.

Ésta moderna terminal aérea está asentada en un área de 120 hectáreas y tiene una pista de 2.400 metros y con una infraestructura muy similar a cualquier otro aeropuerto del país, considerándose las especificaciones y recomendaciones de calidad internacional; cuenta además con amplias vías de acceso que permiten una rápida y cómoda fluidez vehicular, conforme habían sido las aspiraciones y especificaciones del proyecto lo que la imagen de una moderna terminal aérea.

Sin embargo, más allá de haberse mejorado las condiciones de vialidad y desarrollo de la zona de influencia, el aeropuerto no está cumpliendo con las justificaciones para las que fue construido: No se cumplen los vuelos nacionales como tampoco ha habido la apertura para varias líneas operadoras de la transportación aérea; el anhelo de que se convierta en centro de operaciones aéreas para el sur del país y norte del Perú ha quedado solo en eso; es decir, los postulados con los que, de a poco, se fue forjando la idea de construir ésta nueva y moderna terminal aérea no han podido ser concretados.

Al parecer se han ido diluyendo tal y conforme se diluyó de la memoria de muchos el génesis mismo de este proyecto, la gestión que naciera de una entidad tan altruista como la Junta Cívica del cantón Santa Rosa y sobre todo de su principal mentalizador, Jorge Enrique Chávez Celi; y que tuviera eco en un coterráneo como el Gral. José Gallardo que cumplió las funciones de Ministro de Defensa con la misma entereza y responsabilidad como soldado de la Patria. Él tuvo una participación vital en la decisión que tomara el gobierno de entonces para construir un aeropuerto regional en el cantón Santa Rosa.

Si bien, tanto la participación de la Junta Cívica del cantón, a través de sus integrantes, con su titular a la cabeza, cuanto la decidida actuación del Gral. José Gallardo fue en función de impulsar el desarrollo de una provincia por igual, al parecer primaron más los intereses políticos y los cálculos electorales, que el justo reconocimiento para quienes, sin miramiento alguno y solo con el impulso patriótico, fraguaron con visión y civismo toda una gestión que, a la postre, permitiría concretar un anhelado sueño, un sueño esperanzador de que vendrían mejores días para una provincia por décadas relegadas a su justo derecho de surgir tal y como si lo ha pudieron hacer, en su momento, otros sectores de la geografía ecuatoriana.

Jorge Enrique recuerda con desazón como en una oportunidad, en la realización de la sesión solemne de aniversario en la parroquia Jumón, el alcalde de Santa Rosa señalaba que la construcción del aeropuerto había sido el resultado de la gestión de la autoridad cantonal y la calificaba como obra cumplida, aún estando presente quien en su calidad de presidente de la Junta Cívica de Santa Rosa, impulsara este pedido ante el entonces Ministro de Defensa, Gral. José Gallardo, en aquella histórica audiencia concedida en la residencia de los Chávez-Valarezo, allá en la Ciudadela El Paraíso.

Esto, se ha dicho, es una muestra fehaciente de cómo los intereses personalistas y cálculos políticos pretenden, muchas de las veces, trastocar el real rumbo histórico de los hechos y se torna oportuno otorgarle “al César lo que es del César”, reconociendo las patrióticas intervenciones de estos prestantes ciudadanos santarroseños que, investidos de un profundo civismo pugnaron por conseguir lo que, por justicia, los catorce cantones orenses se merecen.













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Emprendimiento, el
secreto del éxito












Los emprendedores cambian el mundo de los negocios, de manera paulatina, tal y como lo conocemos; ellos inciden en el impacto social y económico con su capacidad de convertir sus sueños en realidad. Job, uno de los principales emprendedores del mundo contemporáneo asegura que “Las grandes ideas que revolucionan el mundo son poco frecuentes –y difíciles de lograr-; pero ésa es la diferencia entre el soñador y el hacedor”. El emprendimiento ya es una cosa cotidiana en nuestros tiempos, de hecho existen programas gubernamentales que respaldan este tipo de iniciativas, lo que no sucedía en décadas pasadas donde el emprendimiento, a veces, quedaba en meras iniciativas.

Sin embargo, siempre ha habido emprendedores capaces de innovar, de aventurar, de buscar alternativas veamos algunos tan curiosos que a veces parece imposible que se hayan concretado. Tal es el caso que en 1975 Gary Dahl se hizo rico vendiendo piedras, eso sí, las metió en una caja con pajitas y adjuntó un libro de instrucciones. Escuchando a amigos que se quejaban de sus mascotas, creó el Pet Rock que duró el tiempo suficiente para convertirlo en un nuevo millonario.
Otro caso de no creer es lo que aconteció en el 2001 Byron Resse tomó una dirección cualquiera en el Polo Norte y haciéndose pasar por Papa Noél decidió cobrar 10 dólares por cada carta y con ésta idea, solo el primer año, tuvo una circulación epistolar que superó las diez mil cartas.
En 2007 un joven neoyorquino, Craig Zucker decidió comercializar el agua del grifo de Nueva York porque era buena y lo hizo embotellándola y poniéndole la etiqueta ‘ Tap’d NY. Purified New York City tap water’. Como para no creer, claro, en nuestro medio sería casi imposible embotellar el agua de la tubería. Sin embargo, no en balde se dice que cuando se sabe vender o emprender, si se decide a vender piedras, lo logrará.

Se conoce también de un caso muy particular y que lo publica Emprendedores News. Es el de Samantha Hess, una mujer de Oregón, está pagando sus deudas gracias a los abrazos que le vende a la gente en su tienda “Abrázate conmigo”. Una campaña que, hasta el momento, consiguió que 10.000 personas compren su afecto. Samantha le cobra a sus clientes (que deben ser mayores de 18 años) un dólar por cada minuto de mimos, realizados en una de las cuatro salas temáticas que hay en su local. Ella considera a su negocio un método de terapia autodidacta que ayuda a la gente a sentirse amada y cómoda. Sin embargo, les hace firmar un acuerdo a sus clientes en el que determinan que sean limpios, educados y que mantengan su ropa en todo momento.
“No hay servicios adicionales”, insistió. “No estoy interesada en eso. Se trata de hacer que la gente se sienta digna con lo que son hoy. Me encanta que los clientes se sientan aceptados y que sepan que no va a estar solos nunca más”. Una sesión de caricias regular con Samantha tiene una duración de una hora, pero los clientes son bienvenidos a reservar citas cortas de 15 minutos, y hasta un máximo de cinco horas. Hay entre cuatro y seis posiciones diferentes para elegir, ya sea en una cama o un sillón. Por razones de seguridad, las salas temáticas están equipadas con cámaras de seguridad. Todas las sesiones se graban en caso de que alguno de los clientes empiece a tener algún comportamiento incorrecto.
A pesar de que abrió el local hace poco tiempo, Samantha ha estado trabajado en esto desde junio del año pasado. “He hecho cientos de sesiones antes de abrir el negocio” comentó. “Mi clientela siempre fue muy variable. Tengo clientes que son obesos o sin extremidades. Algunos simplemente están mal porque recién se divorcian o porque están saliendo de una relación. Mientras que unos me hablan mucho, otros prefieren no pronunciar ni una palabra”. Para ayudarla con la creciente demanda de abrazos, ha contratado a otras tres mujeres. Las empleadas realizaron un programa de entrenamiento de 40 horas que Samantha diseñó. “El programa de formación demuestra quiénes son las apropiadas para dar este servicio, cómo guiar las sesiones y cómo debemos comportarnos nosotras con el cliente”, explicó. A pesar de contar con esa ayuda, ha tenido tantas solicitudes que a veces trabaja  hasta 12 horas por día. De hecho, los clientes tienen que llamar con semanas de antelación si esperan obtener una cita. “Ha sido una locura; a la gente le encanta el servicio”, finalizó.
Son tantas y diversas las formas de emprendimiento pero todas concuerdan en que lo primordial es tener la fe en uno mismo, saber de la fortaleza y decisión con que se cuenta para lograrlo y de la entereza para continuar ante cualquier obstáculo; todo esto va de la mano con la predisposición permanente al trabajo, al esfuerzo cotidiano, a la tarea diaria y fecunda que ennoblece al hombre. Y es que el emprendimiento y el trabajo van siempre de la mano, como una necesidad latente de producir, de aportar, ése ha sido el norte de Jorge Enrique, un emprendedor de cepa, incansable.
Y para esos emprendedores, en gran parte del mundo se rinde siempre un justo homenaje a los trabajadores en el mes de mayo que es un día clásico. –Aunque también es considerada fecha conmemorativa el 15 de noviembre al recordarse la masacre de los trabajadores guayaquileños que paralizaron sus actividades para reclamar un pago justo por la fuerza laboral, y cuya historia la perennizó el insigne escritor ecuatoriano Joaquín Gallegos Lara en su obra “Las cruces sobre el agua”-, como una muestra de respeto a los cientos de cadáveres que, se dice, fueron lanzados al río.

En el Ecuador las marchas y proclamas reivindicativas se escuchan en estas fechas y han supuesto un certero ejemplo del ejercicio de la libertad de expresión de obreros, campesinos y centrales sindicales, generalmente identificadas con corrientes políticas progresistas y de izquierda. Los avances sociales, la protección laboral y las demandas de mejoras salariales han sido expuestos de manera reiterada en fechas como la presente y aunque hay quienes que aún piensan lo contrario, la situación laboral en el país ha cambiado de manera sustancial en los últimos tiempos.

Millones de personas en todo el planeta, en búsqueda de opciones laborales o en pro de mejorar sus ingresos económicos, se aventuran a emprender en múltiples actividades, unas más esperanzadoras que otras, pero todas buscan el mismo objetivo, el de mejorar el nivel de vida. Son trabajadores individuales o creadores colectivos que lanzan nuevas ideas, las estudian y las multiplican, con lo cual generan fuentes de trabajo y riqueza y dinamizan la economía. Solamente con una mente abierta y con las herramientas adecuadas se puede salir adelante. El emprendimiento es el eje principal de la fuerza laboral, la iniciativa con  esfuerzo personal, el compromiso patriótico y la necesidad de sacar a la familia adelante y mejorar la calidad de vida constituyen el motor de estos emprendimientos y de sus efectos benéficos, que suelen expandirse por toda la sociedad.
El emprendimiento, sustentado en el trabajo fecundo y cotidiano tiene su soporte certero en la honradez, que no es otra cosa que la rectitud de ánimo y la integridad en el obrar. Quien es honrado se muestra como una persona recta y justa, que se guía por aquello considerado como correcto y adecuado a nivel social. Aquí afloran las sabias enseñanzas ancestrales. Nuestros abuelos nos enseñaron que la honradez es lo más importante a la hora de los negocios; o casos como el del individuo que encontró un maletín con dinero y documentos importantes en un taxi e hizo todo lo posible por contactar con su dueño: su honradez no me permitió dudar ni por un segundo.
La sinceridad (el apego a la verdad y a la expresión sin fingimientos) es uno de los componentes de la honradez. La persona honrada no miente ni incurre en falsedades, ya que una actitud semejante iría en contra de sus valores morales. Si un sujeto es honrado y quiere vender su coche, reconocerá los defectos del vehículo y no mentirá sobre su kilometraje. En cambio, una persona en la misma situación que no es honrada intentará distorsionar la realidad para conseguir más dinero, sin importarle los perjuicios que sus mentiras pudieran causarle al comprador. O también, la sinceridad juega un papel preponderante a la hora de los ofrecimientos en las campañas políticas, tal y como lo recordaran los comuneros de Jumón cuando se les participó de la posibilidad de contar con un plantel secundario. “Ya muchas veces nos mintieron”, dijeron.
La tendencia hacia lo recto y lo transparente siempre prevalece en el individuo con honradez y resulta aún más fuerte que cualquier necesidad. Cuando un hombre que no tiene trabajo recibe una propuesta ilícita para acceder a dinero fácil (robando, estafando, etc.), sólo su honradez hace que resista la tentación y se niegue a aceptar. En cambio, si el sujeto careciera de esta virtud, es probable que termine eligiendo el camino equivocado y se convierta en delincuente. Muchos autores y personas célebres de la historia han legado frases relacionadas con la honradez; veamos algunos ejemplos a continuación: “La honestidad es incompatible con amasar una fortuna“, Mahatma Gandhi; “Las valiosas presas convierten en ladrones a los hombres honrados“, William Shakespeare; “Es más difícil ser un hombre honrado ocho días que un héroe un cuarto de hora“, Jules Renard; “La honradez se detiene ante la puerta y llama; el soborno entra“, Burdett A. Rich; “En una palabra: para parecer un hombre honrado, lo que hace falta es serlo“, Nicolas Boileau.
Pero no es fácil. En un mundo donde la imagen es tan importante y su precio se paga en dinero, la honradez no suele hacerse muy presente en el día a día de nuestra especie. También hay que aclarar que los casos en los cuales el poder y la ambición seducen al ser humano y lo llevan por el camino de la deshonestidad no son propios de la actualidad; no importa cuán lejos viajemos en el tiempo, siempre hallaremos ejemplos de manipulación de la verdad, privación de la libertad ajena y violencia indiscriminada en pos de un fin que, para quienes lo perseguían, justificaba los medios. Por ello es importante la educación, así como las buenas costumbres impartidas desde el seno del hogar que abonarán el espíritu de las personas desde sus primeros años de vida, fortaleciendo los valores e impidiendo formar un deshonesto en potencia. He ahí la importancia del ejemplo de los padres hacia los hijos.
Así como el emprendimiento va de la mano con el trabajo, éste no puede estar sin la honradez, y aquello aún en nuestros días es posible apreciarlo, como el caso  que aconteció hace poco tiempo con un policía en servicio pasivo destinado a uno de los cantones de la parte alta de la provincia de El Oro y que fuera reconocido por ayudar a los vecinos, detectar malos elementos dentro del barrio y ofrecer acciones inmediatas para dar solución a problemas que  surgen en esta importante región del país.
Contó alguna vez, con marcado orgullo, cómo encaminó a un ciudadano que había caído en las garras del alcohol. “Hoy es un ciudadano que lleva más de dos años sin beber. Es un ejemplo a seguir y  siempre estamos en contacto para que no desmaye”, afirmó sacando pecho. Este honesto oficial siempre fijó su preocupación por el alto consumo de drogas  y alcohol en jóvenes, lo que le motivó a desplegar sus esfuerzos y promover conversatorios preventivos en escuelas  y colegios del cantón.  Afincó sus expectativas también en los infantes y es así  que planificó charlas a  niños desde los 5 años de  edad en normas de seguridad como una forma de garantizar su traslado  hacia los respectivos centros educativos. Así, podríamos enumerar infinidad de casos en que es posible acoplar emprendimiento con trabajo y honradez, una fórmula que es posible aplicarla y mejorar ostensiblemente el nivel de vida de las personas.
Eso es lo que hizo exactamente Jorge Enrique durante toda su vida, desde que quedó huérfano cuando solo tenía nueve años de edad, un niño que apenas sí entendía el significado de la vida, pero que sin embargo supo sobreponerse, levantándose con firmeza si caía y mirando siempre adelante soñando en un futuro esperanzador, fortaleciendo su temple emprendedor al seguir los consejos que siempre le impartió su madre, Matilde, aquel ser abnegado que lo fue todo en su vida. También a ella atribuye su acrisolada honradez que le permitió concretar cada uno de los emprendimientos por los que transitó y que hoy le ha permitido saborear las mieles del éxito junto a su familia que es, a la postre, su mayor riqueza.










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La familia, una
bendición de Dios
















Mano a mano, codo con codo jugarán niños con niños, adultos con adultos con niños para ir superando las pruebas que, con cada fin de año varios miembros del clan Chávez-Valarezo se reúnen, y que son elaboradas en el marco de  las olimpiadas familiares; es una actividad que religiosamente se cumple todos los años y que reúne a cada uno de los miembros de la familia para confraternizar, para unirlos más, compartir anécdotas y experiencias y así hacer mucho más sólida la unidad que impera en ésta familia que tiene como pilares a Jorge Enrique y Elvita Valarezo de Chávez.

Es toda una cita integracional muy divertida y emotiva a la vez que convoca a madres, padres y abuelos para que pasen momentos de gran esparcimiento junto a sus hijos. Es la fecha especial y esperada que cada año la familia Chávez-Valarezo tiene para confraternizar en un reencuentro que se ha hecho toda una costumbre y que sus iniciadores aspiran continúe por siempre y para siempre.

Estas olimpiadas nacieron justamente para eso, asegura Jorge Enrique, para mantener latente el lazo familiar, pues a la par con el crecimiento familiar va aflorando la necesidad de fortalecer al grupo y qué mejor manera que convocándolos cada año a disfrutar de momentos inolvidables en el que chicos y grandes compitan y departan a la vez. Los tradicionales juegos familiares para los niños, así como las disciplinas deportivas para los adultos van a disputa, sana y hermanada en un ambiente de marcada calidez familiar.

Y es eso lo que más emociona a Jorge Enrique, el ver congregada a su prole, por ello se enternece tanto cuando valora la influenza familiar en su accionar. “Ha sido la más grande bendición que mi Dios me ha dado”, asegura mientras en sus ojos afloran un brillo propio de la sensibilidad de los hombres de gran corazón. Y recuerda a sus nueve hijos –uno falleció a los 40 días de nacido y se llamó Jorge Hernán-, evoca el nacimiento de sus tres primeras hijas Gladys, Mirian y Mirna y cómo su espíritu varonil aspiraba también a poder contar con la presencia de un hijo varoncito en la familia su anhelo se cristalizó y se multiplicó por cinco, porque en enseguidilla llegaron Jorge; Hernán; David, Fausto y Vinicio, completando el círculo familiar calificado como de bendición por sus querendones padres.

Como ya se destacó en un capítulo aparte, las tres hijas tuvieron la oportunidad de educarse y sobresalir en el colegio La Porciúncula, de la ciudad de Loja, donde Gladys fue investida con los más altos honores que otorga este plantel a su mejores estudiantes, al haber sido abanderada y desfilar en las festividades de Loja, algo que lo llena de orgullo y no se cansa de recordarlo, pues evoca los momentos en que las autoridades del plantel, en el marco de la sesión solemne, reconocieron en forma pública las virtudes de su hija, por lo que reitera, “cómo no ser un agradecido de Dios, con la calidad de hijos recibidos”.

Él asegura estar plenamente satisfecho por los logros conseguidos por cada uno de sus hijos que, a su manera, han podido destacar en cada una de las actividades emprendidas, coronando tanto las rutas trazadas por ellos como la que se propusieron como padres y se esmeraron al máximo porque nada les faltara capaz de truncar sus sueños, sus esperanzas y yendo mucho más allá, perfeccionándose en sus profesiones, como es el caso de la propia Gladys que hizo un masterado en Argentina quien ejerce la medicina, al igual que Mirian; en tanto que Mirna es abogado en libre ejercicio.

Hernán ejerce la ingeniería civil y ha ocupado cargos importantes en la función pública como el de director provincial del MTOP; mientras que Fausto, el arquitecto de la familia, -resalta su trabajo en el diseño y remodelación de la residencia familiar-, fue en su tiempo director del Miduvi. Jorge, David y Vinicio optaron por la empresa privada y hoy por hoy, al igual que su padre, son prósperos empresarios camaroneros, siguiendo, todos ellos el ejemplo y valores impartidos por sus padres, convirtiéndose en hombres y mujeres de bien, útiles a la sociedad. De hecho, Jorge, tal y como lo fuera su padre, ha incursionado en la dirigencia empresarial con gran acierto.

Pero sin duda que ésta familia, a decir de Jorge Enrique, cuenta con un bastión fundamental y que es la presencia de Elvita, a quien le otorga un ciento por ciento en su participación e influencia para el gran desarrollo que ha tenido la familia Chávez-Valarezo, de quien dice muy regocijado es todo para él, no en balde siempre la consideró como su brazo derecho y valora su sapiencia y paciencia a la vez al haber sabido prodigar los consejos necesarios para cada uno de sus hijos. “Ella ha cumplido con un papel muy importante en la crianza y educación de sus hijos”, sentencia con admiración y respeto, pero con ese amor supremo compartido por el lapso de más de seis décadas.

Por ello reconoce que todo el esfuerzo conjunto de los padres puesto a favor de los hijos Chávez-Valarezo ha logrado sus frutos y cada uno de los consejos impartidos lograron calar en la conciencia generacional y no solo que se ha quedado en los hijos, los receptores de la tercera generación también han dado muestras de ser portadores de grandes valores y por ello son también gratos y reconocen la gran labor gestada por sus abuelitos. Al respecto Jorge Enrique afirma que todos los seres humanos en el momento que nacen lo hacen sin nada y conforme va creciendo recibe las enseñanzas y consejos de sus progenitores en torno a lo bueno y lo malo de la vida, sobre todo inculcando el apego al estudio.

Es importante, asegura, mantener el nivel de modestia, pues no porque se logró algo en la vida ya se es diferente de las demás personas, olvidando sus orígenes. Casos como el de personas que llegan a desconocer a sus viejas amistades e inclusive a los propios familiares por su condición de humildes, son muy comunes luego de que tuvieran la fortuna de llegar a coronar con éxito tal o cual negocio. “En ésa situación jamás estarán los miembros de mi familia, porque somos gente tan honesta como sencilla que, eso si, nos hacemos respetar y nos damos el sitial que nos corresponde”, asevera en tono pausado pero con esa energía que le ha permitido salvar grandes obstáculos en su vida.

En todos los emprendimientos asumidos, asegura, la familia ha sido fundamental, pues sin ésa armonía que siempre ha existido no hubiese sido posible coronar con cada uno de los propósitos, con los sinsabores y problemas como en todo hogar existe, pero con la convicción de que para coronar la cima hay que estar unidos, permanecer siempre juntos. Evoca sus inicios como peluquero, su llegada a Santa Rosa, ya en calidad de fotógrafo, el entusiasmo familiar cuando entró a funcionar el bar “El Polo”, luego su incursión en la venta de combustibles, la actividad camaronera y hasta la instalación de la concesionaria de vehículos siempre requirieron de la participación de todas y de todos los miembros del núcleo familiar.

“Lo que mis hijas y mis hijos son hoy en día es lo que siempre esperé de ellos, hombres y mujeres respetuosos y honrados porque siempre les inculqué esos valores. Desde muy pequeñitos se les enseñó a respetar y saludar a todas las personas adultas, sin distingos de ninguna naturaleza y aquellas enseñanzas que siempre fueron complementadas por su madre, han dado los frutos que anhelábamos”, afirma Jorge Enrique seguro de que las enseñanzas impartidas desde el seno del hogar son indispensables en la formación de los futuros individuos, corroborando con aquello de que es sustancial que los chicos forjen su educación, primero en valores y respeto desde la casa y luego los fortalezcan con estudio desde las aulas de clases.

Todos estos ejemplos impartidos y asumidos como núcleo familiar permitió a Jorge Enrique forjar un futuro promisorio para los suyos conforme siempre fue el  motivo que lo impulsaba a asumir cada uno de los emprendimientos en los que incursionó; por ello concuerda con cada uno de los conceptos y características que en torno a la familia se han esbozado a lo largo de la historia, porque la familia constituye, siempre será así, el elemento indispensable para el desarrollo social de los pueblos, su avance productivo, su crecimiento.

La familia es la primera escuela de virtudes humanas, que todas las sociedades necesitan; por medio de la familia se introduce en la sociedad civil a las personas. Es por ello necesario que los padres consideren la importancia que tiene la familia en la formación de futuros ciudadanos, que dirijan el destino del país, considerando que la educación es un proceso artesanal, personalizado, en donde se educa uno a uno; no puede hacerse industrialmente, por lo que solo puede hacerse en el seno de la familia.

También es necesario desarrollar aspectos importantes relacionados a la formación de la familia, lo vital de difundir los valores a los hijos, la importancia que tiene una familia para crear mujeres y hombres de bien, los tipos de familia, entre otros. En este núcleo familiar se satisfacen las necesidades más elementales de las personas, como: comer, dormir, alimentarse, etc. Además se prodiga amor, cariño, protección y se prepara a los hijos para la vida adulta, colaborando con su integración en la sociedad.

La familia, es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del estado. Nuestro país, la Constitución Política de la República ampara a la familia y otorga las herramientas necesarias para su desarrollo como núcleo de la sociedad. La familia supone una profunda unidad interna de dos grupos humanos: padres e hijos que se constituyen en comunidad a partir de la unidad hombre-mujer.

Toda familia auténtica tiene un "ámbito espiritual" que condiciona las relaciones familiares: casa común, lazos de sangre, afecto recíproco, vínculos morales que la configuran como una verdadera unidad de equilibrio que influye en la sociedad. La familia es el lugar insustituible para formar al hombre-mujer completo, para configurar y desarrollar la individualidad y originalidad del ser humano. La unión familiar asegura a sus integrantes estabilidad emocional, social y económica. Es allí donde se aprende tempranamente a dialogar, a escuchar, a conocer y desarrollar sus derechos y deberes como ser humano.

La familia, su unión, su vivencia de afecto, comprensión, ayuda permanente, motiva a cada uno de sus integrantes a crecer en un ambiente sano y a formarse como persona única e irrepetible. Todas las personas al sentirse rodeadas de seres queridos que las hagan sentir importantes, logrará con mayor motivación el alcance de sus metas. Por tanto, si se logra transmitir a cada persona este sentimiento de "familia", se propagará como el "deber ser" dentro de nuestra sociedad. Siempre el bien primará sobre el mal y está bajo nuestra responsabilidad el determinar qué nos ayuda a ser mejores personas para transmitirlo a nuestros hijos, familiares y amigos.

La familia es una institución que existe por derecho natural, porque es el más natural y espontáneo de los grupos humanos, por lo tanto, tiene primacía de ser y de derecho frente a cualquier otra institución o grupo de hombres. La familia es una Comunidad de Personas cimentada en el amor recíproco de sus miembros (padre, madre e hijos), tiene como fin engendrar seres humanos, satisfacer de manera subsidiaria sus necesidades físicas y espirituales, educarlos, potenciar su naturaleza humana, incorporar a sus miembros a la sociedad y al trabajo para propiciar el bien común. Es un conjunto de personas que conviven bajo el mismo techo, organizadas en roles fijos (padre, madre, hermanos, etc.) con vínculos consanguíneos o no, con un modo de existencia económico y social comunes, con sentimientos afectivos que los unen y aglutinan.

Entonces, cómo no estar satisfecho de todo lo logrado, porque no hay mejor forma de decir las cosas que haciéndolas y porque una acción vale más que mil palabras y ésa es la resultante de toda una vida consagrada al trabajo y la familia por quien siempre tuvo como rumbo el trabajo en base a esfuerzo y dedicación, siendo honesto –primero consigo mismo- y seguro que todo emprendimiento es posible de lograrlo si existe de por medio la voluntad suficiente como para seguir adelante sin importar los obstáculos y con la idea siempre latente de que los límites se los impone uno mismo. Así es como Jorge Enrique forjó su destino y que hoy le depara enormes satisfacciones.

“Gracias a mi esfuerzo y el de mi familia hoy tengo la posibilidad y satisfacción de viajar, de conocer otras latitudes de disfrutar de las bonanzas que Dios me ha permitido tener”, cuenta, tras indicar que su esfuerzo y trabajo le permiten en los actuales momentos vivir con todas las comodidades que la modernidad permite y es algo que lo complace sobremanera porque, tras varias décadas de esfuerzos y sacrificios, puede darse uno que otro gusto, siempre en compañía de su más valiosa pertenencia, su familia.

“Algún día, no muy lejano –pero tampoco muy cercano- que tenga que marcharme de este mundo, me voy con la frente en alto y muy satisfecho por todo lo que he realizado”, recalca con optimismo Jorge Enrique y rescata que ha valido la pena todo esfuerzo realizado, pero por sobre –algo que no suele expresarlo- muy orgulloso de haber pasado por este mundo y de haber dejado buenos frutos, y lo que es relevante, dejando grandes huellas en cuyo camino aspira sigan transitando las actuales y futuras generaciones.