Biografía de Jorge Enrique Chávez Celi
Sueños de Esperanza
Marco
A. Rodríguez Reyes
Síntesis
Dicen que los sueños se cumplen conforme las oportunidades
se presentan y son prolijamente aprovechadas. Ésta es una historia contada por quien
ha tenido como único norte el trabajo y la superación permanentes y que ha
querido dejar reseñada la historia de su vida para la posteridad, como un claro
ejemplo a seguir para las actuales y futuras generaciones.
Es también una lección de vida de cómo es posible enfrentar
las pruebas que depara el destino con valentía, con optimismo, pero por sobre
todo con decisión y entereza, bajo la firme convicción de que por más arduo y
tortuoso que sea el sendero es posible caminar, tropezándose y levantándose,
sin perder el tesón, el coraje, la decisión indómita de ser alguien en la vida.
La tenacidad de Jorge Enrique para con los devaneos de su
existencia demuestran los esfuerzos inagotables de quien, con aventura, trabajo
y honradez, supo labrarse un camino a fuerza de sacrificios; formar una sólida
y respetable familia; y sobre todo, ser parte del aparato productivo con gran
acierto.
Así es como se podría describir, brevemente, la historia de
su vida, de cómo los sueños pueden tomar impulso hasta convertirse en realidad
y donde el protagonismo pasa a ser parte de la historia misma. Una historia
esperanzadora que quedará como ejemplo de vida, con una importante
particularidad, ha sido realizada en vida, como un justo homenaje a su
protagonista; también cuenta, sin duda, la satisfacción profunda al haber
podido ser el vínculo directo para que éste libro se convierta en una anhelada
realidad.
Agradecimiento
Un imperecedero agradecimiento a cada uno de los miembros de
la familia Chávez-Valarezo por su valioso aporte, así como su deferencia al
trabajo realizado. A mis hijas, generosas críticas de ésta nueva faceta que
adelantó su llegada.
Mi
especial tributo al trabajo denodado,
la
honradez y la superación
de los
hombres de bien.
1
Madre hay
Una sola
Sus ojos se humedecen de tristeza y los recuerdos lo embargan de melancolía obligándolo a hacer una
pausa para continuar dialogando. Es el momento en que Jorge Enrique evoca con
nostalgia el doloroso instante en que conoció sobre la muerte de su madre; un
hecho trascendental que lo marcaría para el resto de su vida. “Lo tengo tan
claro en mi recuerdo, como si hubiera sido ayer, y ya han pasado muchos años de
aquello”, sentencia con marcado dolor.
Matilde Chávez fue todo en su vida y su partida sumió en la
desesperación el frágil entendimiento de un niño que apenas si empezaba a
tomarle gusto a su existencia, pues no concebía el tener que enfrentar la vida,
junto a sus dos hermanos, sin el amparo maternal; pero por sobre todo, su
confidente, su horizonte, su vida misma no estaba más y eso le afectó, pero no
truncó sus sueños, sus esperanzas.
De hecho, la aventura y el emprendimiento han sido el
horizonte para tan particular familia, la de Jorge Enrique Chávez Celi, que en
1935, cuando él tenía apenas tres años de edad, emprendió viaje hasta la ciudad
de Guayaquil, en busca de mejores días; sin importar los sinsabores que podía
deparar un medio un tanto ajeno, casi extraño a sus costumbres, pero a tono con
sus aspiraciones. Era su segunda vez, aunque sin saberlo pues, por esas cosas
del destino ya antes la familia estuvo por la metrópoli; de hecho Jorge Enrique
tiene como lugar de nacimiento el puerto principal, ahí recibió –como todo buen
católico- las aguas bautismales para, años después, recibir la confirmación en
su querida Piñas.
Aunque era otro Guayaquil al de hoy, constituía la gran
ciudad que abría sus brazos como abanico a la infinidad de migrantes que
llegaban de todas partes del país, reflejo del Ecuador de entonces, con sus
propias y particulares características. Los años 1930 y 1940 fueron marcados
por políticos populistas, surgía el nombre de José María Velasco Ibarra; y
recordados por hechos trascendentales, como aquel enero de 1942, en el que Ecuador
suscribe en Brasil el llamado Protocolo de Río de Janeiro ("Paz, Amistad y
Límites") para terminar una guerra con el vecino país, Perú; en adelante
la provincia de El Oro estaría asediada por un solapado fantasma de la guerra
que nos atosigaría como región, frenando el derecho al desarrollo, por otros 65
años…pero esa es otra historia.
En su afán por
establecer las condiciones de vida más óptimas para la familia, deciden volver
a la provincia de El Oro, ésta vez a Zaruma, de donde son oriundos los Chávez;
sin embargo, por ésas grandes cosas que tiene el destino, mientras se
trasladaban a ésta colonial ciudad, deciden hacer una parada en Piñas, donde
finalmente se afincarían, una población que, para entonces, tenía un horizonte
trazado y era el de la emancipación política y que, tras duros batallares,
conseguiría luego su cantonización.
Aún se rememoran las pugnas entre zarumeños y piñasienses
ante la insistencia de los segundos por conseguir la erección cantonal. Es
fácil reseñar historias de rivalidades e iracundos encuentros entre ciudadanos
de estas dos poblaciones, como también vínculos amorosos que desafiaron tan enconado
rechazo y que a la postre aportaron para germinar la semilla de tolerancia
entre estos pueblos hermanos. La cantonización de la altiva y denominada
Orquídea de El Oro finalmente llegaría un 8 de Noviembre de 1940. Hasta la
canción-himno de la provincia de El Oro tiene su parte en esta justa aspiración
del pueblo de Piñas con Carlos Rubira
Infante, músico y compositor guayaquileño, autor de la letra de “Venga conozca
El Oro”, pasacalle que fue escrito antes de la cantonización y por lo tanto, en
un principio no aparecía en la letra y que el compositor alguna vez contó le
ocasionó alguno que otro problemita. Hoy, la historia y el tiempo han corregido
esta injusticia.
La ciudad, entonces, prestaba todas las condiciones para
arrancar, como familia, en la búsqueda de mejores días. Piñas tiene su encanto
propio, similar al de las ciudades de la parte alta de la provincia de El Oro,
sus empinadas y adoquinadas avenidas le dan el toque aquel de ambiente
serraniego. Es lo maravilloso de esta región dueña de un clima encantador y
pródiga en actividades productivas. En Piñas, como en casi todas las
poblaciones del altiplano orense, aún se respira el ambiente pueblerino
matizado con ese aire de tranquilidad e impregnado del café colado, del bolón
de verde con maní, del roscón, de los bizcochuelos, del manjar de leche, pero
por sobre todo de la amabilidad y calidad de su gente, una cualidad que es
innata entre los orenses es la hospitalidad de su gente y algunas regiones,
como ésta, se la percibe más que en otras.
Si hay algo que lo llena de alegría recordar a Jorge
Enrique, sin duda, es su niñez a la que la califica, sin pensarlo, como
estupenda, única…lo mejor de sus recuerdos producto del amor de una madre
abnegada, doña Matilde Chávez, que las hizo de sostén de la familia y pilar en
el crecimiento de sus hijos: don Carlos Efraín, quien fuera conocido
funcionario público y que ocupara altos cargos en la provincia, como el de Jefe
Político del cantón Machala; don Jorge Enrique, el protagonista de ésta
historia, un empedernido emprendedor y filántropo; y don Hernán Augusto, un
ilustre ciudadano dotado de grandes atributos, todos ellos forjados con el
temple del acero para poder haberse convertido en hombres de bien.
La época, la cultura y las particularidades mismas del
entorno propiciaron que esta familia forje sus aspiraciones en éste sitio, lo
que se complementaría con la llegada a la vida sentimental de Matilde de don
Miguel Ochoa, ícono de aquellos personajes de antaño, autodidacta y con la
calidad innata de buena gente. Ellos unieron sus vidas y juntos emprendieron un
nuevo desafío. Para quienes vivieron en el siglo pasado y parte del mismo, es
fácil evocar a quienes, unas veces en bicicleta, otras a pié, con maletín en
mano y bien presentados, visitaban los domicilios prodigando cuidados médicos,
aplicando inyecciones con las ya desaparecidas jeringas de vidrio, sanando
enfermos y hasta extrayendo piezas dentales si ése era el caso. Gozaban de una
enorme credibilidad y eran muy respetados.
Pero don Miguel era más que eso. Prodigaba atención sin
mirar a quien, como cumpliendo a cabalidad el decálogo hipocrático tan venido a
menos en los últimos tiempos en lo que asistencia a la salud humana se refiere.
Aquí no primaba el mercantilismo, sino un verdadero afán de servicio a los
necesitados, como cumpliendo un apostolado
destinado solo para los elegidos y cuando el dolor ajeno no es
indiferente.
Miguel Ochoa era una especie de médico empírico, sacamuelas
y hasta consejero matrimonial que nunca condicionaba su atención con la
situación económica de sus pacientes que, por cierto, los compartía con otro
ilustre piñasiense, don Luis Moscoso –a quien luego se le reconocería su incuestionable
aporte a la comunidad al ponérsele el nombre al Hospital del cantón-, y ésta
cualidad y solidaridad a la hora de atender a sus pacientes necesitados eran posteriormente
recompensadas por los agradecidos marchantes que en su siguiente visita
llegaban con productos de las cosechas de la temporada y hasta con exquisitas
golosinas caseras, en retribución y agradecimiento a la atención dispensada.
Con Miguel, Matilde tuvo cuatro hijos más –uno falleció- y
juntos se esforzaron para que la niñez de los Chávez y Ochoa sea del todo
placentera. Los juguetes tradicionales como el trompo, las bolillas, balón de
fútbol, triciclo, bicicleta, etc., se complementaban con vistosos y artísticos
carros de madera que eran los favoritos de los niños de la época y que, por
cierto, causaban una especial afición en el pequeño Jorge Enrique. Estos
atractivos juguetes de madera eran motivo de especial atención no solo por la
laboriosidad puesta de manifiesto, sino que también permitían soñar con llegar
a tener uno de verdad; como parte de sus sueños de niño que, estaba seguro con
esfuerzo, llegaría a lograrlos.
Cuánta felicidad en los niños de entonces sumergidos en las
prácticas de los juegos tradicionales, ajenos a la tecnología de la modernidad;
con el favor y presencia de los espacios verdes para hacer volar la imaginación
junto a las cometas o tramar una travesura mientras se jugaba a las escondidas.
Esto sumado al respeto a Dios y los semejantes completaban la existencia matizada
de humildad en un ambiente sano, sin mayores injerencias externas. Si hay algo
en lo cimenta Jorge Enrique su formación y accionar en la vida es sin duda la
gran formación cristiana que profesó; de hecho se cataloga como un ser humano
muy creyente, cualidad que también la inculcó a su descendencia.
Es la niñez feliz que evoca Jorge Enrique centrada en los
juegos, los mimos de su madre Matilde y la generosidad de Miguel que incidían
en un transcurrir de los días desinhibidos, sin preocupaciones de ninguna
naturaleza, era el marco propicio para que la familia se fortalezca, se
desarrolle y todo matizado por el ambiente de paz de una ciudad que siempre se
caracterizó por su hospitalidad. Todo esto, así como las buenas costumbres
impartidas, sin duda, influirían en la formación de este joven visionario por
siempre, pero de manera especial forjaron su temple de emprendedor.
Por esas cosas de la vida, y cuando todo transcurría en
aparente normalidad, inesperadamente, Matilde sufre un quebranto en su salud, y
muy delicada debe ser movilizada de urgencia hasta la ciudad de Guayaquil en
busca de atención médica especializada y, pese a la insistencia y los
presentimientos que rondaban por su cabeza, Jorge Enrique es obligado a quedarse
en Piñas junto a sus hermanos. Para ésa época, el tortuoso viaje consistía en movilizarse en
carro desde Piñas a Buenaventura; de aquí en acémila hasta Piedras y desde éste
lugar en ferrocarril hasta Puerto Bolívar donde la travesía continuaba en
barco.
Los viejos camiones al mando de diestros conductores que
desafiaban las curvas y los barrancos, así como el invalorable aporte de los
arrieros para las avanzadas en acémilas; la presencia del ferrocarril, una gran
obra –hoy rescatada- del Viejo Luchador y las somnolientas, pero emocionantes,
travesías por mar en barcazas como el recordado y mítico “Jambelí” y el Olmedo,
pusieron siempre la tónica de aventura en los viajes hasta la Perla del
Pacífico. El traslado de más de 10 horas hasta Guayaquil tenía su mayor tensión
en el sector de “la travesía”, frente a la Isla Puná, donde el oleaje desafiaba
el temple hasta de los más valientes.
Ni las súplicas, ni la gran afinidad que unían a madre e
hijo fueron suficientes para convencer a Matilde de llevar con ella a su hijo,
y Jorge Enrique, que había viajado hasta Buenaventura acompañando y tratando de
convencer a toda costa a su madre durante el trayecto, debió entonces hacer el
viaje de retorno con don Pancho Carrión, dueño y conductor del “Rey de la
cuesta”, uno de los pocos camiones que hacían éste recorrido con pasajeros,
quien aprovechó el trayecto de regreso a casa para consolar a su acongojado
pasajero que no aceptaba el hecho. Era como que algo en su interior le decía
que debía estar junto a tan amado ser, que no debía dejarla sola.
No pasaba los nueve años de edad cuando su madre debió
movilizarse a Guayaquil por aquella inesperada enfermedad y la familia se había
quedado en medio de la incertidumbre y a la espera de noticias. Mientras los
días transcurrían Jorge Enrique y sus hermanos continuaban sus vidas en medio
de las inquietudes propias de la niñez, bajo la atenta mirada de su abuelita
materna, doña Amelia Celi, quien profesaba una profunda religiosidad; muy
católica como era, jamás se permitía el atrevimiento de irse a dormir sin antes
haber rezado el Santo Rosario, rutina que la hacía generalmente con la
participación del entorno familiar inculcando así a todos el respeto a Dios, siempre
basado en la solidaridad y la humildad.
Pero Amelia no solo era eso, también tenía como cualidad particular
una bondad sin límites, de aquellos seres profundamente humanistas, muy
servicial, pero por sobre todo muy querendona, que asistía al prójimo las veces
que fuesen necesarias; en definitiva, de aquellas personas que nacen con vocación
asistencial y que como se diría, dueña de ése ingrediente que tanta falta les
hace a los actores políticos de nuestros tiempos, de siempre…el verdadero afán
de servicio al prójimo sin esperar nada a cambio, sin condicionamientos de
ninguna naturaleza.
Y fue justo una amiga cercana de Amelia, compañera de largas
tertulias religiosas, quien llegó hasta el domicilio de los Chávez en aquel día
que marcó la vida de Jorge Enrique. Ataviada con un fúnebre traje negro tuvo el
encargo de avisar a la familia que Matilde había fallecido, que no resistió el
tratamiento del que en búsqueda a la ciudad de Guayaquil. Jorge Enrique
califica al momento como difícil de narrar, inesperado, como un sueño hecho
pesadilla. El tierno entendimiento del pequeño, con apenas nueve años, no
lograba asimilar cómo podían darse de este tipo de cosas. Cuando todo era
felicidad y alegría Matilde debía partir para no volver.
Sus pensamientos se ofuscaron y en un arranque de despecho
incontrolable pensó hasta lo peor con su existencia. El profundo dolor que
adormecía su corazón se propagó al resto de los miembros de la familia. El
temor y la angustia que tuvo cuando su progenitora viajó a Guayaquil se habían
convertido en una terrible realidad que lo llenaba de pesar; un fulminante
cáncer uterino se llevaba un ser estupendo quitándole el anhelado objetivo de
ver crecer a sus hijos, las condiciones limitantes de la época, en el área de
la atención médica en este tipo de casos, no permitieron prolongarle la vida
como tampoco el intempestivo viaje en busca de sanación dio el resultado
esperado. Una parte de su ser se iba también con quien le dio la vida misma.
Madre hay una sola y tras la muerte de Matilde vinieron
entonces los días duros, en los que había que trabajar para subsistir, donde no
importa la edad ni lo que se sabe, importa el temple, el coraje, la decisión y
entereza para acometer en lo que sea. La lucha por la subsistencia empezaba y
el espíritu aventurero salía a flote para marcar el camino hacia la superación,
en busca del progreso. Era de aquellos momentos en que la unidad y solidaridad
de la familia debe recurrir al aporte de todos, incluidos los más pequeños que,
lamentablemente, debían truncar sus aspiraciones de estudios para incorporarse
al sustento familiar, dejando así de ser una preocupación y una carga.
Era un momento difícil, sin opciones más que las de contar
con alguna oportunidad de trabajo donde los buenos ejemplos heredados junto a
cualidades como la honradez y responsabilidad llegarían para quedarse por
siempre en la conducta y personalidad de éste joven luchador. Su abuelita
Amelia y la tía Rosa Amelia, -ésta última tenía como oficio la peluquería- se
esforzaron al máximo para sostener la crianza de los chicos, pero no era
suficiente. Urgía poner su aporte, aquel granito de arena que era indispensable
en aquellos momentos, no había otra salida.
Serían Jorge Enrique y Hernán Augusto quienes, haciendo suyos
el pensamiento de Machado… ”caminante no hay camino, se hace camino al andar”,
se entusiasmarían ante la primera propuesta de trabajo que tuvieron. Cosechar
arroz en una chacra en el sector de Piedras fue lo primero que hallaron a mano
y no titubearon. Aquí sus tiernas edades –alrededor de los doce años- no fueron impedimento alguno para enfrentar,
de igual a igual, la jornada de trabajo con duchos peones que, muchas de las
veces, los doblaban en edad. Sus inicios en la actividad laboral se habían dado,
era un primer paso que había que asumirlo con responsabilidad y dedicación.
Con destreza y sin vacilaciones estos arriesgados
jovencitos, aún niños, cumplieron con cada una de las tareas impartidas y muchas
de las veces, tras cumplir con su semana de trabajo, recibieron sus pagas con
partes de las cosechas que luego eran comercializadas en las tradicionales y
añoradas ferias de la parte alta. Las jornadas de trabajo, como todas las del
campo –la quema del monte, el desbroce, el arado, así como la siembra, cuidado
y cultivo de los productos del campo, recuerda Jorge Enrique, eran labores arduas
y empezaban muy temprano, antes de que salga el sol y casi siempre con lluvia
pertinaz. Así se iba formando un hombre que a punta de sudor y denodado
esfuerzo forjaría un gran futuro.
El cultivo y cuidado de las chacras de arroz y maíz así como
las huertas de café fueron por algún tiempo el medio de subsistencia de estos
intrépidos jovencitos que habituaron sus vidas a levantarse a las cinco de la
mañana, desayunar a las seis, almorzar a las 10.30 y disfrutar de una suculenta
entredía a las cuatro de la tarde, una costumbre innata de la campiña
piñasiense y que dotaba de energía a la gente que labraba la tierra.
Conocido es que el campo generalmente mantiene productividad
por temporadas y por ende no constituye una actividad permanente, una situación
que era incómoda y nada esperanzadora para quienes se habían propuesto no solo
conseguir el sustento diario, sino también una puerta de salida a la superación
personal y familiar; por lo que la tía Rosa Amelia propone a Jorge Enrique
enseñarle el noble oficio de peluquero, una actividad que, reconoce, nunca fue
de su completo agrado pero, como esos buenos estudiantes que buscan la
excelencia, esmerándose mucho más en las materias que menos les gustan, se
esforzó siempre por aprender bien y captar cada uno de los secretos en el arte
de cortar el palo y afeitar la barba para, luego de asimilar todos los
conocimientos, brindar un servicio de primera. La peluquería es uno de los más
nobles oficios artesanales y que tiene la intrincada misión de mostrar lo más
pulcra la apariencia de los clientes que requieren de un corte de cabello, una
afeitada –o como hoy en día sofisticados cortes o un a-b-c completo en la
apariencia personal-, de ahí su importancia en la vida de los pueblos.
Lejos estaba de pensar que ésta sería la actividad que le
depararía importantes vivencias pues le permitió aventurarse para llevar su
diestro arte a otras partes del país, como es el caso del mismo Guayaquil,
donde se fue a trabajar después de haber sido, por algún tiempo, operario en varias
peluquerías de Piñas, de grata recordación una en particular, la de su inolvidable compadre Luis Jarrín
quien, por cierto aún realiza uno que otro corte de manera ocasional, a sus
conocidos clientes, aquellos que mantienen la tradición del peluquero de
cabecera; y él, sigue vigente como resistiendo al paso inexorable del tiempo.
El ambiente era otro, la visita a la peluquería era el
momento propicio, y el ambiente así lo permitía, para departir experiencias,
compartir comentarios sobre la realidad local y nacional, leer los periódicos,
discernir sobre fútbol, entre otras cosas. Las peluquerías de aquella época se
caracterizaban por el penetrante olor a esencias con que se preparaban las muy
usadas brillantinas –que impusieron estilo a una época- y colonias, fragancias
especiales que se adquirían, generalmente, en el sector del tradicional y
emblemático parque La Victoria de la ciudad de Guayaquil.
Es un adagio de los viejos y tradicionales peluqueros que
éste noble oficio si bien no llena de riquezas, a la familia del peluquero
nunca le faltará el alimento diario en la mesa del hogar, así como para
solventar, de manera permanente, la crianza de los hijos. Es que la profesión
es tan antigua como la humanidad misma aunque se dice que fue en la cultura
egipcia en que comenzó a dársele notoriedad. En la era moderna, por el 1805 se
conoce de la creación de la primera peluquería de atención a caballeros en
Londres, desde entonces este vital servicio se expande por todo el mundo;
Ecuador y nuestra provincia no serían la excepción.
Por ello Jorge Enrique se tomó muy en serio la actividad
desde sus inicios. Antes de atender a sus primeros clientes hizo causa común
del oficio y se esmeró por conocer sus secretos; entonces había que ser
cuidadoso con la navaja por lo que una de las prácticas consistía en
desplazarla por entre los dedos, luego de haber sido severamente afilada en la
lengüeta de suela, denominada con propiedad “la correa del peluquero”, con sumo
cuidado y evitando cortarse. Así se perdía el miedo pero, por sobre todo, se
salvaba el pellejo de los clientes. Las respetadas navajas de acero, que
pendían de uno de los costados de los tradicionales y reclinables sillones de
peluqueros o del mismo mostrador, hoy han sido reemplazadas por una herramienta
portacuchillas cambiables que dejaron en el olvido el sigiloso sonido que
emitían al deslizarse por el afilador de cuero.
No faltaron los acomedidos que se prestaron para la práctica
del debutante y terminaron con cortes de cabello para la risa, literalmente
trasquilados, pero todo eso sirvió para compenetrarse con esta nueva actividad
que, a priori, marcaría un nuevo rumbo en la vida de Jorge Enrique. Ésta trascendental
parte de su inclusión laboral como diestro de la tijera y la navaja tiene como relevancia
que, en gran medida, su naciente clientela fue recomendada por la hacendosa tía
Rosa Amelia que gentilmente cedía trabajo al peluquero en formación y que
permanentemente enviaba parte de sus clientes, que a la postre pasarían a ser
de su joven sobrino.
Aquí destaca el gran don de gentes de Lucho Jarrín, cuando
se dio el inmejorable momento en que le correspondió ir a este taller a
trabajar en calidad de operario. Con Don Lucho, quien luego sería el compadre
de toda la vida de Jorge Enrique, no solo fueron colegas de oficio, fueron
grandes amigos y califica a ésta amistad de valedera por donde se la mire,
considerando la calidad de persona de éste gran maestro de la peluquería que lo
impulsó a seguir hacia adelante, inculcándole a no retroceder en su andar, más
que para tomar impulso.
Habiendo adquirido práctica con las tijeras y la navaja y por
ende un toque de prestigio en su trabajo, el espíritu aventurero de Jorge
Enrique vuelve a ponerse de manifiesto y decide ampliar horizontes con un nuevo
viaje hasta el puerto principal, un nuevo encuentro con el gran Guayaquil,
donde debería contactar con su querido hermano Carlos Efraín, quien había
tomado rumbo anticipado por esos lares. Nuevamente el emprendimiento y la
aventura salen a flote en este arriesgado joven que nunca tuvo el más mínimo
temor al fracaso, siempre optimista de cada paso que daba y el camino apenas
empezaba.
Aunque era muy joven y aún no cumplía la mayoría de edad, a
su llegada a la gran ciudad tuvo la suerte de encontrar trabajo como operario
en una peluquería de propiedad de otro joven peluquero que, al verlo dar sus
primeros cortes de cabello y afeitadas, le ofreció todos sus conocimientos y
prematura experiencia para forjarlo en ésta práctica; sus virtudes y cualidades
se habían puesto de manifiesto y eso empezó a abrirle puertas. Y no defraudó,
hacendoso y empeñoso como era, se esforzó al máximo por cumplir no solo al pié
de la letra con los consejos que sobre cortes y afeitadas les eran trasmitidos,
sino que estaba al tanto de las necesidades propias del taller, cuyo jefe y
propietario supo reconocer estas manifestaciones de trabajo. Jorge Enrique
recuerda que el jefe era estricto al extremo, de manera particular para con su corte de cabello personal, tarea
que terminó dándosela a la novel estrella del taller.
Transcurrieron varios meses de permanencia en la ciudad
puerto hasta que el recuerdo de la familia, su cariño por el hogar lo hacen
meditar, por lo decide volver a su querida Piñas, junto a sus seres queridos.
Siempre recuerda y pone énfasis al hacerlo, su espíritu aventurero, ávido de
trabajo, pero por sobre todo muy ahorrativo. En alguna ocasión, y siendo muy
joven, Matilde, su idolatrada madre, recompensó sus buenas acciones con la
entrega de veinte centavos que, gracias a la diosa fortuna que llegó acompañada
de los clásicos ruleteros de feria, los convirtió en cuarenta centavos del
desaparecido Sucre que inmediatamente procedió a entregárselos a su progenitora
para que se los guardara. Ella, mirándolo tiernamente presagió: “vas a ser muy
bueno para el ahorro y te felicito. Sigue así que llegarás muy lejos”.
Estando en esta ciudad se enamora de la que sería su
compañera de toda la vida, Elvita Valarezo, la quinta de siete hermanos, a
quien conoció siendo ésta muy joven, “frisaba los 17 años y trabajaba en un
clínica odontológica frente a la peluquería”, evoca ella nostálgica y denotando
ése sentimiento filial para su amor de siempre. Sin embargo ésta historia de
amor tiene su especial antecedente debido a que Jorge Enrique estaba
reponiéndose de la reciente ruptura de un noviazgo, de varios años, cuya pareja
para entonces había condicionado la
vigencia de la relación con propuesta de matrimonio de inmediato, caso
contrario ella se casaría con otro pretendiente que de un tiempo a la época la
había estado asediando y que, por cierto, era algo mayorcito; advertencia que finalmente
terminó cumpliéndola, por lo que Jorge Enrique se había quedado,
sentimentalmente, solo.
Los padres de Elvita, Don Querubín y doña Celina eran
pilares de una respetable familia oriunda del hoy cantón Atahualpa, cuya
cabecera cantonal es Paccha, otra población muy típica de la región,
predominantemente ganadera. Don Querubín fue un conocido arriero y guía de
camino, muy querido y conocer por hacer esta tarea tan necesaria cuando el
progreso y la presencia de las carreteras aún les eran indiferentes al sector
de la parte alta de la provincia de El Oro. Los pacchenses son también conocidos
con el apelativo de “brujos” en virtud a ésa característica propia de los
ecuatorianos de jugar con los apodos y sobrenombres a las regiones, a su gente.
“Ella me embrujó con sus encantos, con su ternura”, asegura
mientras sus ojos reflejan ése destello propio de las miradas de enamorados que
han logrado subsistir por más de seis décadas de convivencia matrimonial. Por
ello Jorge Enrique dice haber hecho lo correcto al fijarse, como un flechazo a
primera vista, en Elvita, a quien conoció gracias a un primo de ésta, Alberto
Valarezo, que los presentó y a quien de buenas a primeras lo reconoció también como
primo ante la grata impresión de éste primer encuentro. Y no solo que lo hizo
primo político, el destino forjaría esta gran amistad también el plano político,
porque también fueron concejales que, por esos devaneos de la vida, les tocó
asumir este compromiso con la comunidad de Piñas años más tarde.
Y es que el servicio a la comunidad también ha sido una de
sus cualidades, que a futuro le depararía grandes satisfacciones, como cuando,
más adelante, Jumón, una rústica población santarroseña, se quedaría para
siempre en su corazón, toda vez que los parroquianos lo adoptarían como a su
hijo predilecto, merced a una serie de acciones que, de manera desinteresada y
desprendida cumpliera, y sigue cumpliendo, por el lapso de muchos años y que
con justicia y de manera oportuna le han sido merecidamente reconocidas.
Compañeros de bohemia y estimación recíproca, Alberto y
Jorge Enrique, en una de aquellas jornadas en que la amistad y hermandad se
ponen de manifiesto, habrían proclamado un pacto de verdaderos caballeros, el
de ser los padrinos de matrimonio de uno y otro y como; y, al parecer ya había
un compromiso en camino, entonces Alberto sería el fijo padrino para este
matrimonio que se mostraba a puertas, porque así le nacía, un sentimiento tan
puro que no lograba otra explicación más que había encontrado al amor de su
vida, la que sería su compañera para el resto de su vida.
La atracción hacia Elvita se mantendría y crecería con el
transcurrir de los días, y a priori vendrían luego repentinos abordajes a la
salida del trabajo donde, entre sobresaltos, lograban intercambiar una que otra
palabra, compartir ocurrencias o delatadoras sonrisas de aceptación, hasta que
en una noche marcada por el romanticismo, cobijados por la luz de luna, en un
ambiente de frescura nocturna, él llegó hasta la acera del domicilio de su
amada junto a su trío de músicos para cantarle sobre el sentimiento que
guardaba para ella en su corazón. Muy tradicionales eran para entonces las
serenatas bajo el balcón, en una época marcada por la galantanería y Jorge
Enrique sabía también expresar sus emociones a través de la música de muy buena
manera.
El arriesgado Romeo, hábil como era con la guitarra, había
convocado, con la debida antelación, a los miembros de su grupo: Alberto
Valarezo, Miguel Ramírez y Milton Silva y juntos cantaron y recordaron temas de
Los Panchos, formidable trío mexicano surgido en la década de los 40. Canciones
como Historia de un amor, Sabor a mí, Sin un amor, complementadas con el
inmortal valse Alma, corazón y vida formaron parte del repertorio que
confirmaría las sanas intenciones de Jorge Enrique para con Elvita: Ella quedó,
como no podía ser de otra manera, quedó cautivada por tan especial deferencia; Jorge
Enrique, junto a su grupo de músicos, investidos como estaban de su espíritu
bohemio alargaron la jornada hasta juntos ver rayar la aurora extasiados en los
fríos amaneceres piñasienses.
“…Alma para conquistarte, corazón para quererte y vida para
vivirla junto a ti..” fue la canción plato fuerte de la noche y por ende el
mensaje central de la serenata y así lo asumió él, porque en el mismo día, horas
más tarde, tras reponerse de la larga jornada bohemia, se acercó hasta el
domicilio de los padres de la joven amada. Ahí fue recibido por doña Celina, la
madre de Elvita a quién le expresó: “señora, quiero decirle con todo respeto
que hasta hoy trabaja su hija, porque me voy a casar con ella”, ante la mirada
atónita y emocionada de la pretendida que asombrada esperaba la reacción de su
progenitora quien se limitó a decir: “Vaya hijita, parece apareció quién ha
decidido lo que va a ser tu futuro”. Tres meses duró este corto y bien centrado
noviazgo y tal como lo hiciera con los votos matrimoniales Jorge Enrique y
Elvita unieron sus vidas para amarse y protegerse mutuamente por el resto de
sus vidas.
Ella, desde entonces, ha sido su compañera, su amiga, su
confidente y como él mismo lo afirma con convicción… su mano derecha. Juntos
iniciaron un largo trajinar, asimilando buenos y malos momentos, sobrellevando
inconvenientes normales como en todo matrimonio; pero por sobre todo con la
seguridad de que donde hay amor verdadero el perdón tiene su real valor, si se
lo expresa con sinceridad. “Como en todo hogar han existido desaveniencias y
uno que otro problema, pero hemos sabido sobrellevarlos con amor, y por sobre
todo con tolerancia”, afirma Elvita, segura de haber hecho su mejor elección
como mujer.
Si se ama de verdad se perdona por completo, pero enmendando
procederes; así lo cree con firmeza, con ésa certeza propia de las matronas
dueñas de toda una experiencia adquirida con lo vivido y al haber procreado
nueve hijos –ocho de ellos viven-: Gladys, Miriam, Mirna, Jorge, Hernán, David,
Fausto y Vinicio. Una numerosa familia de la que se sienten tan orgullosos por
lo que es hoy, cuando ya han hecho sus vidas y reflejan el cuidado y amor que
siempre prodigaron sus padres.
“Han sido tantos y tan seguidos que siempre me mantenían
ocupada porque... o estaba embarazada… o
tenía tarea con niño en brazos”, recuerda con gracia Elvita tras confirmar que
a todos sus hijos los crió y los ha querido por igual y como tales todos
significan un verdadero orgullo para estos querendones padres que han sido guía
y ejemplo no solo para su prole, lo son tanto para sus hijos como para las
generaciones posteriores que siguen con respeto y admiración cada uno de los
consejos y acciones de tan experimentada pareja.
Juntos estuvieron en todo emprendimiento, y Elvita estaba
presta a ayudar, ya sea cuando tuvieron un taller de alquiler de bicicletas
donde la muchachada frecuentaba el local para sentir el viento sobre sus
rostros al maniobrar a estos frágiles vehículos; o cuando Jorge Enrique
incursionó en otra de las actividades que le deparó enormes satisfacciones, la
fotografía. Ella ayudaba en el revelado y en la enfundada de las fotos ya
elaboradas. Recuerda, aún emocionada, el viaje hasta Guayaquil, en barco, para
comprar las bicicletas de medio uso. “Me la pasé mirando la inmensidad del mar
durante toda la travesía, sin poder dormir era una mezcla de emoción y
preocupación”.
Y su preocupación, mezcla de ansiedad y angustia se
sustentaba por la peligrosidad propia de la travesía que tuvo su nefasto
acontecimiento la Navidad del año 1973, cuando la motonave Jambelí, que cubría
la ruta Guayaquil-Puerto Bolívar-Guayaquil, ante la carencia de una aceptable
vía terrestre, atiborrada de pasajeros y carga, naufragó a la altura de Punta
Española, debido al exceso de peso y la presencia de un fuerte oleaje,
característico de la zona. Buzos de la Armada rescataron una cuatrocientas
víctimas en la que ha sido considerada como la tragedia más dolorosa de la
historia naviera del país.
Ésta, y otras preocupaciones nunca fueron impedimento para
que Elvita sume esfuerzo en los afanes de emprendimiento de su marido. Así, se
confirma una vez más aquello de que, detrás de un gran hombre hay una gran
mujer, por ello tras más de 60 años de matrimonio, esta pareja logró encontrar
la fórmula para mantenerse enamorados como desde el primer día… como siempre,
porque éste sagrado compromiso ha sido llevado con mucho cariño, con mucho
amor, no en balde coinciden en que lo mejor de lo vivido, durante todo este
tiempo transcurrido juntos, ha sido haberse conocido y haber sido bendecidos
con la llegada de cada uno de sus adorados hijos.
El cuidado y abnegación por su pareja, que siempre resultó
ser recíproco, alguna vez se puso de manifiesto cuando Jorge Enrique, ya
afincado en Santa Rosa, regresó una tarde de la camaronera y decidió tomar un
descanso reparador. Intempestivamente se despertó con un agudo dolor de pecho
que no le prestó mayor importancia; sin embargo, el sexto sentido de su mujer
lo convenció que debía movilizarse hasta la ciudad de Guayaquil, donde sus hijas
Gladys y Miriam viven y ejercen la profesión de médicos. Los exámenes clínicos
y la decisión del cardiólogo fue tajante… debía internarse de manera urgente
porque su vida corría serio peligro, más allá de la tranquilidad que aparentaba
el paciente los exámenes prodigados recomendaban atención especializada.
El caso ameritó su posterior traslado hasta los Estados
Unidos, donde un eminente cardiólogo junto a un completo equipo de cirujanos
procedieron a colocarle tres by pass en su corazón, lo que le ha permitido
subsistir y continuar con sus actividades productivas rutinarias; fortaleciendo
este noble órgano que ha sido todo generosidad y abnegación no solo con sus
seres queridos sino, también, donde las circunstancias así lo han ameritado. Desde
la delicada operación a la fecha han transcurrido más de veinte años y, aunque
por precaución debe asistir a controles regulares, goza de tan buena salud
corporal como espiritual.
2
Trabajo y superación
en los hombres de bien
Como todo oficio, el de la peluquería depara muchas
satisfacciones y alegrías e inclusive sorpresas y angustias; lo primero son
parte de los estímulos para seguir en el camino, lo segundo son los famosos
gajes del oficio, como la historia contada de aquel peluquero paraguayo que, en
cierta ocasión, en plena dictadura de Alfredo Strossner, se dio un incidente
con un Ministro del régimen. Siendo un empeñoso operario el joven peluquero
recibió la orden de atender al Secretario de Estado, cuando llegó la autoridad
le preguntó ¿qué corte desea señor?, a lo que el funcionario respondió: “elija
usted”. Asustado como estaba, el pobre no sabía qué corte hacer, por lo que
terminó pelándolo a mate. Gracias a Dios y para suerte del peluquero guaraní,
la cosa no pasó a mayores, pero vaya que si fue una experiencia poco alentadora
dadas las condiciones de la época y la inexperiencia del peluquero. Jorge
Enrique, ya acá en nuestro medio, no debió pasar por apuros de ésa naturaleza
pero sí tuvo muchas vivencias y otras tantas satisfacciones en el cumplimiento
de su remunerada actividad.
De Piñas llevó su profesión de peluquero a Machala, la eterna
ciudad del amor y la esperanza, como le cantaría el inmortal poeta salitroso Kléber
Franco Cruz y que a mediados del siglo pasado se mostraba productiva como
siempre, pero muy relegada del desarrollo. Aquí conoció al ya desaparecido maestro
José Terán, uno de los grandes cultores del oficio de la peluquería en ésta
región. Nombrado por muchos, con sobra de méritos, maestro de maestros. Muy
pocos peluqueros no tuvieron la suerte de hacer sus primeros pinitos en el
oficio y aprender en su taller que, por décadas, estuvo ubicado en el sector de
las calles Rocafuerte y Juan Montalvo, en pleno centro de la gran ciudad de las
verdes palmeras. Muy recordados, junto al de Terán, también son los nombre de maestros
peluqueros como Escudero, Bailón, Elizalde, los hermanos Feijóo (Ubiticio y
José), Nagua, entre otros que hicieron toda una época en el arte de los cortes y
las afeitadas en ésta parte del país teniendo cada uno sus características y
estilos propios.
El aire salitroso de la brisa del mar, proveniente del
entonces altamente productivo Puerto de Bolívar, el olor a madera impregnado de
diesel y el bullicio de una ciudad en crecimiento eran los componentes del
ambiente que encontró Jorge Enrique a su arribo a la capital de la provincia,
muy seguro que abriría nuevos horizontes y que sus condiciones de vida, aún no
del todo satisfechas, mejorarían ostensiblemente. El taller del maestro Terán,
para entonces y por muchos años, fue paso obligado de conocidas personalidades
de la ciudad, de padres de familia que de la mano con sus hijos llegaban para lograr
mantener un cabello impecable, con un corte “digno de ver” y que se preciaba de
mantener una nutrida y exigente clientela, por lo que el trabajo, se daba por
descontado, no escasearía.
Trabajador incansable, Jorge Enrique lograba, haciendo un
notable esfuerzo, ganar entre 100 y 120 sucres semanales en el taller de Terán,
de aquí tomaba lo mínimo, lo necesario, y el resto entregaba al maestro para
que se lo guardara, cumpliendo así el presagio que alguna vez le hiciera su
siempre recordada madre en torno a ésa especial inclinación por el ahorro que
le nacía, que lo comprometía a esforzarse cada vez más para ser mejor, para
superarse… para crecer en lo económico, pues había ya que empezar a pensar en
la familia que también crecía y porque estaba seguro que era la única manera de
mantener vigentes sus posibilidad de superación personal y familiar.
Y así lo hizo, más allá de que, como él mismo habría
reconocido, el oficio no le era del todo afín, su esmero por ser mejor le valió
gran clientela, de manera especial entre la muchachada, que prefería sus cortes
de cabello al del mismísimo maestro Terán; algo que le preocupaba un poco por
el celo laboral, pero ni modo, eran las circunstancias propias de un trabajo
donde priman los gustos de los clientes y donde los peluqueros hacen gala del
refrán: “sobre gustos y colores no discuten los doctores”. Claro, es muy común que
las personas se habitúen con quien cortó o afeitó una vez y gustó; entonces se
vuelve un asiduo cliente de determinada peluquería; pero lo que es más aún, se
busca al peluquero, y ésa atenuante incluye que hay que hacerlo vaya donde
vaya.
Ésta oportuna abundancia de trabajo le permitió ahorrar
algunos sucres, con lo que a su vez pudo
adquirir un quiosco de madera –aquellos de puertas de hojas desmontables muy
comunes en la Machala antigua-, aunque pequeño pero que le permitiría instalar
su propio taller de peluquería, una aspiración que la había forjando de a
poquito, de la que nunca se había olvidado ni desechado; pues antes de esto ya
había conseguido el financiamiento de todas las herramientas y accesorios para su
local, lo que le complacía mucho; y de alguna manera saldría del bache emotivo
en que se encontraba su acongojado corazón
pues pocos meses antes se había producido el repentino y doloroso fallecimiento
de su compañero de aventuras, de afanes de emprendimiento, su querido hermano
Hernán. Con él había aprendido y practicado los valores de honradez y responsabilidad
en cada uno de los momentos y circunstancias que les tocó compartir. Ël no
estaba más y por su bienestar, y en su memoria, no quedaba otra que transitar
con su legado, con su ejemplo.
Justo, un viejo conocido de su desaparecido hermano, que las
hacía de inspector de Malaria, le ofrecería una plaza en dicha institución para
trabajar por el lapso de dos meses, tiempo que duraba el contrato y que pagaba
600 sucres mensuales más la provisión de la indumentaria. Una oportunidad nada
despreciable que se presentaba y que su natural forma de enfrentar retos en la
vida hizo que accediera de inmediato y así recorrió varios de los cantones
orenses, cumpliendo las tareas que les fueron encomendadas, muchas de las veces en medio de un clima inclemente, pero
siempre con el mismo espíritu de entrega y sacrificio.
Aunque se dice que eran otros tiempos y que los inviernos de
antaño eran mucho más temidos que los de tiempos contemporáneos, en una región
tropical como la nuestra llegaban siempre acompañados de plagas como la de los
mosquitos y había que combatirlas con campañas, tanto de prevención como de
eliminación de los focos de propagación y así evitar enfermedades tan temidas
como el Paludismo que, por épocas, asolaba a las poblaciones del litoral
ecuatoriano.
Es así como consigue financiar sus herramientas, gracias al
sueldo que percibía y del que ahorraba mucho; adquirió los instrumentos
necesarios para poder recibir a su clientela, la que ya había logrado durante
la práctica del oficio y la que esperaba aumentar gracias a su empeño en el
trabajo, bajo la certeza de que esto era lo que le iba a permitir mejorar las
condiciones de vida y que por el momento no eran las mejores. Tuvo el cuidado
de poder contar con cada una de las herramientas que iba a utilizar en su nuevo
taller y ya como maestro del mismo, nada debía faltar y por lo pronto el
entusiasmo estaba en primer plano.
Culminó el tiempo de contrato en Malaria y Jorge Enrique
procede a abrir las puertas de su quiosco-peluquería en el sector de las calles
25 de Junio (antes 9 de Octubre) y Tarqui frente a la gasolinera de “los
Laniado”, que aún mantiene servicio en pleno centro de la urbe, pero como es
cierto aquello de que “cuando el pobre saca la ropa, ése día llueve”; mientras
procedía a acondicionar el lugar donde iba a quedar instalado el frágil
inmueble hizo acto de presencia un inspector de salud que, prevalido de tono
autoritario, inquirió explicación sobre lo que pasaba y pasar a procedió de
inmediato a exigir la presentación del respectivo permiso de funcionamiento.
Extrañado, porque no conocía de tal requisito, reaccionó con
el ímpetu de un joven que estaba ávido de trabajo, de superación; y ante la
exigencia de “¿y el permiso, dónde está!”, respondió “¡Y usted quién diablos
es!”. La autoridad entonces se presentó como Inspector Provincial de Salud y
como tal exigía la presentación del permiso que avala el funcionamiento del
quiosco, conforme manda la Ley. Por suerte, uno de los acompañantes del
Inspector, conocido de Jorge Enrique, logró caldear los ánimos y detalló el
procedimiento a seguir para que todo marche en regla, trámite que lo hizo a
primera hora del día siguiente y donde además aprovechó para disculparse con la
autoridad que, dejando su enojo tras el escritorio, aceptó las disculpas y
dispuso la entrega del permiso que permitía el funcionamiento del quiosco y por
ende podía cumplir con la actividad para la que se lo solicitaba, la
peluquería.
Pero este detalle no fue suficiente, aún faltaba conseguir
el permiso de la patente municipal, una misión cuesta arriba dado el
desconocimiento del medio. “Como no tenía conocidos en el municipio había que
buscar alguna forma de obtener el obligado requisito”, recuerda; y tras barajar
varias alternativas no le quedó más remedio que proceder que hacer uso de todos
los mecanismos existentes en su afán de lograr obtener los documentos necesarios
que le permitan poner en marcha su naciente negocio. NO había tiempo que
perder.
Y pudo así por fin iniciar, de manera formal y legal, su
actividad en negocio propio, sin rendirle cuentas a nadie, más que compartir
sus logros y tristezas con su mujer. Ella fue justamente la receptora de su
profunda preocupación cuando ya habían transcurrido unos 15 días de la apertura
de la peluquería y los clientes brillaban por su ausencia; la situación ya se
tornaba desesperante, mucho más considerando que la familia empezaba a crecer,
no se lograba explicar cómo, después de haber tenido una apreciable y
permanente clientela ésta aún no llegaba pese a que, esporádicamente, había
comunicado de sus intensiones de abrirse campo por cuenta propia.
Pero, como no hay mal que dure cien años.. ni cuerpo que lo
resista, de repente comenzó a llegar cualquier cantidad de clientela, aquella
que ya había logrado, cuando era operario, merced a sus grandes atributos como
maestro en la rama de la peluquería, y de los buenos, de los más solicitados. Bastó
con que haya llegado el primero, el segundo, el tercero y éstos se encargaron
de esparcir la noticia de que Jorge Enrique Chávez estaba atendiendo en nuevo y
propio establecimiento y en pleno centro de Machala. El pequeño local se
abarrotaba de clientela y antes que fatigarlo, esto lo motivaba, lo
entusiasmaba porque había que aprovechar los tiempos de bonanza en la actividad.
Las jornadas de trabajo, dada la demanda que tuvo, empezaban
desde tempranas horas de la mañana hasta pasadas las 10 de la noche, de lunes a
domingo, laborando con gran esmero, y cobijado en el permanente agradecimiento al
Creador por la oportunidad de ganarse el pan de cada día. El Machala de aquella
época se mostraba con las características propias de las poblaciones costeñas
de mediados del siglo con casi la totalidad de sus calles polvorientas y sus
construcciones de caña o madera guayacán. Las pocas horas de descanso las compartía
con doña Elvita que, para entonces, se encontraba en estado de gestación y habitando, durante un corto tiempo, con un
familiar cercano, -las condiciones laborales no daban para más y había que
arroparse hasta donde daba la sábana- pero fue por poco tiempo ya que, con
responsabilidad y esfuerzo; pero gracias a que su clientela había vuelto, lograron
conseguir instalarse en una vivienda tan humilde como acogedora que brindaba la
independencia necesaria para el joven matrimonio.
Éste, su primer hogar, seguramente no era pródigo en
comodidad y lujos pero sin duda era confortable y muy íntimo. Sus paredes y
hasta el piso eran de caña guadúa, de aquellas viviendas, de aparente
fragilidad, pero construidas para resistir el inclemente clima de la costa, con
una particularidad, ésta tenía el techo de paja y recuerda que estaba situada
frente al estadio Nueve de Mayo, en la avenida Las Palmeras. Ahí fue su nido de
amor en Machala por el lapso de dos meses; por lo pronto ya se había dado el
primer gran paso de ser un matrimonio independiente lo que les permitiría en
adelante en ir pensando en mejorar las condiciones de habitabilidad en un
esfuerzo conjunto, pensando en función de familia.
Aquí se da un hecho particular en ésta singular pareja, Jorge
Enrique comenta que cuando salió de Piñas, rumbo a Machala, solo dijo que
visitarían con su mujer a un familiar, pero la verdad es que siempre pensaron en
probar suerte en la capital de la provincia de El Oro sin haber comentado de tal
decisión a la familia –de manera particular a los padres de Elvita-; por lo que
inesperadamente un día se apareció en el taller de la peluquería doña Celina,
la madre de Elvita; como era de esperarse, la visita fue toda un suceso y, tras
el saludo y los primeros diálogos con su yerno, juntos se trasladaron hasta la
vivienda de la joven pareja para que la sorpresa sea del todo completa.
Mientras tanto, y sin saber lo que pasaba a unos cuantos
metros, en su modesta casa, Elvita cumplía con sus tareas cotidianas, como la
de mejorar el interior de la vivienda forrando las paredes hechas de caña
picada con las páginas de periódicos usados, y así apaciguar las frías noches
de verano en la costa y frenar, a su vez, el ímpetu de los mosquitos que se
acentuaba en época invernal. Entonces escuchó con cierta curiosidad y atención un
peculiar silbido similar al que usaba su madre cuando la llamaba siendo
pequeña, pero consideró que eso era algo imposible pues la hacía muy lejos, en su
siempre recordada tierra.
Grande fue su sorpresa al percatarse que era su propia madre
la que se acercaba a la vivienda llamándola con aquel añorado sonido de viento
con el que cientos de veces la llamó cuando compartió tiempos hogareños en los
primeros años de su vida. De inmediato, su mente voló y recordó parte de su
niñez y adolescencia, cuando los días transcurrían junto a su familia, todo
esto mientras se fundían en un prolongado abrazo en medio de sollozos y
lágrimas de alegría por tan inesperado encuentro. Hubo tiempo para conversar de
los planes de familia, de las vivencias del joven matrimonio, de sus sueños, de
sus esperanzas.
Tras una inolvidable y placentera visita de tres días,
Celina regresa a Piñas para cederle el turno a Querubín, su marido, quien, a
las dos semanas de la primera sorpresa da otra a Elvita al visitarla también en
Machala, esta vez llegaría con una propuesta en firme para Jorge Enrique, que retorne a trabajar nuevamente en Piñas,
ahora con mucha más razón pues ya tenía su propio taller. Para el efecto, el optimista
suegro propuso la posibilidad de poder acceder a un terreno estratégicamente
ubicado y de inmejorables características en la cabecera cantonal, en un sector
que se mostraba por demás idóneo, pero por sobre todo accesible, para colocar
un quiosco de las mismas características al que poseía.
Claro, las condiciones no eran las mejores para movilizar al
que hacía poco tiempo había comprado en
Machala, por lo que no le quedó otra alternativa que ponerlo a remate y en
menos de quince días se vendió por la nada despreciable suma de 2.600 sucres
–una importante cifra para la época-. Ya con el dinero en mano retornó otra vez
a Piñas, compró un nuevo quiosco, hizo suyo el solar que había sido municipal,
y se instaló en un nuevo taller, convencido como ya estaba que en ésta
actividad existe una certeza y que es muy confirmada por los propios peluqueros;
si bien la peluquería no proporciona fortunas, permite sin embargo alimentar
bien a la familia; esto, de alguna manera, lo llenaba de orgullo y regocijo a Jorge
Enrique, toda vez que podía cumplir con su obligación y responsabilidad como
padre de familia, pues jamás faltó el alimento en la mesa para su mujer y sus hijos.
Sin embargo de aquello, no lo era todo, había que buscar
nuevas alternativas que permitieran mejorar los ingresos. El espíritu
emprendedor y de permanente superación no decaía, al contrario crecía con el
transcurrir de los años y muchas noches cayó en el desvelo pensando una y mil
formas de forjarse una nueva actividad aprovechando las condiciones reinantes:
su juventud e inclaudicable afán por mejorar su estándar de vida. En una
ocasión que ojeaba una revista, a la espera de la clientela, se encuentra con
algo que cambiaría su ritmo de existencia. Para entonces, y durante mucho
tiempo, en algunas revistas y folletos se promocionaba, a través de avisos
clasificados, cursos de inglés, dibujo, fotografía, mecánica automotriz, técnicas
en refrigeración, entre otros y que eran dictados por correspondencia a través
de las escuelas de enseñanza a distancia Modern School-Continental Schools, con
sede en Buenos Aires, Argentina.
Hoy, se sabe, dichos cursos están fuera de circulación y por
ende ya son imposibles de conseguir, apenas si consta una cuenta en facebook que
hace relación a un club de amigos y simpatizantes de Modern Schools, muchos de ellos
forjaron nuevas fuentes de trabajo y frentes productivos en actividades muy
rentables luego de haberse capacitado en estos interesantes e instructivos cursos,
que aportaron, y mucho, al fortalecimiento de las profesiones técnicas dadas
las facilidades en el aprendizaje de las mismas. Todo dependía del empeño del
alumno participante y su deseo de superación. Fotógrafos, dibujantes,
mecánicos, técnicos industriales y hasta
lingüistas forjaron su futuro merced a que apostaron por autoprepararse en el
afán de lograr un mejor nivel de vida. Jorge Enrique encasillaba en forma
perfecta en esto que constituía una inmejorable oportunidad de incrementar los
ingresos.
Era además una novedosa forma de adentrarse en el
conocimiento de actividades técnicas, con enseñanzas fáciles de asimilar y que
en personas ávidas de conocimiento, como Jorge Enrique, que se mostró
interesado desde un comienzo por incrementar conocimientos supliendo así ésa
necesidad de estudio que no pudo suplir dada la imperiosa necesidad de tener
que trabajar a corta edad para aportar al sostenimiento de la familia; pero era
algo que no lo inmutaba, al contrario lo complacía, seguro de que nunca es
tarde para prepararse, para superarse.
Y por qué no, era también una nueva oportunidad de abrirse
campo en otra actividad productiva, que
además de interesante se mostraba remunerativa. Esto lo entusiasmó,
siendo como era un confeso amante de la fotografía, pero por sobre todo muy
interesado en lograr ingresos adicionales para la posterior educación de sus
hijos, se inscribió en el curso de fotografía y empezó entonces a recibir los
folletos en medio de las limitaciones propias del correo de entonces que hacía
interminables los días a la espera de la encomienda. Hasta hace unos cuantos años la imagen de la
oficina de Correos estaba completamente deteriorada y eran muy comunes
historias como aquella de que las encomiendas llegaban cuando se había perdido
el interés por las mismas. Pero ésta vez, para satisfacción del potencial
fotógrafo, sí llegaron.
Folleto tras folleto, conforme eran recibidos a través de la
correspondencia, fueron revisados minuciosa y ávidamente, buscando respuestas y
más respuestas conforme iba ojeando y practicando con cada capítulo de este
curso que, por cierto, llenaba sus expectativas, lo que le facilitó el
aprendizaje de este nuevo oficio; sin embargo, y para angustia del practicante,
tardó una enormidad la llegada de los fascículos que contenían las
instrucciones para las técnicas en el revelado de las fotografías, las clases y
marcas de los productos a utilizar –reactivos comunes en el proceso de blanco y
negro como revelador, fijador, etc-; en definitiva era la parte más importante
del oficio que estaba por ejercer y del que tenía marcadas expectativas.
Esto demandaba una habilidad especial pues había que
trabajar en el revelado de la película en completa oscuridad, maniobrando uno
de los implementos especiales para el efecto, el tambor, con mucha precaución y
sutileza; luego, la fijación en el papel de las imágenes listas en el negativo
ponía a prueba la destreza del sacachispas –así se los conoció por algún tiempo
a los fotógrafos, debido a las potentes luces de los flashes para captar
imágenes nítidas ante la ausencia de luz natural-, y todo giraba en torno a las
condiciones adaptadas y a las posibilidades del naciente fotógrafo; las
limitaciones eran notorias, pero había que salir como sea merced al constante
afán por lograr que el trabajo final sea de lo mejor posible y por ende bien
recompensado.
Cómo no añorar a los fotógrafos de antaño, ofertando su
trabajo ya sea en el parque o en sus vistosos estudios fotográficos creándose
mil formas de captar la atención de los entusiasmados clientes, afanados en capturar
imágenes y que perduren para la posteridad. Sus impresiones aunque aparentan
ser mudos testigos del pasado, dicen mucho de una historia vivida en cada época
de la sociedad. El recordado caballete, que a su vez servía de laboratorio de revelado ambulante,
los caballitos de madera, los enormes y adornados sombreros de charro
constituían elementos característicos de la actividad y daban aquel toque
especial de los fotógrafos de entonces…de siempre.
Jorge Enrique tuvo, y aún conserva, una cámara fotográfica
Speed Graphic, fabricada por Guflex in Rochester, de Nueva York. Este modelo
fue uno de los más conocidos y usados por los camarógrafos de prensa, aquellas
que se veían en las películas de mediados del siglo pasado, y que se produjeron
entre 1912 y 1973, siendo las de mayor acogida las que se fabricaron en 1947,
cuya característica principal era que poseía un obturador de plano focal. Su
gran tamaño la hacía muy notoria entre los cronistas gráficos y fue la que usó
éste próspero fotógrafo, tanto en su Foto Estudio Chávez de Piñas, como también
luego lo haría, con similares características, en el cantón Santa Rosa.
Empezó así la actividad fotográfica de quien, en un futuro
no muy lejano, se consolidaría como uno de los más solicitados fotógrafos de la
región. Armado con su cámara mecánica cumplía con denodado empeño su novel oficio,
con una particularidad: las fotos que tomaba eran relativamente pequeñas,
conforme a la capacidad del fijado en el papel, toda vez que no contaba con una
ampliadora para agrandar las imágenes que capturaba –su costo era oneroso y no
había el dinero para comprarla-, aquello limitaba su radio de acción y por ende
el interés de su potencial clientela. Algo había que hacer…
En uno de los tantos viajes que hiciera a la ciudad de
Guayaquil en pos de adquirir el papel fotográfico y demás productos para el
revelado, Jorge Enrique logra divisar en uno de los estantes del local un
enorme y llamativo lente para cámara. Las técnicas aprendidas en el curso y la
práctica misma le habían enseñado que ése era uno de los elementos indispensables
de una ampliadora fotográfica que, por cierto ya había iniciado su armado
utilizando nada menos ni nada más que un cajón de madera –de aquellos en los
que se comercializaban los clavos y otros fierros-. Haciendo un gran esfuerzo
económico adquirió la lente y se fijó la meta de no descansar hasta dejar
armada y lista su propia ampliadora, objetivo que lo logró y obtuvo con ello
grandes satisfacciones llegando al punto de recuperar con rapidez el capital
invertido.
“Hacía unas lindas fotos, de todo tamaño”, asegura con la
certeza propia de quien pudo posicionarse en el negocio de la fotografía, porque
este interesante oficio, desde entonces, prosperó; hasta que, y como siempre
suele suceder, apareció alguien que puso las fotografías a mitad de precio, en
una muestra de una frontal y desleal competencia y que hizo que los ingresos
disminuyeran. Sin embargo de aquello esto no lo amilanó y optó por nuevas
alternativas para llegar a los potenciales clientes de las fotografías; y como para
entonces ya contaba con una camioneta no hizo más que movilizarse a las
parroquias y sitios aledaños, inclusive llegando hasta los hoy cantones Balsas
y Marcabelí, donde la demanda era abundante y era un mercado que aún no había
sido explotado, por lo que trabajo era lo que más existía.
Muchos, a lo largo y ancho de la geografía orense, aún
recuerdan la característica presencia de la camioneta identificada con el
letrero “Foto Chávez” que recorría caminos y senderos buscando clientes,
sacando gráficas…haciendo historia. Su vehículo era una camioneta Chevrolet
Pick Up modelo Apache del año 1952, y que había sido ideado por la General
Motors tras haber culminado la segunda guerra mundial, y cuando las fábricas de carros regresaron su
mirada al mercado interno comercial; era
de aquellos vehículos de apariencia gótica –con formas contorneadas- que
impresionaba desde el ángulo que sea que se lo mirara, fue uno de los modelos
más comunes, con dos puertas –de las recordadas tipo camión- y adornada con
amplios guardafangos. En la parte anterior, adelantándose al capó estaba el
logo característico de la General Motors y en la parte posterior, en la puerta
del balde, la marca Chevrolet.
Éste carro fue su compañero de grandes jornadas de trabajo
pues le permitió no solo recorrer la geografía orense, si no que pudo
compenetrarse con la idiosincrasia de su gente, palpar sus necesidades y
congraciarse con la amistad sincera de mucha gente. Logró así el reconocimiento
de una numerosa clientela y durante varios años se constituyó en el fotógrafo
de moda, el más solicitado en varios cantones, de manera particular en los de
la parte alta de la provincia de El Oro; era algo que lo llenaba de enorme
satisfacción pues con esfuerzo y dedicación logró consolidar un nuevo oficio
que le permitiría mejorar las condiciones de vida para él y su familia, además
de comprobar, una vez más, que no existían imposibles para su indómito espíritu
emprendedor.
Estando ya en la actividad fotográfica le correspondió la
tarea de asumir las funciones de concejal del cantón Piñas, actividad que, como
sabemos, le permitió a su vez hacer muchas amistades, que además eran sus potenciales
clientes y por ende el trabajo prosperó mucho más. En una ocasión, tras
realizar uno de los rutinarios recorridos por varios sectores de la provincia,
estuvo por Santa Rosa y no faltó quien le insinuara que el negocio de la
fotografía podría resultar muy rentable en ésta localidad, un cantón que iba en
crecimiento y que se constituía en polo de desarrollo. Tal insinuación la
asumió como una propuesta que fue creciendo de a poquito hasta plasmarse en una
potencial actividad, más aún considerando el consabido espíritu aventurero y
emprendedor de Jorge Enrique.
Pero antes de tomar esta trascendental decisión, debía
recorrer aún mucha agua bajo el puente, toda su estancia en Piñas fue
fructífera por donde se la mire. Primero incursionó, como ya fue señalado, en
la peluquería; luego combinó dicha actividad con la de fotógrafo, en su
conocidísimo estudio “Foto Chávez” y, estando en el mundo de los flashes, tuvo
también la oportunidad de incursionar en el ámbito político en calidad de
concejal del cantón. Y es que si bien la política no era su fuerte, la esencia
misma de ésta, el servicio a la comunidad, muy al interior si estaba entre sus
convicciones; de hecho Jorge Enrique es de aquellos que considera que, así como
a veces uno no es afecto a cierta gente, hay quienes si le guardaban respeto y
estimación; esto último era algo que lo había podido palpar en cada uno de los
recorridos que hacía por la provincia.
Contaba con gran aceptación entre amigos y conocidos, por lo
que, cuando menos lo pensaba, le propusieron integrar la lista de concejales
que acompañaba a don Manuel Ubiticio Gallardo para presidente del cabildo
local. Tras meditarlo y consultarlo con la familia, finalmente aceptó la
candidatura y se lo ubicó en el último puesto de la lista, como una especie de
“relleno”, sin imaginar que las circunstancias apuntarían a su favor toda vez
que, ya conformado el cabildo, uno de los integrantes de ésta lista era del hoy
cantón Marcabelí –para ése entonces parroquia de Piñas- concejal que, de manera
frecuente, faltaba a las sesiones del Municipio hasta que a la final optó por
renunciar a la curul, y así dejar que otra persona cumpla para lo que fue
elegida, sitial que le correspondió ocupar a Jorge Enrique.
Esta inmejorable oportunidad de servir a su comunidad no lo
amilanó, al contrario la asumió lleno de entusiasmo pues estaba debidamente
preparado ya que, si bien no existía el acceso a los medios de comunicación
como existe hoy para estar al tanto del acontecer político –la televisión aún
no hacía su incursión en el medio-, sin embargo era un asiduo radioescucha y
fiel seguidor de los discursos de políticos como el recordado Camilo Ponce
Enríquez, protagonista en un ámbito político nacional que ya en ésa época mostraba
sus vaivenes; como lo acontecido con el caudillo Velasco Ibarra que una sola
vez culminó con el mandato popular por completo, de las cinco veces que le
correspondió asumir el poder político del Ecuador. Los actores políticos se
caracterizaban entonces por ser grandes oradores y era su carta de presentación
a la hora de perseguir el respaldo del electorado, una particularidad que
siempre admiró Jorge Enrique.
Corría el año 1964 cuando tuvo el honor de ocupar la curul
de concejal de la Ilustre Municipalidad de Piñas que la presidía Gallardo y la
integraban además como vicepresidente Orlando Valarezo, Alberto Valarezo
–familiar de Elvita-, Amado Sánchez, Víctor Murillo, entre otros. Ni bien asumió
la curul de concejal principal le correspondió participar de una sesión en la
que se conocía sobre la decisión de adquirir una propiedad que estaba destinada
a la construcción del edificio para una gran y noble institución educativa de
Piñas, el colegio “8 de Noviembre”, hoy elevado a la categoría de Instituto
Tecnológico Superior y que en ése entonces ya tenía algo más de una década de
creación.
Cuando ya se estaban señalando los pormenores para la compra
del predio, contando con la presencia de los propietarios del mismo, Jorge
Enrique Chávez hace uso de la palabra y consulta a la presidencia del cabildo
si la compra del terreno en mención ha sido responsable y debidamente analizada,
si se ha podido comprobar que es o no apto para construir el plantel, si existe
algún aval previo otorgado por el Ministerio del ramo, y si ha sido conformada
alguna comisión edilicia para efecto de la compra, interrogantes que solo
tuvieron como respuesta un no, lo que fue motivo más que suficiente para que,
de inmediato, expresara su total desacuerdo en torno a la compra que se
pretendía hacer, justificando tal decisión en que existía de por medio un
notorio y descuidado desconocimiento sobre el tema, mucho más si de por medio
había el manejo de fondos públicos.
Mocionó entonces que se conforme, de manera urgente, una
comisión que tenga la capacidad de analizar y estudiar la oferta vigente, así
como otras que pudieran darse a fin de optar por la que sea mejor. Como era de
esperarse, la moción fue aceptada por los concejales, ante la desazón de los
potenciales oferentes; así como también, y seguramente debido a su “inoportuna
observación”, no fue designado como miembro de la misma, dada su condición de
proponente. Eso sí, y como suele suceder en estos casos, no faltó la oferta
indecente que pretendió comprar la conciencia del novel concejal ofreciéndole
la oportunidad de acceder a un terreno a elegir en el mejor sitio de la ciudad
a cambio de sumar su respaldo en la propuesta vigente para la compra del predio.
Hoy, como ayer, al recordar el hecho, Jorge Enrique pierde
la cordura y manda al carajo, con expresiones de grueso calibre para quien
creyó –asegura con sumo convencimiento- que caería en el juego de los intereses
personales por sobre los de la colectividad. Recordó para entonces los consejos
que siempre le prodigó su mamá Matilde en torno al nivel de honradez que siempre
marcaría su vida y que a la postre le permitiría llegar a ser un hombre de
bien. No es la pulcritud sino la honra la que está en juego, asegura, hoy al
rememorar estos sucesos que, de una u otra forma fueron parte de la formación
como persona.
Su temple no flaqueó inclusive cuando las autoridades de la
institución educativa le increparon de que por culpa de su oposición al
adelantado negociado del terreno, el dinero destinado para dicha adquisición
corría el riesgo de perderse; él más bien fue enfático en asegurar que su línea
era de defensa de los intereses del pueblo y actuaba como su representante en
el seno del Concejo ratificando el compromiso de que de ninguna manera se
perderían los recursos y, de una u otra forma, finalmente se procedería a la
compra del solar, pero bajo los parámetros que manda la Ley. Y así fue, al poco
tiempo se compró el terreno tras el informe de la comisión que señalaba sobre
una mejor propuesta y que consistía en una inmejorable ubicación del predio
–donde hoy se levanta altivo el plantel novembrino-, y lo que es mejor, la
negociación se la pudo hacer a mitad de precio, pero por sobre todo, cumpliendo
con los parámetros legales que demandaba tan importante transacción.
Este espíritu batallador, demostrado en éste caso, siempre
fue puesto de manifiesto en cada una de sus actuaciones como edil, pero hay una
moción en particular que es digna de ser resaltada. En el tema de las fiestas
de aniversario de erección política o patronales, muy pocos cantones orenses
han podido compartir con sus comunidades en lo relacionado a la organización
tradicional de los bailes barriales o populares y que, aunque ya no son como
eran antes, aún mantienen ese encanto propio que atrae y gusta a propios y
extraños.
Ciudades como Zaruma, Piñas y Pasaje –éste último en la
parte baja de la provincia-, por décadas se han caracterizado por el entusiasmo
de sus sectores barriales, cuyas directivas hacen una y mil peripecias en el
afán de destacar en la organización de los denominados bailes barriales.
Generación tras generación han sido alegres partícipes de estas jornadas
festivas donde las comunidades participantes ponen todo su esfuerzo para
sobresalir como los mejores en la oferta de divertir a la población y sus
visitantes, ya sea con la orquesta, la decoración del barrio y la hospitalidad
de su gente.
Estas jornadas de festejo son también de reencuentro local,
provincial y nacional. Gentes provenientes de los diferentes puntos cardinales
de la geografía ecuatoriana, año tras año, se han dado cita y copado las calles
y recintos donde las tradicionales orquestas son las que ponen el ambiente
festivo, con la participación de todos por igual. Y es que ése fue el
planteamiento que Jorge Enrique hiciera en una de las sesiones del concejo
cantonal cuando se organizaba la celebración festiva de Piñas, al señalar que
ya era hora que todo el pueblo celebre y participe de las fiestas, no solo
quienes –para entonces- tenían en su bolsillo cien sucres para pagar la entrada
al baile en honor a la ciudad y que generalmente se lo hacía en un local
cerrado, lo que implicaba el pago de una entrada.
La moción señalaba que era un deber del Municipio buscar
alguna alternativa que permita a la comunidad piñasiense, en general,
participar en su totalidad, sin distingos de ninguna naturaleza, dando la
oportunidad para que los más pobres también se integren y disfruten de las
celebraciones de cada año. Esta propuesta se la hizo unos meses antes de la
fiesta de Piñas, que coincidencialmente arribaba a las Bodas de Plata de cantonización y justo cuando se daba
también un hecho trascendental, Manuel Ubiticio Gallardo, quien también tuvo el
honor de ser diputado de la república, había presentado su renuncia al cargo de
presidente del Concejo Cantonal de Piñas en forma irrevocable. Cuestiones de
índole personal lo obligaron a tomar tamaña decisión y por más que los
concejales, en mayoría, fueron hasta su domicilio a tratar de persuadirlo para
que retire la renuncia, no hubo marcha atrás y el cabildo quedó momentáneamente
sin su titular.
Correspondió entonces al cuerpo edilicio asumir la
responsabilidad de organizar las fiestas por el Vigésimo Quinto aniversario de
cantonización de Piñas. Hasta entonces las fiestas se limitaban a los desfiles,
comparsas, la sesión solemne; y las celebraciones festivas –los bailes- en sí
estaban destinadas a quienes podía portar una corbata y pagar la entrada,
generalmente de cien sucres, para acceder a uno de los
locales que solía arrendarse y que serviría como pista de baile. Por ello la
propuesta de Jorge Enrique para que las celebraciones sean para todo el pueblo
en general, que tuvo el respaldo incondicional del concejal y compadre del alma
Alberto Valarezo, consistía en que “baile todo el pueblo de Piñas, que se
divierta su gente, porque la fiesta es para los piñasienses y los ecuatorianos
que visitan en calidad de turistas o los propios familiares de los residentes
en la ciudad que siempre retornan a su tierra en fechas especiales, como es el
caso de las fechas conmemorativas”.
Se sugirió también que había que animar y atender a la
población en la celebración y por lo tanto era necesario abastecerse de algunas
canecas de reposado –bien podía ser una aromática Mallorca-, café del bueno
colado y por qué no algunos sánduches, actividad en la que podía tener especial
participación el personal de empleados de la Municipalidad. La programación se
complementaría con la contratación de una gran orquesta que sería la encargada
de hacer bailar a la gente; así, literalmente, se dio inicio a la sana
costumbre de celebrar las fiestas de Piñas con la realización de los bailes
barriales y que en lo posterior fueron asumidas por los comités barriales y el
aval del concejo cantonal.
Conformaron entonces una nueva comisión que sería la
encargada de organizar los festejos en sí, no con una, sino con dos orquestas
que finalmente fueron ubicadas en las inmediaciones del parque central, donde
se contaba ya con vías asfaltadas y adoquinadas, hubo también la activa
presencia y participación del personal de trabajadores y trabajadoras
municipales que se encargaron de los cafés y los traguitos para el público
presente, conforme se lo había dispuesto por el Concejo en pleno. Así Piñas
participó de sus fiestas por las Bodas de Plata de erección política cantonal.
Lamentablemente, ésta importante participación edilicia, que
daría un nuevo y participativo giro a las celebraciones festivas del cantón
Piñas, no consta en actas en los registros de las sesiones ordinarias y
extraordinarias de la Ilustre Municipalidad del cantón Piñas, toda vez que, a
la siguiente semana de haber sido mocionada la posibilidad de realizar los
bailes barriales, en una nueva sesión de Concejo Cantonal, a la hora de leer el
acta de la sesión anterior a cargo del secretario del Concejo Carlos Valarezo, ciudadano
que se conocía era oriundo de Loja, no se mencionó una sola palabra de la
propuesta que naciera de Jorge Enrique, lo que causó hilaridad en el proponente
que reclamó y rechazó de plano la flagrante omisión del funcionario en mención;
por lo que el aludido se limitó a manifestar que las condiciones en que cumplía
con las funciones de secretario no le permitían recabar la información completa
de cada una de las sesiones y aceptaba tener limitaciones en el momento de
tomar los apuntes.
Como no se abastecía tomando apuntes, se sugirió, de parte
del secretario, que se proceda a la compra inmediata de una grabadora para ser
utilizada en las sesiones del Concejo Cantonal, lo que fue acogido con
justificada lógica por Jorge Enrique que dejó bien sentada su protesta
advirtiendo que no compartía por completo con la forma en que se cumplían cada
una de las jornadas edilicias, puntualizando además que fuera del cabildo, como
era de conocimiento público, cumplía con sus cotidianas actividades de
peluquero y fotógrafo, pero dentro del mismo era concejal como cualquiera de
los presentes y como tal exigía tener el mismo respeto y consideración que él
tenía para con sus compañeros concejales.
Indignado como estaba, pidió además la inmediata destitución
del secretario por considerar que el cumplimiento de sus funciones no se
compadecía con las exigencias que el cargo demandaba; aducía que era absurdo,
por donde se lo mire que haya hecho tan importantes y sustanciales omisiones a
la hora de elaborar actas que, a la postre, constituían documentos legales y
valederos para el correcto accionar del Ilustre Municipio del cantón Piñas, por
lo que se debía optar por nombrar a un nuevo secretario.
Ésta última petición tuvo una rápida reacción entre los
concejales que, en buenos términos, sugirieron la retirara; similar pedido hizo
el electo presidente del Concejo Orlando Valarezo, lo que, tras varias
deliberaciones y disculpas del caso fue aceptado, con una nueva omisión, quedó
en el vacío la moción presentada en la sesión anterior y que tenía relación a
la nueva visión de hacer las celebraciones de aniversario, ésta vez con la
participación de la comunidad en general. También recuerda memorables sesiones
de Concejo donde, sin miramientos políticos, con la más pura convicción de
servicio a la comunidad, aportó con su voto en la realización de la
pavimentación de varias calles de Piñas, la ya mencionada compra del solar para
el hoy Instituto Ocho de Noviembre, la justa decisión que tomara el cabildo de
poner el nombre de don Luis Ángel Moscoso al hospital de Piñas, en
reconocimiento a la invalorable trayectoria cumplida por tan ilustre ciudadano;
entre otras tantas actividades cumplidas al interior de la Municipalidad de
Piñas ejerciendo las funciones de concejal que, por cierto las hizo por el
lapso de cuatro años; es decir, dos periodos, al haber sido ratificado, en el
segundo de ellos, por la Junta Militar de Gobierno.
Otra función que la asumió con enorme responsabilidad, en su
desempeño en el sector público, fue la de Jefe Político subrogante del cantón
Piñas donde sus virtudes de filántropo desde ya se hicieron presentes con
aportaciones para importantes obras en la comunidad, como: la remodelación del
cementerio general; identificándose siempre con el deporte y la cultura; Jorge
Enrique era un firme convencido que en la educación está la superación de los
pueblos, una particularidad que la ha mantenido hasta la actualidad. Hay una
cualidad que muy pocos conocen de Jorge Enrique y es su gran habilidad con las
damas, “las del tablero aclara sonriente” y confirma que en innumerables
ocasiones se coronó como imbatible en el fichero; y no solo eso también fue
campeón de ajedrez en la ciudad de Piñas, allá por el año de 1962, actividad
ésta última que espera retomarla, hoy que el tiempo le da para hacerlo.
3
Avanzar con
voluntad suprema
Jorge Enrique tomó, con su diestra, la mano izquierda de
Elvita, mientras con la otra mano acariciaba y levantaba con sutileza el rostro
de su querida esposa para, mirándole a los ojos, decirle con ternura pero a la
vez con mucha firmeza y convicción: “podemos llorar hasta quedarnos sin
lágrimas, se nos van a hinchar los ojos de tanto llorar, pero no vamos a
solucionar nada con eso. Debemos seguir adelante y lo podemos hacer con la
voluntad de Dios y la Virgen Santísima”. Ésta reflexión, que a ratos sonaba
como súplica, se la hacía mientras en la tranquilidad de la habitación,
sentados al borde de la cama, analizaban la tragedia que acababan de vivir, que
aún los mantenía absortos pensando en el futuro de su familia.
No hacía más de ocho días que habían iniciado con la
comercialización de combustibles en la gasolinera de su propiedad ubicada en la
naciente Ciudadela El Paraíso, al sur de Santa Rosa y un error en la instalación
eléctrica ocasionó un corto circuito que dejó una secuela de escombros y hasta
un herido, la víctima fue nada menos que su cuñado, Franco Valarezo, que para
entonces cohabitaba con la familia y para quien guarda un especial afecto. Sufrió
quemaduras en varias partes de su cuerpo como producto de la desesperación por
controlar el flagelo, sumado a una que otra herida leve que obligaron a
internarlo en el hospital hasta sanar por completo. Fue una especie de
“bautizo” al espíritu emprendedor de Jorge Enrique que había avizorado como una
nueva fuente de ingresos, ahora en una inversión de mucho más riesgo, la venta
de combustibles.
Esto, en un primer instante, lo desmoralizó pero
inmediatamente retomó ánimos y tras analizar la situación planificó las
acciones a seguir; porque ése era el espíritu emprendedor que siempre lo había
caracterizado y este desfase en sus aspiraciones no podía truncar todo un
cúmulo de sueños que se había forjado en su nueva estancia, ésta vez en el
cantón Santa Rosa a donde finalmente había llegado tras analizar y encaminar la
sugerencia que ciudadanos santarroseños le hicieran de que establezca su
negocio en ésta localidad, a propósito del buen trabajo que hacía en calidad de
fotógrafo.
Las ampliaciones a colores que captaba impresionaron a
muchos potenciales clientes que lo incitaron a quedarse; aparte, la ciudad se
mostraba estratégica para el trabajo, casi en el centro de la provincia y zona
de confluencia desde los cuatro puntos cardinales, así que la oportunidad era
buena por donde se la mirara, por lo que el tema fue analizado con la familia y
tanto su esposa Elvita, como sus hijos mayores, estuvieron totalmente de
acuerdo, más allá que todo esto se mostraba como una gran posibilidad de seguir
avanzando en su empeño por lograr mejoras en el nivel de vida de la familia, de
manera particular de sus hijos que ya estaban en etapa de formación cursando
estudios en diferentes centros de enseñanza.
Y así es como logra radicarse en la ciudad benemérita,
merced a sus notorias cualidades en el arte de la fotografía, por lo que con
familia y enseres, en su camioneta Chevrolet Apache del 52, llegó cargado de
ilusiones. Era el año de 1968, el 19 de marzo, justo en plena celebración de
San José en que llegaron a habitar un pequeño departamento de propiedad de don Víctor
Feijóo, quien tras conocer los buenos antecedentes de tan particular inquilino
accedió a dar en arriendo un local de dos tiendas; en uno de los ambientes
Jorge Enrique instaló su estudio fotográfico, donde promocionaba las
solicitadas ampliaciones a color, en tanto que en el otro local se acomodó con
la familia; así logró establecer en un nuevo medio.
Pocas semanas después, el 3 de mayo, dada la afluencia de
público que había por el sector, y ante la posibilidad de emprender en un nuevo
negocio, deciden abrir un pequeño soda bar, considerando que la alternativa se
mostraba con grandes perspectivas de superación y con proyecciones de crecer. No
fue fácil y debieron hacer una y mil peripecias pues inclusive las mesas y
sillas fueron pedidas en alquiler ante la imposibilidad de poder adquirirlas;
y, haciendo una y mil peripecias, finalmente entró en funcionamiento. El local
se especializaba en la venta de helados que eran prolijamente preparados de
manera artesanal por una experta, oriunda de Paccha; también los marchantes
podían servirse sus jugos, batidos, tostadas, cakes y las cervezas bien frías
–solo como bebida de moderación-, con lo que el Soda Bar “El Polo”, de
propiedad de Jorge Enrique Chávez, señora e hijos fue creciendo de a poco y
haciéndose muy conocido en la comunidad santarroseña.
“El Polo” llegó a tener tanta clientela que hubo la
necesidad de ampliar sus instalaciones, por lo que se redujo el espacio del
estudio fotográfico para dar más cabida al público que acudía al soda bar, y que
era de todas las edades y condición social. Todo esto implicaba que había que incrementar
el mobiliario, más allá de que las condiciones financieras aún no eran del todo
halagadoras. Pero ése no constituiría un escollo para éste emprendedor que ya
había tomado la firme decisión de surgir, mucho más cuando el momento era
propicio para hacerlo, por lo que junto a su mujer analizaron varias
alternativas a seguir.
Un nuevo reto tenía a mano Jorge Enrique por lo que opta por
recurrir a don Alberto Carpio, quien ya por estas fechas mantenía un amplio
almacén de electrodomésticos y muebles para el hogar en la ciudad de Machala.
Don Alberto –un hábil con el acordeón y empedernido cultor de la música y muy
reconocido por su constante apoyo al arte musical y los artistas- había sido
también activo participante en las inolvidables noches de bohemias piñasienses
en sus años mozos; por lo que los unía una vieja amistad, lo que a la postre le
permitió visitarlo con la confianza del caso en su gran almacén en busca de un
congelador, así como de algunas mesas con sus respectivas sillas para el soda
bar.
Tanto para la compra del congelador, cuyo abono fue casi al
contado, como para el crédito de las dos docenas de mesas con sus sillas no
hubo mayor problema a la hora de ponerse de acuerdo para la forma de pago,
merced a la confianza que mantenían estos dos entrañables amigos, por lo que
Jorge Enrique logró acondicionar su soda bar tal y conforme lo había planificado.
Contrató también a dos maestros pintores que, a punta de brochazos, no solo que
pintaron con buen gusto las paredes del local, también elaboraron dibujos
infantiles y alegorías que hicieron mucho más acogedoras las instalaciones; en
tanto que el propietario, con su propio puño, hizo un vistoso letrero que,
desde varios metros de distancia, identificaba a la perfección a “El Polo”, un
toque justo para una clientela que lo convirtió en punto de encuentro de
grandes y chicos.
Así las cosas, el negocio prosperaba y la condición
económica también, por lo que un buen día Jorge Enrique propuso a Arnaldo
Feijóo, uno de sus más asiduos clientes consumidores de los excelentes helados, la compra de un solar en el sector de
El Paraíso, al sur de la ciudad benemérita, a pocos metros del Batallón
Imbabura. Así, buscaba cristalizar una idea que se le había ocurrido hacía poco
tiempo, la de instalar una estación de servicio y el terreno en mención se
presentaba por demás estratégico por lo que, luego de cerrar trato con el dueño
del predio, inicia las gestiones del caso. Primero logró la anuencia a nivel
local, tanto del cabildo cantonal, presidido en ése entonces por un ilustre y
recordado santarroseño, don José María Ollague, quien otorgó todas las
facilidades del caso; así como del Cuerpo de Bomberos, cuyo directorio sesionó
de manera exclusiva para aprobar el pedido de construcción de una nueva
gasolinera para Santa Rosa.
En el mismo predio inició la construcción de su vivienda, la
que sería a corto tiempo su casa propia y que aún mantiene hasta estos días,
justo a un costado de la vía Santa Rosa-La Avanzada y a pocos metros del
Batallón Imbabura. Construida junto a la vivienda, la estación de servicio
podía contar con la presencia permanente de su dueño, por lo que llegaría a
consolidarse en un negocio muy próspero, pero por sobre todo respetado por la
rectitud, legalidad y excelencia en el servicio que se brindaba.
La
idea de Jorge Enrique, planificada por mucho tiempo, se centraba en instalar
una estación de servicio, gasolinera o servicentro esto es la construcción de un punto de
venta de combustible y lubricantes para vehículos de motor. Cabe indicar
que las estaciones de servicio normalmente se asociaban con las grandes
empresas distribuidoras, con contratos de exclusividad, para ofrecer no solo
los derivados del petróleo en combustibles, sino que también lubricantes y
aditivos, en este caso la línea sería de gasolinas, diesel y kérex. Sobre este
último combustible, aún vive en el recuerdo de muchos la utilización de las
prácticas cocinas de kérex, de dos, tres y cuatro quemadores –algunas venían
hasta con horno- donde destacaba con notoriedad el frasco receptor y
dosificador de combustible; y cómo no recordar también las útiles y prácticas refrigeradoras
que funcionaban con este carburante, por lo que la venta del mismo, más que un
servicio era una necesidad latente.
De
hecho, la venta de kérex y diesel sería el vínculo directo para que este
admirable emprendedor agregue una importante etapa en su vida, cuando con
solidaridad, visión y mucho altruismo se constituyó en parte sustancial en una
comunidad como la de Jumón y que a priori sería adoptado como su hijo
predilecto tras una serie de acciones que favorecieron a la población, sobre
todo en el ámbito educativo. Basta recorrer brevemente por la campiña
santarroseña para comprobar la gran aceptación con que cuenta éste singular
ciudadano.
Es
que la actividad misma de las gasolineras o estaciones de servicio es vital por
dónde se la mire, de ahí su importancia desde el origen mismo que se remonta a
muchos años atrás en el viejo continente, en Alemania. Si alguna vez tienen
oportunidad de pasear por la pequeña ciudad alemana de Wiesloch es posible que
se encuentren con la reluciente placa conmemorativa que se muestra en la
imagen, donde se puede leer la frase “Erste Tankstelle der Welt”. Que
se traduce como: “la primera gasolinera del mundo”. Muchos
que han visitado el lugar han escudriñado el sector, la cuadra, esperando
encontrar algo así como una gasolinera actual pero con la estética y la
tecnlogía de hace un siglo, y siempre se han llevado una tremenda sorpresa. La
fachada del edificio que luce la citada placa que rememora a la primera
gasolinera del mundo esconde en su interior lo que en Alemania se denomina
Apotheke, o lo que es lo mismo en español. Una farmacia.
Aún
hoy en día las gasolineras forman parte imprescindible del paisaje urbano
dominado por el automóvil, en los comienzos de la sociedad motorizada los
combustibles como la gasolina u otros derivados del petróleo
solamente se vendían en farmacias, y generalmente se utilizaban como quitamanchas y disolventes.
Pero la historia va mucho más allá ¿Y a qué se debe que sea precisamente esta farmacia
alemana la que disfruta del honor de ser considerada la primera que ejerció
como gasolinera? Pues a que en agosto de 1888 Bertha Benz,
la esposa del inventor del automóvil Carl Benz, decidió hacer una excursión en
compañía de sus dos hijos desde Mannheim hasta la ciudad donde había nacido,
Pforzheim, a bordo del Benz Patent-Motorwagen Nº 3, uno de los emblemáticos modelos ideado por
su famoso marido.
La
escapada de la señora Benz es considerada como el primer viaje interurbano en
automóvil de la historia, con un recorrido de 104 kilómetros a la ida y unos 90
a la vuelta. Durante tan largo trayecto se vieron en la necesidad de llenar el
tanque de combustible y decidieron parar
en la farmacia de Willy Ockel, ubicada en Wiesloch, para comprar unos litros de
un conocido producto de limpieza derivado del petróleo que recibía el nombre de Ligroin. Era la primera vez que un automóvil se reabastecía de
combustible, tras un agradable paseo familiar. Así a medida que fueron
apareciendo más automóviles fueron aumentando también los puntos de venta de
sus correspondientes combustibles. En todo son los inicios de lo que se
conocería luego como las tradicionales estaciones de servicio, a nivel de todo
el mundo.
Entonces la intención de instalar una gasolinera, para
sumarse a la ya existente en las inmediaciones del cantón, era muy valedera y
asume con frontalidad este proyecto Jorge Enrique, y da el siguiente paso que fue contactar con la empresa que iba a
abastecer el combustible y que, como era obvio, puso como requisito para cerrar
el trato el documento habilitante de la Dirección Nacional de Hidrocarburos con
el que se avalaba el permiso de funcionamiento. Luego de haber hecho este primer
contacto y tras recibir, unas semanas después, a un técnico de dicha
institución para que realice la inspección de rigor, surge la novedad de que
existía también otra persona, de apellido Alvarado, con intenciones de abrir
una estación de servicio a pocos metros de la Ciudadela El Paraíso, justo en el
predio donde hoy se levanta el monumento al Soldado Desconocido; sin embargo de
aquello, el informe fue favorable para la propuesta de Jorge Enrique que, en un
segundo viaje a Quito, finalmente pudo conseguir el permiso de funcionamiento y
cerrar contrato con la empresa comercializadora de los combustibles.
Con permisos en mano empiezan los trabajos de perforación
del suelo para hacer la perforación del suelo donde serían colocados los
tanques de combustible, en una tarea que fue hecha con mucha cautela y la utilización
de mano de obra local; recurrió también a la transnacional que dotaba de los
surtidores, mismos que los solicitó a crédito y una de cuyas máquinas aún
guarda como recuerdo de la actividad. Así las cosas, finalmente se pudo
terminar la gasolinera de Jorge Enrique Chávez y entra a prestar servicio a la
colectividad, a las diferentes unidades de transportación del cantón y la
provincia, considerando su ubicación estratégica –en plena vía a la frontera-
le permitía hacerlo, de manera particular a las de la Cooperativa El Oro,
institución de gran tradición regional con la cobertura de sus rutas Santa
Rosa-Machala, Santa Rosa Pasaje. Jorge Enrique, visionario como era, captó muy
rápido el interés de los conductores quienes al tanquear sus vehículos eran
favorecidos con una refrescante gaseosa.
Como siempre suele suceder, mientras se procedía a la
perforación del suelo, en plena construcción de la gasolinera, la curiosidad de
la gente siempre estuvo latente en su afán por saber qué era lo que construía
“Don Chávez” justo frente a su casa, la que habitó aún cuando no había
culminado su construcción y que hoy constituye un gran ejemplo de lo que es
posible conseguir con trabajo, y permanente esfuerzo. Ante las inquietudes
ciudadanas, cuando pudo hacerlo, se limitó a comentar que construía una piscina,
como parte de las comodidades de su vivienda, hasta que fueran instalados los
tanques de combustibles, así como los surtidores mostrando a plenitud y con
claridad meridiana las intenciones de éste visionario.
Cuando todo marchaba bien, en su primera semana de atención,
la gasolinera de Jorge Enrique Chávez sufre un incendio producto de un corto
circuito ocasionado por una instalación eléctrica defectuosa que dejó
desolación y escombros, con el resultado de una persona herida, su cuñado
Franco Valarezo, quien durante un buen tiempo vivió con los Chávez-Valarezo. En
cuanto al establecimiento en sí, el flagelo no ocasionó mayor desgracia a tal
punto que los surtidores no sufrieron desperfecto alguno. Franco, luego
partiría hacia el norte del continente, a Canadá, donde se radicó y forjó su
futuro.
Mientras la comunidad en general comentaba en diferentes
tonos los estragos del siniestro, tales como los apuros que suelen darse con la
sola presencia de los bomberos, el susto de los moradores al notar la presencia
de las llamas, entre otras cosas; en la intimidad de su hogar Jorge Enrique y
Elvita meditaban en torno a todo lo acontecido, los imponderables del destino y
de las decisiones que en el camino había que tomar. Reflexionaban también sobre
las pruebas que el Creador pone a sus hijos y de la fortaleza que hay que tener
para seguir adelante. Algo si era seguro y estaba muy claro: no todo es color
de rosa y de los errores es que se aprende.
Hacía pocos minutos que, armado de su camioneta Chevrolet
del 52 y ayudado por sus familiares y vecinos; entre ellos un samaritano que
puso a entera disposición una retroexcavadora, pudo finalmente remover escombros evacuar los desechos
producto del incendio. De inmediato trasladó al herido a Machala y no descansó
hasta que Franco se restableció por completo de sus heridas y quemaduras, era
lo que primaba a la postre, que no se haya dado la pérdida de vidas humanas
porque lo material se repone, en tanto que la integridad de las personas es
sagrada; fuerza y decisión para tomar un nuevo impulso es lo que más había y
eso ya era un gran comienzo.
Decidido y entrador como era, ni bien se repuso de éste duro
golpe decidió viajar a Guayaquil para reunirse con el titular de la empresa que
había dado a crédito los surtidores de combustibles o más conocidas como
“bombas”, con una propuesta en firme. O devolvía los aparatos o la empresa
alargaba el plazo crediticio capaz de poder honrar la deuda que se mantenía. La
propuesta era conseguir unos tres meses de gracia, sin embargo la respuesta que
tuvo fue de dos meses de gracia pero que siga en la actividad pues se estimaba
que en dicho tiempo podía vencer los inconvenientes, lo que finalmente fue
aceptado pues estaba en condiciones de cumplir.
Al poco tiempo se honró la deuda y la gasolinera salió
adelante gracias al tesón de una familia, cuya cabeza principal no claudicó
ante un hecho que bien pudo truncar todos sus sueños y aspiraciones. La
gasolinera, que luego amplió su servicio con una sucursal al otro extremo de la
ciudad, enfocó siempre su atención con trato amable, venta justa y exacta, lo
que le permitió crecer de manera acelerada ubicándola en un sitial
preponderante a nivel provincial y nacional.
Sus dotes de empresario, así como su capacidad de gestión le
permitió durante años presidir el gremio de los distribuidores de combustibles
en la provincia, gestión que también la desplegaría a nivel nacional. Una de
las últimas sesiones solemnes del gremio de los distribuidores de combustibles
de El Oro, se la cumplió en la sede social que mantenía la institución en la
jurisdicción de la parroquia Puerto Bolívar, junto a la gasolinera que está
ubicada diagonal a las instalaciones de Autoridad Portuaria; ahí, en un
centrado discurso, Jorge Enrique valoró la importancia de esta actividad para
la productividad en general.
El buen manejo de la gasolinera, la innata cualidad de
ahorro que alguna vez elogiara su madre Matilde; así como el trabajo fecundo y
al espíritu emprendedor de Jorge Enrique le permitirían más adelante acometer
en muchos desafíos, de toda índole, con la misma capacidad y responsabilidad de
siempre, como cuando hubo la oportunidad de adquirir una propiedad e
incursionar en la naciente industria camaronera, actividad que en sus inicios
se la hacía de manera natural, como el mismo lo detalla con cierta nostalgia;
esto es se sembraba la semilla y el camarón se criaba con la misma agua de mar
y no se requería de balanceado ni cosas por el estilo. Hoy la situación es
diferente y hasta menos rentable. “Cada vez se hace más difícil producir los apetecidos
camarones”, asegura e inclusive el margen de utilidad se ve cada vez más
mermado porque en gran medida se queda en el pago a las empresas expendedoras
de los balanceados.
La actividad camaronera
ecuatoriana vio sus inicios en Santa Rosa, provincia de El Oro, casi por
accidente; desde aquella época a la fecha la producción ha tenido un
crecimiento notable, constituyéndose en el tercer producto de exportación. La
provincia de El Oro aporta, aproximadamente con el 30% del total nacional para
exportación del camarón conocido como “blanco del pacífico”. Esta productiva actividad en el Ecuador
tiene sus inicios en el año 1968, en las cercanías de Santa Rosa, en el sector
de La Emerenciana, cuando un grupo de empresarios locales dedicados a la
agricultura empezaron la actividad al observar que en pequeños estanques cercanos
a los estuarios crecía el camarón. Para 1974 ya se contaba con alrededor de 600
hectáreas dedicadas al cultivo de este crustáceo.
Y fue
gracias a la iniciativa de un ilustre santarroseño Jorge Kaiser Nickels, que realizó el primer experimento
de cultivo del camarón en cautiverio (langostino) en una poza artificial
construida en este histórico sector de La Emerenciana con relativo éxito, por
lo que es el precursor de esta iniciativa creadora que luego se difundió al
país y el mundo con excelentes resultados. La verdadera expansión de la industria camaronera
comienza en la década de los 70 en las provincias de El Oro y Guayas, en donde
la disponibilidad de salitrales y la abundancia de postlarvas en la zona,
hicieron de esta actividad un negocio rentable.
Jorge Enrique también reseña una temporada para el
olvido, allá por el mes de mayo de 1999, catalogada como de muy nefasta para
este sector productivo porque empieza la afectación del camarón por el virus de
la denominada mancha blanca que asoló seriamente la producción del crustáceo; y
de hecho también, de alguna manera, sintió como productor su presencia; pero,
como siempre, logró salir avante en ésta nueva experiencia que sentaría las
bases para una actividad que le ha permitido a Santa Rosa ser calificada, por
la propia Asamblea Nacional, como capital mundial de la producción de camarón
en cautiverio y que cada mes de agosto celebra sus fiestas patronales con la
realización de la feria que se engalana con la belleza de la mujer orense y
ecuatoriana; además que muestra, de manera particular, la gran riqueza local y
provincial. Ecuatorianos de todas las latitudes, así como turistas del norte
peruano, concurren y disfrutan de las celebraciones de la Feria Internacional
del Langostino con festejos que se prolongan por varios días.
Entre la venta de combustibles y la producción
camaronera Jorge Enrique centró su actividad durante muchos años comprobando,
con creces, lo que es posible conseguir cuando se emprende con seriedad,
trabajo y honestidad. Pero así como la actividad camaronera le deparó
sinsabores, la distribución y venta de combustibles, que con tanta prolijidad la
cumplió tuvo sus desfases ante la serie de medidas que debieron tomarse, tanto
por parte de las instituciones de distribución estatales como del propio
gobierno nacional ante el crecimiento de un problema que ha causado muchos
dolores de cabeza, el contrabando de los combustibles.
Es irrefutable que el contrabando del combustible,
tanto en la frontera sur como en el norte del país ha causado y sigue causando
ingentes pérdidas a las arcas de éste y los pasados gobiernos, debido a la
diferencia en el precio de los carburantes sean estos gasolina, diesel o gas
licuado de petróleo, éste último para uso doméstico. En lo que respecta a
nuestra frontera, el cantón Huaquillas ha sido y es noticia por este hecho
debido a que un considerable número de la población subsiste de la actividad
del contrabando, un problema socio-económico que no solo involucra a familias
completas que dependen de ésta ilegal actividad, sino a verdaderas bandas
organizadas que utilizan mil y una formas para evadir los permanentes controles.
Ésta situación incidió para que el gobierno nacional
tome la decisión de que todas las gasolineras de la zona fronteriza, de las
provincias El Oro, Loja y Zamora, sean declaradas como de utilidad pública
pasando Petroecuador a adquirirlas y administrarlas, con la finalidad de
disminuir el tráfico de combustibles en las fronteras. La medida señalaba
entonces que todas las estaciones de combustibles, en un radio de 40
kilómetros, desde la frontera y hacia el interior del país, sean declaradas de
utilidad pública.
Así es como la gasolinera de Jorge Enrique, ubicada en
la Ciudadela El Paraíso, frente al Batallón Imbabura y hasta su filial, ubicada
a pocos metros del puente sobre el río Carne Amarga –que no entraba en los 40
kilómetros, sin embargo fue afectada-; si bien no pasaron a manos de
Petroecuador, debieron dejar de prestar servicio porque cambiaron de razón
social y se debió devolver la concesión, tras haber operado por más de 40 años;
eso si, sin haber tenido jamás ni una sola queja de parte de los organismos de
control como es el caso de la Dirección Nacional de Hidrocarburos o por
denuncia alguna que se haya tramitado en dicho organismo por irregularidades en
la venta y distribución.
De no haber mediado una sobria defensa legal de sus
derechos sobre sus predios, las instalaciones de las dos gasolineras, tal y
como ocurrió en el resto de provincias en las que rigió la declaratoria de
utilidad pública, hubieran pasado a ser de propiedad del Estado. En las
instalaciones de la gasolinera de El Paraíso la familia Chávez-Valarezo amplió
y mejoró los ambientes de la residencia; en tanto que en el sector del puente,
al otro extremo de la ciudad, lo que alguna vez fue gasolinera pasó a
convertirse en modernas instalaciones de una concesionaria de vehículos.
Justamente, ya sin el negocio de los combustibles
decide entonces emprender una nueva y hasta desconocida actividad. No se iba a
quedar estancado, no era su naturaleza el cruzarse de brazos ante los devaneos
de la vida, por lo que hace contacto con la firma Hyundai y se le da en
concesión para la venta de estos vehículos, en la línea de transporte pesado,
con unos cuantos autos; y acondiciona la que fuera estación de servicio a la
entrada de Santa Rosa, antes de llegar al puente y cuyo predio, por esos caprichos
de los límites, pertenece a la jurisdicción del cantón Machala. Durante varios
meses Jorge Enrique mantuvo la concesionaria ofreciendo los vehículos a lo
largo y ancho de la geografía orense, pero la actividad no prosperó.
El espíritu batallador y su gran temple emprendedor no
claudicarán, así lo asegura con frontal decisión por lo que su visión
empresarial ésta vez ha apuntado hacia el transporte eléctrico, la movilidad
del futuro, aportando así con más esfuerzo y trabajo para el desarrollo del aparato
productivo de ésta provincia, a la que agradece siempre por la oportunidad de
haber servido desde todos los frentes que ha podido acometer hasta que, como él
mismo dice, Dios y la Virgen Santísima le permitan seguir aportando, seguro de
que cada paso que da lo hace pensando en el bienestar de su familia, pero de
manera particular de seguir siendo productivo, de no desmayar ni dubitar en
cada uno de sus propósitos; porque es algo que nació con él y por ello es un
eterno agradecido de la vida que le ha permitido ser lo que es.
Ésta particularidad también es de su esposa Elvita,
quien más allá de haber participado en cada uno de los propósitos emprendidos
por su compañero de toda la vida, como es el caso del taller de bicicletas,
donde las hacía de asistente en la alquilada de los frágiles vehículos y
control del tiempo para los habituales clientes; la fotografía, donde asistía
en el revelado e inclusive en la captura de las mismas imágenes; en el siempre
visitado bar “El Polo” local en el que imponía su toque de ama de casa, entre
otros, bajo la única convicción de que juntos iniciaron éste camino y como tal
había que compartir las responsabilidades.
Hoy, al igual que ayer, sigue estando en gran actividad
al tener a su cargo la administración del restaurant La Victoria, ubicado en
las remodeladas instalaciones donde funcionaba la gasolinera, a pocos metros
del puente sobre el río Santa Rosa, a la entrada misma de la ciudad. Aquí, con
particular buen gusto se reciben a decenas de comensales que a diario llegan
buscando una atención de primera; y es que un establecimiento de servicio
público que brinde una atención de calidad y calidez, donde sea que esté
ubicado, tendrá siempre la aceptación del público.
4
Educación como pilar
para el desarrollo
“Un niño, un profesor, un libro y un lápiz pueden cambiar al
mundo…La educación es el único camino para cambiar al planeta…Es verdad que la
pluma es más fuerte que la espada” son unos de los tantos pensamientos
transformadores, sobre el valor de la educación, vertidos por Malala Yousafzai,
la joven paquistaní quien en octubre del 2014 se convirtiera en la mujer más
joven en recibir en premio nobel de la Paz gracias al activismo que practica a
favor de los derechos civiles, de manera particular de las mujeres y su
participación en el ámbito educativo. La importancia de la educación en el
desarrollo de los pueblos es un concepto que ha compartido toda su vida y de
manera amplia Jorge Enrique y como tal apuesta por aquello.
Se dice, y con marcada razón, que un pueblo educado tiene
muchas más posibilidades de enrumbarse hacia el progreso que aquellos que no
han tenido la oportunidad de hacerlo. Es indudable, y muy encomiable por
cierto, la firme convicción de Jorge Enrique en torno a la gran importancia de
la educación en los pueblos y como tal también la forjó en su entorno familiar;
de ahí que su esfuerzo por ser cada día mejor se haya focalizado en poder
brindar una educación de calidad a cada uno de sus hijos, consciente de que
éste esfuerzo daría sus frutos más tarde, y así lo confirma hoy, cuando sus
hijos e hijas han forjado su futuro, sus propias familias, convirtiéndose en
hombres y mujeres de bien, con un legado de enseñanza y ejemplo que lo
transmiten a las nuevas generaciones.
Ésa irrenunciable convicción por la formación educativa ha
deparado profundas e invalorables satisfacciones a la familia Chávez Valarezo,
como cuando participaron de la ceremonia de graduación de Gladys, la mayor de
sus hijas. Sus ojos toman un brillo especial cuando recuerda el grandioso
instante en que los hicieron pasar al escenario, junto a las autoridades, como
padres del flamante bachiller, para que, juntos reciban el reconocimiento que
le había sido conferido. Gladys no solo que fue designada la mejor egresada de
la promoción; merced a sus dotes intelectuales y humanas le fue otorgado el
reconocimiento de la mejor egresada de todas las promociones a la fecha del
colegio La Porciúncula, una de las instituciones educativas de mayor prestigio
en Loja, regentado por las Hermanas Franciscanas. El reconocimiento se
engalanaba por el compañerismo y altruismo en las actividades cumplidas durante
su permanencia en el colegio, lo que tenía una especial valoración entre sus
compañeras de estudio.
La decisión tomada unos cuantos años atrás, por parte de
Jorge Enrique y Elvita, de enviar a sus dos primeras hijas, Gladys y Miriam a
estudiar en tan importante colegio fue por demás acertada, dado el prestigio de
ésta noble institución educativa que mantiene un importante recorrido de vida
institucional, formando mujeres de bien que han dado lustro no solo a Loja, si
no a todo el país. “Las Panchitas”, que es como se conoce a las valiosas
mujeres que se educaron y educan en La Porciúncula, han dado valía a la
educación de éste plantel al ser hoy profesionales que aportan con esmero al
aparato productivo nacional. Con tan preclaro ejemplo, luego seguiría la ruta
trazada por sus hermanas, la tercera de las hijas, Mirna, quién también forjó
sus estudios en este importante establecimiento educativo católico, aunque fue
hasta el quinto año, ya que terminó sus estudios secundarios en la ciudad de
Machala.
Haciendo
un poco de historia, La Porciúncula, que (en latín, Portiuncula; en italiano, Porziuncola)
es una pequeña iglesia incluida dentro de la Basílica de Santa María de los Ángeles, en la frazione de Santa Maria degli Angeli (municipio de Asís),
ubicada aproximadamente a 4 km de la
capital municipal, en Umbría, Italia. Es el lugar donde comenzó el movimiento franciscano. El nombre Porciúncula significa «pequeña porción de
tierra» y fue mencionado por vez primera en un documento que data de 1045, actualmente en los archivos de la Catedral de San
Rufino, en Asís. Con este nombre también se denomina a la indulgencia plenaria que pueden ganar los fieles católicos el 2 de agosto (u otro día que designe el ordinario local para
aprovechamiento de los fieles).
La Porciúncula y la basílica de Santa María de los
Ángeles, junto a otros lugares franciscanos de Asís, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco en el 2000.
Según una leyenda, cuya existencia se puede seguir con certeza sólo hasta 1645,
la pequeña capilla de la Porciúncula fue erigida con el papa Liberio (352-66) por los eremitas del valle de Josafat, quienes habrían llevado al lugar reliquias de la tumba
de la Virgen. La misma leyenda relata que la capilla pasó a poder de san Benito. Se conoció como Nuestra Señora del Valle de Josefat o de
los Ángeles, refiriéndose esta segunda advocación, según algunos, a la Asunción de la Virgen a los cielos acompañada por ángeles; según otra opinión,
se atribuye el nombre al canto de los ángeles que allí se escuchó con
frecuencia.
Esta pequeña iglesia fue entregada, alrededor del año 1208 a San Francisco por el abad de san Benito de monte Subasio, con la condición de hacer de ella la iglesia madre de
su familia religiosa. Estaba en malas condiciones, abandonada en un bosque de robles. La restauró con sus propias manos. En esta iglesia, el 24 de febrero de 1208, san
Francisco oyó la llamada de Jesús para que eligiera una vida de absoluta
pobreza según el discurso misionero del evangelio de san Mateo. También se convirtió en el hogar de san Francisco y
pronto de sus primeros discípulos. En esta iglesia san Francisco fundó la orden de hermanos menores y desde ese momento nunca la han abandonado los frailes.
El domingo de ramos del año 1211 San
Francisco recibió en esta iglesia a Clara de Asís y la dedicó al Señor. Los capítulos generales, las
reuniones anuales de los frailes, se celebraban en esta iglesia normalmente en Pentecostés, que cae en mayo o junio. Sintiendo que se acercaba su final, San
Francisco regresó a la Porciúncula en septiembre de 1226. En su lecho de
muerte, el Santo recomendó la capilla a la leal protección y cuidado de sus
hermanos. Murió en el ocaso del sábado, 3 de octubre de 1226.
Después de su muerte, el valor espiritual y carisma de la Porciúncula se hizo
aun mayor. Él mismo había indicado que la Porciúncula fue la fuente original de
inspiración y el modelo para todos sus seguidores.
Aquí en nuestro país, existen colegios de la
Porciúncula en Guayaquil, Quito, Esmeraldas y Loja . En ésta última ciudad fue
donde Jorge Enrique y Elvita decidieron que estudiarían y se educarían sus
hijas. El colegio está ubicado en las calles Bolívar
y Colón, en la ciudad de Loja, la castellana ciudad ecuatoriana denominada con
sobre de méritos “la centinela del Sur”,
y que recibe en su seno a la Congregación el 1 de Diciembre de 1941 para fundar
el Colegio “La Porciúncula”. Las hijas de María Francisca de las Llagas y es
que en este lugar educan a la mujer lojana y ecuatoriana; y como expresa su apostolado,
para colmar de gloria a la población anhelante de ciencia y conocimiento
espiritual, a través de la formación cristiana, intelectual y científica. Este es
un establecimiento de carácter religioso, dirigido como tal, la formación de
jóvenes señoritas para convivir con su entorno y resaltar el nombre de esta
insigne ciudad que la vio crear y difundir el amor a Cristo y a las letras a
través de la enseñanza.
Es indudable que una de las razones fundamentales para la
incesante búsqueda de mejoras en las condiciones de vida de Jorge Enrique ha
sido su familia, la educación y formación de sus hijos siempre fue uno de los
objetivos forjados en un ambiente de armonía y tranquilidad familiar; por ello
hoy Gladys y Miriam cumplen con el apostolado hipocrático en el área médica;
Mirna buscó el camino de la jurisprudencia: Jorge, David y Vinicio siguieron
los pasos de su padre en el fascinante mundo empresarial; en tanto que Hernán y
Fausto –dadas sus carreras técnicas- han incursionado con gran acierto en la función
pública, todo gracias a la constante preocupación de unos padres que siempre
mantuvieron su entusiasmo porque la responsabilidad de criar a los hijos debe
estar cimentada en la educación que se les otorgue ya sea ésta partiendo del
núcleo familiar o complementándola con la impartida en las aulas de estudio.
Jorge Enrique no solo vivió grandes satisfacciones con sus
hijos en el ámbito educativo; tanto él como Elvita siempre estuvieron al tanto
de que todos su hijos, sin excepción, crezcan en un ambiente de paz y
tranquilidad, que les permita irse mostrando como tales, entonces el apoyo era
frontal en cada una de las actividades que emprendían, sean estas educativas,
culturales o deportivas, todo siempre bajo el marco de respeto y cumplimiento
de las normas de conducta establecidas desde dentro del hogar; de ahí que toda
iniciativa nacida entre los chicos contaba siempre con el apoyo incondicional
de sus padres.
En los setentas proliferaron en el país los programas
televisivos infantiles, como los del recordado canal 10, hoy TC televisión, con
producciones que mantuvieron por años la aceptación de grandes y chicos; tal es
el caso del programa del Tío Jhonny, muy querido por los niños ecuatorianos de entonces
que disfrutaban de sus segmentos como “la señora gallina”, concursos de música
de donde surgieron los cantantes nacionales como Darío Javier; y, un evento que
concitó la atención nacional e internacional: “El Rey de la cascarita” que,
para entonces, ya tenía su monarca, un joven guayaquileño, Roder Aray, quien en
su última exhibición había logrado mantener boteando al balón sobre sus pies por
más de 10 mil ocasiones.
El Tío Jhonny era el nombre artístico de Juan Andrés Salim
Facuse, uno de los primeros animadores de programas infantiles peruanos y que
era identificado por su inconfundible saco a rayas y su sombrero de paja,
indumentaria que habría sido inspirada en la usada por Maurice Chevalier, un
famoso actor francés de películas musicales. Éste animador llegó a Ecuador
luego de realizar un importante recorrido por medios televisivos peruanos y
tras haber tenido uno que otro inconveniente con los gobiernos dictatoriales de
la época, lo que lo habría obligado a buscar nuevos rumbos por el continente y
Ecuador se mostraba propicio para el efecto.
De su parte, Roder Aray Soria, un guayaquileño surgido del
populoso sector del Cristo del Consuelo, había practicado desde hace muchos
años esta curiosa técnica de las cascaritas lo que le permitió alcanzar la fama
a nivel nacional. Todo esto despertó la ilusión en dos niños santarroseños que
no se perdían un solo programa del Tío Jhonny, mucho menos la sección del rey
de la cascarita: Vinicio y Fausto Chávez Valarezo, en sus ratos libres
practicaban hacer infinidad de cascaritas con el balón, primero frente a la
pared, y luego con un dominio absoluto sobre la esférica, y siempre con una
meta fija, la de superar y destronar al campeón reinante, algo que, en un
comienzo se veía un tanto imposible de lograrlo, pero de a poco fueron
encontrando los secretos en el dominio de la pelota, utilizando todos los
recursos a su alcance, hasta lograr la perfección.
Primero Vinicio entregó la posta para que Fausto sea quien
enfrente a Roder Aray, bajo su asistencia técnica; para el efecto se esmeró
porque el futuro campeón cuente con el conocimiento y adiestramiento necesarios
tanto en lo técnico como en lo físico. Ellos estaban conscientes de que para
derrotar al campeón había que lograr resistencia y aquello equivalía a mucha
concentración una particularidad que la lograron de a poco, era la clave para
resistir y llegar a cumplir con el objetivo de superar el record existente,
todo era esfuerzo basado en una máxima concentración.
Si bien Fausto era un niño de contextura frágil, sin embargo
había recibido de manera oportuna los complementos vitamínicos necesarios para
soportar exigentes esfuerzos físicos; además el joven asistente técnico
consultó a expertos sobre las pociones y linimentos para fortalecer el músculo
y se aprovisionó de los mismos aunque aquello le haya valido más de un susto
como aquella vez en que se le aplicó linimento a las piernas de Fausto y éste
sin consultar se metió a la ducha, lo
que lo mantuvo temblecoso por largo rato ante la reacción del linimento untado,
un hecho que no pasó más allá de un momentáneo susto para estos empeñosos
jóvenes que aún no habían comentado sobre el interés de participar en el
concurso a sus padres.
Así, pocos días antes del cierre de inscripciones al
concurso, Vinicio llega hasta el lugar de trabajo de Jorge Enrique y le hace
saber a su padre de las condiciones técnicas de su pupilo con el balón
explicándole con lujo de detalles todo el proceso que habían cumplido hasta la
fecha; desde que naciera el interés por participar al observar a través de la
caja del televisor el concurso, así como la cada vez más continuas prácticas
hasta lograr el perfecto dominio de la pelota, por lo que aseguraron estar
listos y dispuestos a convencer a su padre con una inmediata demostración.
Incrédulo accede a presenciar una improvisada exhibición de
cascaritas en el patio de la casa y se queda gratamente impresionado ante la
habilidad y resistencia del niño, por lo que acepta y mira como posible la
participación de Fausto en el programa del Tío Jhonny en busca de derrotar al
monarca de las cascaritas en el país. Sin embargo, y por esos imponderables que
tiene la vida, un día antes del concurso, Jorge Enrique debe viajar hasta la
ciudad de Guayaquil a despedir a su cuñado Franco Valarezo que partía hasta
Canadá por lo que ése día, muy avanzada la noche, regresó del viaje hasta su
domicilio en Santa Rosa, cansado del largo trajín por lo que opta por retirarse
en forma inmediata a descansar, lo que a la postre complicaba la presencia de
los niños ése día en el puerto principal.
Así, toda la familia se fue a dormir, apenados porque esta
aspiración de los dos chicos se quedaba en el limbo. Sin embargo, en la
madrugada doña Elvita despierta a Jorge Enrique para comunicarle que su pequeño
hijo Fausto se encontraba inconsolable en la otra habitación desesperado por
que se le estaban truncando sus anhelos de participar en el concurso y sobre
todo porque el gran esfuerzo cumplido durante los muchos días de preparación no
serviría de nada si finalmente no se participaría; sin contar con que también
se percibía el convencimiento pleno de que era posible ganar.
Ésta situación inyectó fortaleza al agotado estado de ánimo
del jefe de familia, por lo que inmediatamente le dijo a su mujer que arregle a
los chicos y que, con un buen baño, estaría listo para viajar a Guayaquil, y
así fue. Temprano en la mañana estuvieron a las puertas del canal de televisión
solicitando la inscripción al concurso, por lo que fueron atendidos por un
viejo conocido de las programaciones televisivas, Jorge Akel, quien receptó la
participación del pequeño Fausto e inmediatamente presentó a la comitiva orense
con el afamado Tío Jhonny.
A la hora de los retos, el escenario estaba con los ánimos
encendidos y uno a uno iban desfilando los participantes que habían desafiado
al campeón reinante; hasta que le correspondió el turno al pequeño Fausto
Chávez que, muy decidido e increíblemente concentrado tomó el balón entre sus
manos y con gran decisión empezó a hacerlo rebotar en su pié derecho ante la
mirada escéptica de los presentes que no le daban mayor oportunidad al
representante por la provincia de El Oro.
Entre incrédulos y asombrados, los asistentes y
organizadores del evento vieron como Fausto sobrepasó la barrera de las 10 mil
cascaritas y superaba al campeón; entonces el asombro se volvió duda y no
faltaron quienes pretendieron advertir que las cascaritas no estaban conformes;
situación que, tras ser analizada por los organizadores, no pasó y Fausto logró
hacer la admirable cantidad de 20.160 cascaritas consecutivas, en medio del
nerviosismo y emoción de Jorge Enrique y Vinicio que en forma permanente habían
estado consultando a su pupilo si estaba bien, si quería continuar; pero de
manera especial, si estaba en plena condición de continuar.
Al haber pasado la barrera de las 20 mil cascaritas, Fausto
regresa la vista a su padre, como advirtiéndole de su satisfacción y dejó caer
el esférico en la cifra final de 20.160 para inmediatamente ser tomado por su
progenitor y fundirse en un largo abrazo satinado con lágrimas de emoción ante
el gran logro alcanzado; es que era casi imposible llegar a creer que la frágil
figura de Fausto haya logrado resistir, con valentía, tanto esfuerzo físico y
que finalmente su sueño de ser el Rey de la Cascarita se veía realizado. Los
ejemplos de de temple y decisión de su progenitor se mostraban a plenitud.
Santa Rosa, la provincia de El Oro, el país contaban con un
nuevo Rey de la Cascarita…Serían días inolvidables para el pequeño Fausto y toda
la familia Chávez Valarezo con incontables apariciones en medios de
comunicación locales y nacionales; mucho más cuando el premio principal,
consistente en 5 mil sucres fue invertido por completo en juguetes y entregados
a los niños más pobres del cantón Santa Rosa, por propia decisión del nuevo
monarca que, desde un comienzo había expresado que, si ganaba, su premio
estaría destinado a los niños pobres de su cantón, en un gesto que fue motivo
de elogiosos comentarios ante la gran sensibilidad del nuevo campeón.
Es el legado de Jorge Enrique, el ejemplo que siempre
impartió en sus hijos y que también inmiscuye el de ser solidarios en cada
instante de sus vidas, de ahí que la bondad y desprendimiento mostrado por el
pequeño Fausto de compartir el fruto logrado merced a su enorme esfuerzo en el
dominio de la número cinco no es más que el resultado del accionar que siempre
lo ha caracterizado y que lo puso de manifiesto durante toda su vida; siendo
sus más claros ejemplos las comunidades de la Ciudadela El Paraíso, así como la
parroquia Jumón, donde la obra y huella han quedado para la posteridad.
5
Una comunidad que se
quedó en el corazón
“El desarrollo sostenido de la parroquia Jumón, durante los
últimos años, en un 80% se lo debe a don Jorge Enrique Chávez, sin lugar a
ninguna duda” afirma con total convicción Héctor Calvas, uno de los más
representativos dirigentes de la zona cuando se le consulta en torno a la
presencia de Jorge Enrique en ésta comunidad y su reconocida acción a favor de
sus pobladores. No en balde fue declarado hijo ilustre, un colegio y una
ciudadela llevan su nombre, se erigieron bustos en su honor tanto en el colegio
como en el parque, lugar que, por cierto, también llevará su nombre; y es que
el agradecimiento imperecedero ha sido la tónica entre los habitantes de esta
ancestral comunidad, ligada no sólo a la historia del Ecuador, sino a la del
mundo.
De acuerdo a la teoría poligenética del francés Paul Rivet,
importantes culturas de Asia, hace varios milenios, llegaron a las costas del
nuevo mundo a bordo de embarcaciones improvisadas. Así lo expuso este estudioso
en su libro “Los orígenes del hombre americano”, basado en estudios
lingüísticos y etnográficos. Ésta cultura, denominada Jomón, habría viajado –según Rivet- al nuevo mundo
teniendo una fuerte influencia en la cultura Valdivia, desarrollada en nuestro
país allá por el tercer milenio antes de Cristo, cultura precolombina que se
desarrolló en la costa occidental de Ecuador, con asentamiento en la península
de Santa Elena, así como en las provincias de Guayas, Los Ríos Manabí y El Oro.
En ésta última se cree que el sector de Jumón formó parte de éste asentamiento
milenario… de ahí su nombre.
Más allá de sus orígenes, Jumón es un pueblo digno, noble y
muy luchador, conforme concuerdan en calificarlo varios ciudadanos consultados
y quizá hayan sido aquellas cualidades que incidieron para que Jorge Enrique
llegase a tomarle un cariño casi paternal, asumiendo una adopción tan
responsable como cuando se asume una empresa como la del matrimonio, y así lo
reconocen los comuneños cuando aseguran que “nunca les ha fallado” recibiendo
constante apoyo hasta en los momentos más críticos y por eso, lo menos que
podían hacer, es guardar una infinita gratitud para con quien ha sido su
benefactor, su guía; así lo confirma Walter Vásquez, presidente de la Junta
Parroquial de Jumón, al afirmar que la relación que se ha mantenido con éste
filántropo ciudadano no tiene límite para ser calificada, al haber mantenido un
nexo de permanente colaboración con la parroquia y que se dio desde el primer
día en que la conoció y pudo comprobar que se encontraba en completo abandono y
decidió entonces brindar el impulso que se requería para emprender en su
desarrollo como comunidad. Y un primer gran pretexto fue justamente el colegio,
plantel de educación media que no existía, aunque ya se había hecho una serie
de intentos por conseguirlo.
Jumón es una parroquia perteneciente al cantón Santa Rosa, cuya
población no supera los 4 mil habitantes, con un asentamiento inicial un poco
más al occidente y donde predominaban los apellidos Valarezo, Romero, Calvas,
entre otros. “Muchos jumoneños, luego que salen de ésta tierra, ya luego ni se
acuerdan de su terruño, por ello es del todo valedera la permanente presencia
de Jorge Chávez, porque sin ser de acá ha sido por demás desprendido, querendón
con nuestra gente y eso es valioso”, lo dice con total frontalidad un nativo
del lugar.
Esto lo confirma Héctor Calvas, cuando recuerda con
precisión el día que llegó Jorge Enrique a Jumón a entrevistarse con él y
comunicarle que existía la seria posibilidad de crearse un colegio para la
parroquia, que tanta falta le hacía. “Yo le dije, con una sonrisa a flor de
labios, me da mucho gusto poder conocerlo en forma personal y de ésta manera,
con una buena noticia. No quiero decepcionarlo, pero aquí han venido muchos políticos
a ofrecernos el colegio y otras cosas sin que hasta la presente fecha hayan
podido cumplirlo”, denunciando así una realidad que no solo ha sido de esta
comunidad sino de todas en el sector rural, llenas de ofrecimientos, pero sin
obras concretadas.
Sin embargo, un corto tiempo después llegó otra vez Jorge
Enrique a la parroquia y pidió reunirse con todos sus pobladores para que se
enteren que la comunidad ya tenía por fin colegio tras largas gestiones
realizadas y el esfuerzo porque la palabra empeñada se vea finalmente
concretada. Ahora correspondía trabajar de manera conjunta para arrancar con su
funcionamiento; parecía que se comprobaba aquello de que la vida está llena de
oportunidades y ésta era una que había que aprovecharla, mucho más cuando se
trataba sobre el ámbito de la educación dada su trascendencia en el desarrollo
de los pueblos.
Pero… ¿cómo es que logró tener la oportunidad de aportar a
ésta comunidad con la creación de un colegio? Partiendo del hecho cierto de que
la política existe en función del bien común –o al menos así debería ser para
todo político-. Jorge Enrique decide aceptar la propuesta de Manuel Ávila, para
entonces presidente provincial de la Democracia Popular, de ser presidente
cantonal de dicha agrupación política, allá por el año de 1978, con una
condición: Contar con todo el respaldo para que su paso por ésta faceta no sea
efímero y pueda, de alguna manera, aportar con su gestión al fortalecimiento de
la comunidad.
Siendo como es indescifrable el ámbito político debió, sin
embargo, esperar un considerable tiempo para poder hacer presencia con el respaldo
que había condicionado; hasta que a inicio de las décadas de los 80 surge la
posibilidad de crear dos planteles de educación media para el cantón Santa
Rosa, una inmejorable oportunidad de colaborar con la comunidad y tanto mejor
en un área tan sustancial como la educativa. Su experiencia vivida como
concejal en el cantón Piñas era un referente, entonces la actividad no le era
del todo ajena.
Sus recorridos permanentes por las diferentes parroquias
ofreciendo el kérex y diesel le permitieron palpar de cerca las múltiples
necesidades de la población, de manera particular de un sector poblacional que,
de a poco, se metería para siempre en su corazón. Él recuerda que, entre tantas
necesidades que padecían estos pueblos, los jóvenes, junto a sus familiares,
hacían grandes esfuerzos por continuar con su educación secundaria en la
cabecera cantonal debido a que en el sector no existía un colegio que les
permita seguir con sus estudios lo que a muchos truncaba sus aspiraciones ante
la imposibilidad de solventar los ingentes gastos que aquello demandaba, por lo
que no había más alternativa que aspirar a terminar la primaria y ser útiles en
las faenas del jefe de familia.
El espíritu emprendedor de Jorge Enrique siempre se sustentó
en que la educación es la herramienta
vital para el desarrollo de los pueblos, así lo aplicó con su familia y era
justo hacer el mismo aporte con la comunidad. Entonces lo apropiado era crear
un colegio en la parroquia Jumón, jurisdicción del cantón Santa Rosa para que
los jóvenes del sector puedan seguir forjando sus sueños de llegar a ser profesionales
útiles a la sociedad; la otra creación del plantel secundario sería para una comunidad
cercana, la de San José; él reconoce que, dada su cercanía con la primera de
las comunidades siempre estuvo presto a atender las necesidades de su naciente
plantel.
Para la creación del colegio de Jumón la tarea fue dura,
titánica si se quiere pero se luchó a brazo partido hasta lograr la tan
anhelada creación. “Faltaban siete estudiantes para lograr el cupo necesario –eran
mínimo 35- que permitía la creación del establecimiento educativo de enseñanza
media; y no era que no habían los alumnos, era que las condiciones no lo
permitían, porque no tenían los recursos económicos para pagarse la matrícula y
por ende los uniformes y útiles escolares; la situación económica de la mayoría
de la población rural apenas si le permitía subsistir y por lo tanto no existía
la posibilidad de estudiar.
Aflora entonces otra de las facetas de Jorge Enrique, la del
hombre altruista, desprendido, filántropo y querendón de su comunidad, y decide
pagar las matrículas de los estudiantes para completar el cupo y no solo eso,
también cumplió con el compromiso de dotarles de uniformes y útiles escolares
para que puedan educarse en el naciente colegio. Así es como se crea el colegio
en Jumón, en una acción que, de a poco, iría creciendo en beneficios para la
comunidad; de hecho, luego la propia ciudadanía solicitaría que el naciente
establecimiento educativo llevase el nombre de su impulsador, Jorge Enrique
Chávez Celi, como finalmente se lo haría como justo reconocimiento para quien
se esforzó y preocupó porque los jóvenes del lugar puedan acceder a su derecho
irrenunciable y constitucional de educarse.
Claro, la comunidad, muy agradecida como estaba, debió poner
todo el esfuerzo posible considerando que, para la época, los planteles
deberían llevar el nombre de personajes ilustres ya fallecidos. “Yo no me
quería morir, por lo que no me preocupaba el asunto”, recuerda con sarcasmo
Jorge Enrique; sin embargo, tras varias gestiones de los comuneros, finalmente
se logró que el colegio llevara su nombre, en retribución al aporte
desinteresado puesto de manifiesto y que luego se prolongaría porque la gestión
se encaminó también en concretar la llegada de las aulas, la conformación del
cuerpo de docentes y, más adelante, implementación de laboratorio de computación,
donación del estandarte del plantel, banda marcial, entre tantas otras cosas
que, con desprendimiento y mucho cariño fueron entregados al novel plantel.
Pero esta preocupación por la comunidad no era nueva en
Jorge Enrique, su capacidad de gestión ya había sido puesta a prueba ni bien
llegó con su familia a la modesta Ciudadela El Paraíso, lugar en el que por
nueve años consecutivos ocupó el cargo de presidente barrial. Aún recuerda con
orgullo las largas faenas junto a su esposa preparando las guaguas de pan y la
colada morada que luego eran vendidas a los fieles que acudían al cementerio de
Santa Rosa en Día de difuntos y cuyos fondos estaban destinados en beneficio
directo de la comunidad. Lamentablemente, recuerda Jorge Enrique, ésta
experiencia dirigencial tuvo su fin, tras haber logrado varios propósitos como
el de la construcción de la capilla, el alcantarillado, red de agua potable,
mejoramiento de vías, etc.
Por eso nunca se le hizo cuesta arriba acometer en
propósitos como el de conseguir un colegio para Jumón, ayudar con el
abastecimiento de agua, mejorar la capilla de la parroquia, dotar de reloj
público a la iglesia o implementar de computadoras y bandas marciales al
colegio y escuela del lugar, tarea que siempre la ha cumplido junto a su
compañera de toda la vida, Elvita, en una clara demostración de cómo es posible
ser parte de una comunidad apostando hacia su desarrollo. Primero con educación
para luego continuar con una serie de gestiones siempre mirando el bien común,
favoreciendo a los que más necesitan; todo esto sin esperar nada a cambio, más
que la grata satisfacción del deber cumplido.
“La
gratitud aporta sentido al pasado, paz al presente y perspectiva al futuro”, ha
afirmado, y con gran criterio, la periodista y escritora Melody Beattie. Por ello, muchos lo aseguran,
y con sobrada razón, que de todos los sentimientos humanos, el más efímero es
la gratitud. A lo mejor haya algo de cierto en esta aseveración; aunque, por
historia y tradición, los pueblos orenses siempre han sido gratos. Parecería
hasta mentira, pero saber agradecer es un valor en el que pocas veces se
piensa, más allá de lo que siempre nos han inculcado nuestros abuelos cuando,
con refinada experiencia de manera permanente repetían: “de gente bien nacida
es ser agradecida”.
Para
algunas personas dar las gracias por aquellos servicios cotidianos es muy
fácil: el desayuno, la ropa limpia, la oficina aseada, un favor recibido… Sin
embargo, no siempre es así. Aunque en esto hay que aclarar un poco, cuando de
recibir una obra de manos de un funcionario público o electo por el pueblo se
refiere, si bien es digno ser grato, la obra entregada no es un favor, es una
obligación. La gratitud implica algo más
que pronunciar unas palabras de manera automática, sino que responde a aquella
actitud que nace del corazón, en aprecio a lo que alguien más ha hecho por
nosotros.
Esto
implica también el entender lo que es ser gratos “no devolver el favor”: si
alguien me sirve una taza de café no significa que después debo servir a la
misma persona una taza y quedar iguales… El agradecimiento no es pagar una
deuda, es reconocer la generosidad ajena, el desprendimiento espontáneo de
quien tuvo la buena voluntad y decisión de servir, entendido sin pretender
recibir nada a cambio –como en política, por ejemplo, con votos-.
Aquella
persona agradecida busca tener otro tipo de atenciones con las personas, no
piensa en pagar por cada beneficio recibido, sino en poder devolver la muestra
de afecto o cuidado que tuvo. Una muestra sincera de
agradecimiento proviene de un niño cuando con una sonrisa, un abrazo o un beso
le agradecen a sus padres aquellos obsequios o presentes ¿De qué otra manera
podrían agradecer y corresponder unos niños? Y con eso, a los padres les basta.
En este sentido, estas muestras de afecto constituyen una manera
visible de agradecimiento; la gratitud nace por la actitud que tuvo la persona,
más que por el bien (o beneficio) recibido.
A lo
largo de nuestra vida nos rodeamos de personas por quienes tenemos especial
estima, preferencia o cariño por “todo” lo que nos han dado: padres, maestros,
cónyuge, amigos, jefes… El motivo de nuestro agradecimiento se debe al
“desinterés” que tuvieron a pesar del cansancio y la rutina. Nos dieron su
tiempo, su atención, se preocuparon, o simplemente prodigaron su cuidado. Nunca
hay que olvidar que, generalmente, el agradecimiento surge de un corazón grande,
pero por sobre todo, noble que ha optado por hacer el bien sin mirar a quién.
No
siempre contamos con la presencia de alguien conocido para salir de un apuro, resolver
un percance o un pequeño accidente. ¡Cómo agradecemos que alguien abra la
puerta del auto, para colocar las cajas que llevamos, o nos ayude a reemplazar
el neumático averiado. El camino para vivir el valor
del agradecimiento tiene algunas notas características que implican reconocer
el esfuerzo de los demás cuando nos proporcionan ayuda, pero por sobre
todo, acostumbrarnos a dar las gracias.
También
es cierto que la gratitud es una actitud que nace de la humildad, no en balde la
expresión de gratitud más simple que se conoce consiste en una mera sonrisa y un gracias,
que le haga saber a la otra persona que su presencia, su palabra, su silencio o
sus actos son importantes, y que de alguna manera ayudó con lo que hizo y qué
mejor si lo hizo sin esperar nada a cambio, más que fortalecido por el
sentimiento sincero de ayudar al prójimo. Se trata de demostrar respeto y de
valorar lo que los demás hacen por los que realmente necesitan
independientemente de cuál sea su motivación para hacerlo.
El agradecimiento sincero
genera a su vez más agradecimiento, y es ahí
cuando se produce lo que se llama ‘el billete de vuelta’, es decir, la respuesta
que se dé a los demás y que forma parte de la satisfacción interna de quien
obró en bien al saber que ha habido una respuesta, que el esfuerzo valió la
pena, que ha existido lo que en comunicación se conoce como retroalimentación,
que no solo el mensaje, la acción también llegó. Por ello Jorge Enrique, ante
tanta muestra de agradecimiento recibida de parte de toda la comunidad de Jumón,
asegura que le nace quererlos más, a esforzarse en ayudar en lo posible a que
la comunidad prosiga en su desarrollo.
Aunque su origen es desconocido, en internet se
puede encontrar ésta historia que tiene algo de común con las formas de
agradecimiento que nacen del ser humano: “A una estación de trenes llega una
tarde una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren se
retrasará y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación. Un poco fastidiada, la señora va al kiosko y compra una revista, y
en otra tienda compra también un paquete de galletitas y una lata de gaseosa.
Preparada para
la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras
hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un periódico.
Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin
decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y
después de sacar una, comienza a comérsela despreocupadamente. La mujer se
siente indignada.
No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a
ignorarlo haciendo como que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma
el paquete y saca una galletita, la exhibe frente al joven y se la come
mirándolo fijamente. Como única respuesta, el joven sonríe… y coge otra
galletita. La señora gruñe un poco, toma una
nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo
otra vez la mirada en el muchacho.El diálogo de miradas y sonrisas continúa
entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez
más divertido.
Finalmente, la señora se da cuenta de que en el
paquete queda sólo una última galletita. ‘No podrá ser tan caradura’, piensa, y
se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas. Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y,
con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Y con una sonrisa
amorosa le ofrece media a la señora. – ¡Gracias! – dice la mujer tomando
con rudeza la media galletita.
– De nada
– contesta el joven sonriendo angelical mientras
come su mitad. El tren llega.
Furiosa, la
señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve
al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: ‘Insolente’.
Siente la boca
reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al
encontrar, cerrado, su paquete de galletitas… !Intacto!.”
Así,
es posible concordar en que el agradecer es una de las acciones más poderosas
en la construcción, el mantenimiento y el enriquecimiento de las relaciones
humanas. Hay muchas personas que en general son capaces de agradecer aquello
que la vida les pone en el camino, son portadores de energía positiva, tienen
gran capacidad de simpatizar en las relaciones sociales. Son personas sinceras
y esencialmente sanas. Otras muchas parecen incapaces de conectar con la
gratitud porque siempre se encuentran insatisfechas con lo que les sucede. Este
tipo de personas abundan en nuestros días. Gran parte de la sociedad actual no
entiende lo que es la gratitud, y esto es propio de actitudes débiles.
Cuantas
veces los creyentes nos olvidamos de dar gracias a Dios. Muy diferente es la
gratitud especulativa, que está basada en una cadena de favores. Es un tanto
mezquina: “Hoy por ti, mañana por mí”. Son personas que llevan consigo el libro
de contabilidad de favores que han hecho a lo largo de la vida: suelen ser
egoístas. Así como “el movimiento se demuestra andando, el agradecimiento
siendo agradecidos” y no olvidemos nunca que “es de bien nacida ser
agradecida”.
La
gratitud también puede ser expresada en la decisión de dar de lo que tengo al
que lo necesita, como nosotros hemos recibido favores en otras ocasiones. El
agradecimiento es sanador y enseña lo positivo y bueno de la vida; sin embargo
también habrá que insistir en que la acción debe ser espontánea, que debe nacer
sin ningún interés a cambio, simplemente como un verdadero afán de servicio. Estudios recientes muestran que las personas que son
agradecidas se sienten más felices, tienden a ser más amables, se esfuerzan por
ayudar a otros, son personas entusiastas, más saludables y con mayor
determinación.
Entonces
es valiosa y justa la actitud de la población de Jumón para con Jorge Enrique quien
llegó por esos lares, según recuerda, distribuyendo a domicilio, de comunidad
en comunidad, el kérex de uso doméstico. Ahí conoció a este pueblo humilde,
pero muy honesto y servicial; a personas como don Alipio Calva y muchos más
que, desde un inicio vieron las buenas intenciones de este gran ciudadano para
con una comunidad que apenas si lo conocía, pero que aportaría y mucho para su
posterior desarrollo. Hoy, al igual que ayer, las nuevas generaciones de
jumoneños han constatado la calidad altruista de su eterno benefactor y han
sido recíprocos reconociendo su accionar.
“Cómo
no ser grato con don Jorge Chávez si ha sido todo generosidad para nosotros.
Así esté atravesando por duros momentos en sus empresas, él siempre está
colaborando con nosotros, preocupándose por ésta comunidad que tanto lo
quiere”, asegura Walter, el presidente de la Junta Parroquial tras sentenciar
que es en vida cuando se debe reconocer el valor y aporte de las personas, su
trayectoria, su ingerencia en el desarrollo de los pueblos, que es exactamente
lo que ha acontecido en ésta especial relación que, por años, ha mantenido
Jorge Enrique con la parroquia de Jumón.
6
Despegue para
el progreso
“Hemos encontrado el arma más efectiva para el conflicto
armado, la paz…”, decía el ex presidente peruano Alberto Fujimori; mientras su
par ecuatoriano, Jamil Mahuad afirmaba que su abuelo había sido combatiente en la
guerra de 1941 y aquello tenía especial connotación en el momento especial que
se vivía en ése instante. Era el 28 de octubre de 1998 cuando en Brasilia se
firmaba el Acuerdo de Paz, amistad y
límites, poniendo así fin a 57 años de hostilidades que mantuvieron, por
siempre, en zozobra a las poblaciones de ambos países. Quedaban atrás las
permanentes angustias de las poblaciones fronterizas ante las amenazas de
guerra, aquellas que, se sabe, se forjan en los escritorios o a nivel
internacional con grandes inversiones en juego.
David Chávez recuerda uno de estos hechos, cuando en el
último de los conflictos, en la década de los 90, que movilizó a miles de
familias a otras localidades en busca de un lugar seguro porque se venía la
guerra, llegó a la casa de su padre y
encontró a éste en la sala, sentado sobre un confortable mueble junto a dos
escopetas que las había traído desde la camaronera de su propiedad y se las
había arrebatado a los guardias. “aquí defenderemos lo nuestro a toda costa si
atacan los peruanos” había sido su sentencia con tono firme y decidido. Y ahí
se mantuvieron de manera estoica y patriótica, de la misma forma con la que
aportó con víveres y vituallas a favor del contingente que siempre estuvo
presto a defender nuestra heredad territorial.
Se decía, y con sobrada razón, que conforme uno se adentraba
hacia el centro del país más se acentuaba el espíritu belicista de los
ecuatorianos en época en que los orenses –y la totalidad de las provincias
fronterizas- vivían bajo el imperio del fantasma de la guerra. Este fenómeno
socio político, muchas de las veces alimentado por fuerzas extrañas, causó un
grave daño a la región al frenar su desarrollo, una justificación que, por
años, la usaron de manera egoísta los gobiernos de turno para evadir así su
responsabilidad con una población que ha aportado y sigue aportando ingentes
recursos al erario nacional. Tras casi dos décadas de haberse firmado este
acuerdo de paz las cosas han mejorado sustancialmente a ambos lado de la
frontera tanto en el ámbito comercial como de desarrollo mismo de estos
pueblos; y aunque el texto mismo del acuerdo fue redactado por tecnócratas de
ambos países amparados en un centralismo absolutista, sin embargo muchos de los
postulados han permitido tomar impulso en varios frentes capaz de dotar de las
políticas necesarias y lograr que la gran obra, relegada por casi sesenta años
de abandono, llegue por fin.
Jorge Enrique en múltiples ocasiones había circulado por el
sector de la pista de aterrizaje “Víctor Larrea Crespo”, y muchos de estos
recorridos lo había hecho como parte del tránsito dominical en familia para
degustar de los exquisitos platos preparados a base de mariscos, una de las
características gastronómicas de Puerto Jelí y cuya vía pasa junto a la
entonces pista de aterrizaje. Para entonces ya varias veces había hecho volar
su imaginación, como un sueño esperanzador de, por qué no, plantear la
necesidad de construir un aeropuerto digno para la provincia de El Oro, en la
jurisdicción del cantón Santa Rosa.
Puerto Jelí, que tiene su historia como puerto de atracadero
de embarcaciones de pasajeros que realizaban las travesías de antaño hasta la
ciudad de Guayaquil, es hoy más bien un centro gastronómico, al igual como lo
son Puerto Bolívar y Puerto Hualtaco, también en la provincia de El Oro.
Geográficamente constituye un brazo de mar en la desembocadura del río Santa
Rosa. La venta de platos típicos con mariscos se remonta a unas tres décadas
atrás y desde entonces los fines de semana es muy visitado por gente de la
provincia de El Oro, así como de otras partes del país que acuden a degustar de
ésta especial gastronomía y cuya calidad ha traspasado ya los límites
provinciales y nacionales. Todo esto es parte del entorno del anhelado proyecto
de construcción del nuevo aeropuerto para la provincia de El Oro.
Y no había tiempo que perder, muchos eran los proyectos que
se habían soñado por años para beneficio del cantón y la provincia pero que,
gracias al centralismo y al oprobioso fantasma de la guerra, que por tantos
años vivió la provincia de El Oro, se tornaron cuesta arriba concretarlos; uno
de estos anhelos era de dotar de un aeropuerto de primer orden para la
provincia y la región, considerando que el existente “Gral. Manuel Serrano”,
ubicado en la jurisdicción del cantón Machala ya no prestaba las garantías y
condiciones necesarias para ser catalogado como un aeropuerto de primer nivel,
como se lo merecía la provincia de El Oro. Ya se habían señalado muchos
sectores como lugares de construcción del aeropuerto, siempre cercanos a la
cabecera provincial.
Por ello, a pocos meses de haberse firmado el acuerdo de
paz, amistad y límites, para ser exactos, el sábado 26 de junio de 1999 se
llevó a cabo una histórica audiencia que tuvo como escenario la residencia
Chávez Valarezo, la Junta Cívica del cantón Santa Rosa, presidida por Jorge
Enrique Chávez Celi se reunió con el entonces Ministro de Defensa y además
presidente del Consejo de Aviación Civil, Gral. José Gallardo Román y en la
misma se planteó la necesidad de que el nuevo aeropuerto para El Oro sea
construido en la jurisdicción cantonal de Santa Rosa.
Como era de esperarse, y dada la entrañable amistad que unía
al Gral. Gallardo con Don Jorge Enrique, el Secretario de Estado, tras escuchar
los planteamientos esgrimidos y revisar la documentación de soporte entregada
formuló su serio compromiso de realizar las consultas que sean del caso, así
como los estudios definitivos para que un moderno terminal aéreo se construya
en Santa Rosa, en el sector de la pista de aterrizaje “Víctor Larrea Crespo”, a
un costado de la vía que conduce al tradicional y turístico Puerto Jelí.
En su justificación Jorge Enrique señaló al Ministro que
esto se supeditaba en base a las diferentes resoluciones, así como el apoyo que
fueron expresadas por las diferentes autoridades de la provincia como
Gobernador, prefecto provincial y los alcaldes de los diferentes cantones,
destacando el pronunciamiento surgido de las reuniones del 7 y 8 de febrero de
1999 en el marco del estudio y aprobación del Plan Estratégico para la
provincia de El Oro ya se había estipulado que el aeropuerto regional para El
Oro debería ser construido en Santa Rosa; así mismo el 17 de abril del mismo
año, la gran Asamblea de la región sur, cumplida en Machala, emitió la
Declaración de Machala y que, entre sus principales resoluciones, señalaba
claramente “..respaldar el pedido para que, en la forma más inmediata, se haga
realidad la construcción del Aeropuerto Internacional en Santa Rosa…”. A esto
se sumó el informe del Gral. Oswaldo Domínguez, director general de la Aviación
Civil en el que sugiere que las autoridades de la provincia y seccionales
conformen un frente común para impulsar la ejecución de tan importante
proyecto, promoviendo reuniones de trabajo conjuntas para concretar la
construcción del aeropuerto regional.
De la memorable e histórica reunión-audiencia que concediera
el Gral. José Gallardo participaron el señor don Jorge Enrique Chávez Celi y su
esposa Elvita Valarezo; don Carlos Segarra, un ilustre santarroseño muy
conocido y querido en su comunidad; Fernando Egas Noblecilla, joven y capaz
profesional; Freddy Loayza Romero, en calidad de presidente de la Cámara de
Comercio de Santa Rosa, quien a su vez cumplía las funciones de tesorero de la
junta Cívica; el profesional de la arquitectura, Fausto Chávez Valarezo, como
secretario de la Junta; además de la presencia del entonces párroco del cantón
monseñor Ángel Sánchez Loayza, hoy Obispo de la Diócesis de Machala; así como
don Gonzalo García Unda, connotado comunicador santarroseño Y Galo Betancourt,
otro destacado profesional del cantón. Participaron de ésta reunión, además de
los miembros de la Junta Cívica, Jorge Castro, presidente en ése entonces de la
Comisión de Aeropuerto de la Municipalidad de Santa Rosa.
El Gral. José Gallardo, en su intervención ante la Junta
Cívica de Santa Rosa, tras agradecer por la invitación, inició su intervención
en forma muy frontal e indicó, para información de los presentes que, hacía
pocos meses, ya se había dado una pre-resolución en la que se detallaba la
construcción del aeropuerto en el sector de La Y de pasaje y Santa Rosa desde un
tramo de la vía que va de Machala a Pasaje –donde se bifurca con la que va a
Santa Rosa y desde ahí hacia el sur lo que comprende la vía que va a Pajonal, todo
esto como resultado de un estudio técnico; sin embargo no se pudieron adquirir
los predios ante la imposibilidad de acceder a los recursos económicos.
Entonces, la propuesta santarroseña se mostraba por demás interesante debido a
que la ubicación era equidistante con Tumbes, además se diferencia de la
primera propuesta que buscaba situar al aeropuerto entre los centros más
poblados, esto es Machala, El Guabo y Pasaje y más bien, la nueva laternativa,
buscaba participación de los cantones de toda la provincia, incluidos los de la
parte alta, en una muestra de verdadera integración. La aspiración de entonces
era de que el aeropuerto no podía tener menos de 2.200 metros y contar además
con un área de expansión que le permita llegar a los 3.000 metros, justamente
pensando en las necesidades que podrían presentarse a futuro.
La idea de los gestores de proponer este proyecto para la
construcción del aeropuerto regional para la provincia de El Oro, era de
incentivar la producción orense en general, considerando la situación
estratégica del cantón Santa Rosa equidistante con las diferentes zonas
geográficas orenses; esto es, tanto para los cantones de la parte baja, como
Machala, Pasaje, El Guabo; parte alta como Zaruma, Portovelo, Piñas, Atahualpa,
Balsas, Marcabelí y Chilla; y los fronterizos como Huaquillas, Arenillas y Las
Lajas. La generosa geografía orense se constituye en un Ecuador chiquito con
zonas plenamente delimitadas como el altiplano –serranía-, litoral y la región
insular conformada por cada una de las islas del Archipiélago de Jambelí, cuyo
principal centro de atracción es la mayor de sus islas que lleva su mismo
nombre.
Así mismo, la necesidad de poder contar con una terminal
aérea que permita la adecuada y oportuna movilización tanto ciudadana como de
los sectores productivos como camaronero, bananero, minero, floricultor,
cafetero, cacaotero, etc., era otra de la prioridades a ser considerada por
parte de las autoridades de gobierno que, sin embargo, siempre hicieron oídos
sordos a este anhelado proyecto orense, hasta que, con la llegada del gobierno
de Rafael Correa finalmente se concretaría. Cabe recalcar que ésta propuesta de
construcción del aeropuerto regional en Santa Rosa le acarrearía una serie de
inconvenientes a Jorge Enrique, como cabeza de la Junta Cívica y propulsora del
proyecto, inclusive tuvo desaveniencias con el entonces alcalde de Machala,
Carlos Falquez Batallas y con el mismo prefecto de la provincia, Montgómery
Sánchez.
Jorge Enrique recuerda que, en una de las tantas visitas del
presidente de la república a Santa Rosa, al poco tiempo de haberse posesionado,
pasó con la caravana frente a su gasolinera que quedaba a pocos metros del
puente sobre el río Carne Amarga, salió en el afán de interrumpirle el paso y
recordarle que había aún en carpeta el proyecto de construcción del aeropuerto.
La respuesta no fue inmediata pero si derivó en múltiples reacciones hasta que
finalmente el gobierno decidió que era justo cumplir con éste viejo anhelo de
los orenses, considerando que el tradicional aeropuerto de Machala ya no daba
abasto.
Efectivamente, a inicios del año 2010 abrió las puertas el nuevo
aeropuerto orense, y a la par se cerró el único andén del viejo aeropuerto
“Manuel Serrano” de Machala cuya ciudadanía no vio más decolar aviones de
pasajeros y más bien sus predios fueron propuestos para pasar a convertirse en
un nuevo parque ecológico para el cantón Machala, proyecto que espera la
decisión de las autoridades para cristalizarse. De su parte, el nuevo
aeropuerto regional, tras varios retrasos abrió sus puertas con la esperanza de
dar cabida a unas tres líneas aéreas –hoy presta servicio apenas una- con
vuelos a la capital de la república.
Ésta moderna terminal aérea está asentada en un área de 120
hectáreas y tiene una pista de 2.400 metros y con una infraestructura muy
similar a cualquier otro aeropuerto del país, considerándose las especificaciones
y recomendaciones de calidad internacional; cuenta además con amplias vías de
acceso que permiten una rápida y cómoda fluidez vehicular, conforme habían sido
las aspiraciones y especificaciones del proyecto lo que la imagen de una
moderna terminal aérea.
Sin embargo, más allá de haberse mejorado las condiciones de
vialidad y desarrollo de la zona de influencia, el aeropuerto no está
cumpliendo con las justificaciones para las que fue construido: No se cumplen
los vuelos nacionales como tampoco ha habido la apertura para varias líneas
operadoras de la transportación aérea; el anhelo de que se convierta en centro
de operaciones aéreas para el sur del país y norte del Perú ha quedado solo en
eso; es decir, los postulados con los que, de a poco, se fue forjando la idea
de construir ésta nueva y moderna terminal aérea no han podido ser concretados.
Al parecer se han ido diluyendo tal y conforme se diluyó de
la memoria de muchos el génesis mismo de este proyecto, la gestión que naciera
de una entidad tan altruista como la Junta Cívica del cantón Santa Rosa y sobre
todo de su principal mentalizador, Jorge Enrique Chávez Celi; y que tuviera eco
en un coterráneo como el Gral. José Gallardo que cumplió las funciones de
Ministro de Defensa con la misma entereza y responsabilidad como soldado de la
Patria. Él tuvo una participación vital en la decisión que tomara el gobierno
de entonces para construir un aeropuerto regional en el cantón Santa Rosa.
Si bien, tanto la participación de la Junta Cívica del cantón,
a través de sus integrantes, con su titular a la cabeza, cuanto la decidida
actuación del Gral. José Gallardo fue en función de impulsar el desarrollo de
una provincia por igual, al parecer primaron más los intereses políticos y los
cálculos electorales, que el justo reconocimiento para quienes, sin miramiento
alguno y solo con el impulso patriótico, fraguaron con visión y civismo toda
una gestión que, a la postre, permitiría concretar un anhelado sueño, un sueño
esperanzador de que vendrían mejores días para una provincia por décadas
relegadas a su justo derecho de surgir tal y como si lo ha pudieron hacer, en
su momento, otros sectores de la geografía ecuatoriana.
Jorge Enrique recuerda con desazón como en una oportunidad,
en la realización de la sesión solemne de aniversario en la parroquia Jumón, el
alcalde de Santa Rosa señalaba que la construcción del aeropuerto había sido el
resultado de la gestión de la autoridad cantonal y la calificaba como obra
cumplida, aún estando presente quien en su calidad de presidente de la Junta
Cívica de Santa Rosa, impulsara este pedido ante el entonces Ministro de
Defensa, Gral. José Gallardo, en aquella histórica audiencia concedida en la
residencia de los Chávez-Valarezo, allá en la Ciudadela El Paraíso.
Esto, se ha dicho, es una muestra fehaciente de cómo los
intereses personalistas y cálculos políticos pretenden, muchas de las veces,
trastocar el real rumbo histórico de los hechos y se torna oportuno otorgarle
“al César lo que es del César”, reconociendo las patrióticas intervenciones de
estos prestantes ciudadanos santarroseños que, investidos de un profundo
civismo pugnaron por conseguir lo que, por justicia, los catorce cantones
orenses se merecen.
7
Emprendimiento, el
secreto del éxito
Los
emprendedores cambian el mundo de los negocios, de manera paulatina, tal y como
lo conocemos; ellos inciden en el impacto social y económico con su capacidad
de convertir sus sueños en realidad. Job, uno de los principales emprendedores
del mundo contemporáneo asegura que “Las grandes ideas que revolucionan el
mundo son poco frecuentes –y difíciles de lograr-; pero ésa es la diferencia
entre el soñador y el hacedor”. El emprendimiento ya es una cosa cotidiana en
nuestros tiempos, de hecho existen programas gubernamentales que respaldan este
tipo de iniciativas, lo que no sucedía en décadas pasadas donde el
emprendimiento, a veces, quedaba en meras iniciativas.
Sin
embargo, siempre ha habido emprendedores capaces de innovar, de aventurar, de
buscar alternativas veamos algunos tan curiosos que a veces parece imposible
que se hayan concretado. Tal es el caso que en 1975 Gary Dahl se hizo rico
vendiendo piedras, eso sí, las metió en una caja con pajitas y adjuntó un libro
de instrucciones. Escuchando a amigos que se quejaban de sus mascotas, creó el
Pet Rock que duró el tiempo suficiente para convertirlo en un nuevo millonario.
Otro caso de no creer es lo que
aconteció en el 2001 Byron Resse tomó una dirección cualquiera en el Polo Norte
y haciéndose pasar por Papa Noél decidió cobrar 10 dólares por cada carta y con
ésta idea, solo el primer año, tuvo una circulación epistolar que superó las
diez mil cartas.
En 2007 un joven neoyorquino, Craig
Zucker decidió comercializar el agua del grifo de Nueva York porque era buena y
lo hizo embotellándola y poniéndole la etiqueta ‘ Tap’d NY. Purified New York
City tap water’. Como para no creer, claro, en nuestro medio sería casi imposible
embotellar el agua de la tubería. Sin embargo, no en balde se dice que cuando
se sabe vender o emprender, si se decide a vender piedras, lo logrará.
Se conoce también
de un caso muy particular y que lo publica Emprendedores News. Es el de
Samantha Hess, una mujer de Oregón, está pagando sus deudas gracias a los
abrazos que le vende a la gente en su tienda “Abrázate conmigo”. Una campaña
que, hasta el momento, consiguió que 10.000 personas compren su afecto.
Samantha le cobra a sus clientes (que deben ser mayores de 18 años) un dólar
por cada minuto de mimos, realizados en una de las cuatro salas temáticas que
hay en su local. Ella considera a su negocio un método de terapia autodidacta
que ayuda a la gente a sentirse amada y cómoda. Sin embargo, les hace firmar un
acuerdo a sus clientes en el que determinan que sean limpios, educados y que
mantengan su ropa en todo momento.
“No hay servicios
adicionales”, insistió. “No estoy interesada en eso. Se trata de hacer que la
gente se sienta digna con lo que son hoy. Me encanta que los clientes se
sientan aceptados y que sepan que no va a estar solos nunca más”. Una sesión de
caricias regular con Samantha tiene una duración de una hora, pero los clientes
son bienvenidos a reservar citas cortas de 15 minutos, y hasta un máximo de
cinco horas. Hay entre cuatro y seis posiciones diferentes para elegir, ya sea
en una cama o un sillón. Por razones de seguridad, las salas temáticas están
equipadas con cámaras de seguridad. Todas las sesiones se graban en caso de que
alguno de los clientes empiece a tener algún comportamiento incorrecto.
A pesar de que
abrió el local hace poco tiempo, Samantha ha estado trabajado en esto desde
junio del año pasado. “He hecho cientos de sesiones antes de abrir el negocio”
comentó. “Mi clientela siempre fue muy variable. Tengo clientes que son obesos
o sin extremidades. Algunos simplemente están mal porque recién se divorcian o
porque están saliendo de una relación. Mientras que unos me hablan mucho, otros
prefieren no pronunciar ni una palabra”. Para ayudarla con la creciente demanda
de abrazos, ha contratado a otras tres mujeres. Las empleadas realizaron un
programa de entrenamiento de 40 horas que Samantha diseñó. “El programa de
formación demuestra quiénes son las apropiadas para dar este servicio, cómo
guiar las sesiones y cómo debemos comportarnos nosotras con el cliente”,
explicó. A pesar de contar con esa ayuda, ha tenido tantas solicitudes que a
veces trabaja hasta 12 horas por día. De hecho, los clientes
tienen que llamar con semanas de antelación si esperan obtener una cita. “Ha
sido una locura; a la gente le encanta el servicio”, finalizó.
Son tantas y
diversas las formas de emprendimiento pero todas concuerdan en que lo
primordial es tener la fe en uno mismo, saber de la fortaleza y decisión con
que se cuenta para lograrlo y de la entereza para continuar ante cualquier
obstáculo; todo esto va de la mano con la predisposición permanente al trabajo,
al esfuerzo cotidiano, a la tarea diaria y fecunda que ennoblece al hombre. Y
es que el emprendimiento y el trabajo van siempre de la mano, como una
necesidad latente de producir, de aportar, ése ha sido el norte de Jorge
Enrique, un emprendedor de cepa, incansable.
Y para esos emprendedores, en gran
parte del mundo se rinde siempre un justo homenaje a los trabajadores en el mes
de mayo que es un día clásico. –Aunque también es considerada fecha
conmemorativa el 15 de noviembre al recordarse la masacre de los trabajadores guayaquileños
que paralizaron sus actividades para reclamar un pago justo por la fuerza
laboral, y cuya historia la perennizó el insigne escritor ecuatoriano Joaquín
Gallegos Lara en su obra “Las cruces sobre el agua”-, como una muestra de
respeto a los cientos de cadáveres que, se dice, fueron lanzados al río.
En el Ecuador las marchas y proclamas
reivindicativas se escuchan en estas fechas y han supuesto un certero ejemplo
del ejercicio de la libertad de expresión de obreros, campesinos y centrales
sindicales, generalmente identificadas con corrientes políticas progresistas y
de izquierda. Los avances sociales, la protección laboral y las demandas de
mejoras salariales han sido expuestos de manera reiterada en fechas como la
presente y aunque hay quienes que aún piensan lo contrario, la situación
laboral en el país ha cambiado de manera sustancial en los últimos tiempos.
Millones de personas en todo el
planeta, en búsqueda de opciones laborales o en pro de mejorar sus ingresos
económicos, se aventuran a emprender en múltiples actividades, unas más
esperanzadoras que otras, pero todas buscan el mismo objetivo, el de mejorar el
nivel de vida. Son trabajadores individuales o creadores colectivos que lanzan
nuevas ideas, las estudian y las multiplican, con lo cual generan fuentes de
trabajo y riqueza y dinamizan la economía. Solamente con una mente abierta y
con las herramientas adecuadas se puede salir adelante. El emprendimiento es el
eje principal de la fuerza laboral, la iniciativa con esfuerzo personal, el compromiso patriótico y
la necesidad de sacar a la familia adelante y mejorar la calidad de vida
constituyen el motor de estos emprendimientos y de sus efectos benéficos, que
suelen expandirse por toda la sociedad.
El
emprendimiento, sustentado en el trabajo fecundo y cotidiano tiene su soporte
certero en la honradez, que no es otra cosa que la rectitud de ánimo y la
integridad en el obrar. Quien es honrado se muestra como una persona recta y
justa, que se guía por aquello considerado como correcto y adecuado a nivel
social. Aquí afloran las sabias enseñanzas ancestrales. Nuestros abuelos nos
enseñaron que la honradez es lo más importante a la hora de los negocios; o
casos como el del individuo que encontró un maletín con dinero y documentos
importantes en un taxi e hizo todo lo posible por contactar con su dueño: su honradez
no me permitió dudar ni por un segundo.
La
sinceridad (el apego a la verdad y a la expresión sin fingimientos) es uno de
los componentes de la honradez. La persona honrada no miente ni incurre en
falsedades, ya que una actitud semejante iría en contra de sus valores morales.
Si un sujeto es honrado y quiere vender su coche, reconocerá los defectos del
vehículo y no mentirá sobre su kilometraje. En cambio, una persona en la misma
situación que no es honrada intentará distorsionar la realidad para conseguir
más dinero, sin importarle los perjuicios que sus mentiras pudieran causarle al
comprador. O también, la sinceridad juega un papel preponderante a la hora de
los ofrecimientos en las campañas políticas, tal y como lo recordaran los
comuneros de Jumón cuando se les participó de la posibilidad de contar con un
plantel secundario. “Ya muchas veces nos mintieron”, dijeron.
La
tendencia hacia lo recto y lo transparente siempre prevalece en el individuo
con honradez y resulta aún más fuerte que cualquier necesidad. Cuando un hombre
que no tiene trabajo recibe una propuesta ilícita para acceder a dinero fácil
(robando, estafando, etc.), sólo su honradez hace que resista la tentación y se
niegue a aceptar. En cambio, si el sujeto careciera de esta virtud, es probable
que termine eligiendo el camino equivocado y se convierta en delincuente.
Muchos autores y personas célebres de la historia han legado frases
relacionadas con la honradez; veamos algunos ejemplos a continuación: “La
honestidad es incompatible con amasar una fortuna“, Mahatma Gandhi; “Las
valiosas presas convierten en ladrones a los hombres honrados“, William
Shakespeare; “Es más difícil ser un hombre honrado ocho días que un héroe un
cuarto de hora“, Jules Renard; “La honradez se detiene ante la puerta y llama;
el soborno entra“, Burdett A. Rich; “En una palabra: para parecer un hombre
honrado, lo que hace falta es serlo“, Nicolas Boileau.
Pero
no es fácil. En un mundo donde la imagen es tan importante y su precio se paga
en dinero, la honradez no suele hacerse muy presente en el día a día de nuestra
especie. También hay que aclarar que los casos en los cuales el poder y la
ambición seducen al ser humano y lo llevan por el camino de la deshonestidad no
son propios de la actualidad; no importa cuán lejos viajemos en el tiempo,
siempre hallaremos ejemplos de manipulación de la verdad, privación de la
libertad ajena y violencia indiscriminada en pos de un fin que, para quienes lo
perseguían, justificaba los medios. Por ello es importante la educación, así
como las buenas costumbres impartidas desde el seno del hogar que abonarán el
espíritu de las personas desde sus primeros años de vida, fortaleciendo los
valores e impidiendo formar un deshonesto en potencia. He ahí la importancia
del ejemplo de los padres hacia los hijos.
Así como el
emprendimiento va de la mano con el trabajo, éste no puede estar sin la
honradez, y aquello aún en nuestros días es posible apreciarlo, como el
caso que aconteció hace poco tiempo con
un policía en servicio pasivo destinado a uno de los cantones de la parte alta
de la provincia de El Oro y que fuera reconocido por ayudar a los vecinos,
detectar malos elementos dentro del barrio y ofrecer acciones inmediatas para
dar solución a problemas que surgen en esta importante región del país.
Contó alguna vez,
con marcado orgullo, cómo encaminó a un ciudadano que había caído en las garras
del alcohol. “Hoy es un ciudadano que lleva más de dos años sin beber. Es un
ejemplo a seguir y siempre estamos en contacto para que no desmaye”,
afirmó sacando pecho. Este honesto oficial siempre fijó su preocupación por el
alto consumo de drogas y alcohol en jóvenes, lo que le motivó a desplegar
sus esfuerzos y promover conversatorios preventivos en escuelas y
colegios del cantón. Afincó sus expectativas también en los infantes y es
así que planificó charlas a niños desde los 5 años de edad en
normas de seguridad como una forma de garantizar su traslado hacia los
respectivos centros educativos. Así, podríamos enumerar infinidad de casos en
que es posible acoplar emprendimiento con trabajo y honradez, una fórmula que
es posible aplicarla y mejorar ostensiblemente el nivel de vida de las personas.
Eso es lo que hizo exactamente Jorge Enrique durante toda su vida, desde
que quedó huérfano cuando solo tenía nueve años de edad, un niño que apenas sí
entendía el significado de la vida, pero que sin embargo supo sobreponerse,
levantándose con firmeza si caía y mirando siempre adelante soñando en un
futuro esperanzador, fortaleciendo su temple emprendedor al seguir los consejos
que siempre le impartió su madre, Matilde, aquel ser abnegado que lo fue todo
en su vida. También a ella atribuye su acrisolada honradez que le permitió
concretar cada uno de los emprendimientos por los que transitó y que hoy le ha
permitido saborear las mieles del éxito junto a su familia que es, a la postre,
su mayor riqueza.
8
La familia, una
bendición de Dios
Mano a mano, codo con codo jugarán niños con niños, adultos con adultos
con niños para ir superando las pruebas que, con cada fin de año varios
miembros del clan Chávez-Valarezo se reúnen, y que son elaboradas en el marco
de las olimpiadas familiares; es una
actividad que religiosamente se cumple todos los años y que reúne a cada uno de
los miembros de la familia para confraternizar, para unirlos más, compartir
anécdotas y experiencias y así hacer mucho más sólida la unidad que impera en
ésta familia que tiene como pilares a Jorge Enrique y Elvita Valarezo de
Chávez.
Es toda una cita integracional muy divertida y emotiva a la vez que
convoca a madres, padres y abuelos para que pasen momentos de gran
esparcimiento junto a sus hijos. Es la fecha especial y esperada que cada año
la familia Chávez-Valarezo tiene para confraternizar en un reencuentro que se
ha hecho toda una costumbre y que sus iniciadores aspiran continúe por siempre
y para siempre.
Estas olimpiadas nacieron justamente para eso, asegura Jorge Enrique,
para mantener latente el lazo familiar, pues a la par con el crecimiento familiar
va aflorando la necesidad de fortalecer al grupo y qué mejor manera que
convocándolos cada año a disfrutar de momentos inolvidables en el que chicos y
grandes compitan y departan a la vez. Los tradicionales juegos familiares para
los niños, así como las disciplinas deportivas para los adultos van a disputa,
sana y hermanada en un ambiente de marcada calidez familiar.
Y es eso lo que más emociona a Jorge Enrique, el ver congregada a su
prole, por ello se enternece tanto cuando valora la influenza familiar en su
accionar. “Ha sido la más grande bendición que mi Dios me ha dado”, asegura
mientras en sus ojos afloran un brillo propio de la sensibilidad de los hombres
de gran corazón. Y recuerda a sus nueve hijos –uno falleció a los 40 días de
nacido y se llamó Jorge Hernán-, evoca el nacimiento de sus tres primeras hijas
Gladys, Mirian y Mirna y cómo su espíritu varonil aspiraba también a poder
contar con la presencia de un hijo varoncito en la familia su anhelo se
cristalizó y se multiplicó por cinco, porque en enseguidilla llegaron Jorge;
Hernán; David, Fausto y Vinicio, completando el círculo familiar calificado
como de bendición por sus querendones padres.
Como ya se destacó en un capítulo aparte, las tres hijas tuvieron la
oportunidad de educarse y sobresalir en el colegio La Porciúncula, de la ciudad
de Loja, donde Gladys fue investida con los más altos honores que otorga este
plantel a su mejores estudiantes, al haber sido abanderada y desfilar en las
festividades de Loja, algo que lo llena de orgullo y no se cansa de recordarlo,
pues evoca los momentos en que las autoridades del plantel, en el marco de la
sesión solemne, reconocieron en forma pública las virtudes de su hija, por lo
que reitera, “cómo no ser un agradecido de Dios, con la calidad de hijos
recibidos”.
Él asegura estar plenamente satisfecho por los logros conseguidos por
cada uno de sus hijos que, a su manera, han podido destacar en cada una de las
actividades emprendidas, coronando tanto las rutas trazadas por ellos como la
que se propusieron como padres y se esmeraron al máximo porque nada les faltara
capaz de truncar sus sueños, sus esperanzas y yendo mucho más allá,
perfeccionándose en sus profesiones, como es el caso de la propia Gladys que
hizo un masterado en Argentina quien ejerce la medicina, al igual que Mirian;
en tanto que Mirna es abogado en libre ejercicio.
Hernán ejerce la ingeniería civil y ha ocupado cargos importantes en la
función pública como el de director provincial del MTOP; mientras que Fausto,
el arquitecto de la familia, -resalta su trabajo en el diseño y remodelación de
la residencia familiar-, fue en su tiempo director del Miduvi. Jorge, David y
Vinicio optaron por la empresa privada y hoy por hoy, al igual que su padre,
son prósperos empresarios camaroneros, siguiendo, todos ellos el ejemplo y
valores impartidos por sus padres, convirtiéndose en hombres y mujeres de bien,
útiles a la sociedad. De hecho, Jorge, tal y como lo fuera su padre, ha
incursionado en la dirigencia empresarial con gran acierto.
Pero sin duda que ésta familia, a decir de Jorge Enrique, cuenta con un
bastión fundamental y que es la presencia de Elvita, a quien le otorga un
ciento por ciento en su participación e influencia para el gran desarrollo que
ha tenido la familia Chávez-Valarezo, de quien dice muy regocijado es todo para
él, no en balde siempre la consideró como su brazo derecho y valora su
sapiencia y paciencia a la vez al haber sabido prodigar los consejos necesarios
para cada uno de sus hijos. “Ella ha cumplido con un papel muy importante en la
crianza y educación de sus hijos”, sentencia con admiración y respeto, pero con
ese amor supremo compartido por el lapso de más de seis décadas.
Por ello reconoce que todo el esfuerzo conjunto de los padres puesto a
favor de los hijos Chávez-Valarezo ha logrado sus frutos y cada uno de los
consejos impartidos lograron calar en la conciencia generacional y no solo que
se ha quedado en los hijos, los receptores de la tercera generación también han
dado muestras de ser portadores de grandes valores y por ello son también
gratos y reconocen la gran labor gestada por sus abuelitos. Al respecto Jorge
Enrique afirma que todos los seres humanos en el momento que nacen lo hacen sin
nada y conforme va creciendo recibe las enseñanzas y consejos de sus
progenitores en torno a lo bueno y lo malo de la vida, sobre todo inculcando el
apego al estudio.
Es importante, asegura, mantener el nivel de modestia, pues no porque se
logró algo en la vida ya se es diferente de las demás personas, olvidando sus
orígenes. Casos como el de personas que llegan a desconocer a sus viejas
amistades e inclusive a los propios familiares por su condición de humildes,
son muy comunes luego de que tuvieran la fortuna de llegar a coronar con éxito
tal o cual negocio. “En ésa situación jamás estarán los miembros de mi familia,
porque somos gente tan honesta como sencilla que, eso si, nos hacemos respetar
y nos damos el sitial que nos corresponde”, asevera en tono pausado pero con
esa energía que le ha permitido salvar grandes obstáculos en su vida.
En todos los emprendimientos asumidos, asegura, la familia ha sido
fundamental, pues sin ésa armonía que siempre ha existido no hubiese sido
posible coronar con cada uno de los propósitos, con los sinsabores y problemas
como en todo hogar existe, pero con la convicción de que para coronar la cima
hay que estar unidos, permanecer siempre juntos. Evoca sus inicios como
peluquero, su llegada a Santa Rosa, ya en calidad de fotógrafo, el entusiasmo
familiar cuando entró a funcionar el bar “El Polo”, luego su incursión en la
venta de combustibles, la actividad camaronera y hasta la instalación de la
concesionaria de vehículos siempre requirieron de la participación de todas y
de todos los miembros del núcleo familiar.
“Lo que mis hijas y mis hijos son hoy en día es lo que siempre esperé de
ellos, hombres y mujeres respetuosos y honrados porque siempre les inculqué
esos valores. Desde muy pequeñitos se les enseñó a respetar y saludar a todas
las personas adultas, sin distingos de ninguna naturaleza y aquellas enseñanzas
que siempre fueron complementadas por su madre, han dado los frutos que
anhelábamos”, afirma Jorge Enrique seguro de que las enseñanzas impartidas
desde el seno del hogar son indispensables en la formación de los futuros
individuos, corroborando con aquello de que es sustancial que los chicos forjen
su educación, primero en valores y respeto desde la casa y luego los
fortalezcan con estudio desde las aulas de clases.
Todos estos ejemplos impartidos y asumidos como núcleo familiar permitió
a Jorge Enrique forjar un futuro promisorio para los suyos conforme siempre fue
el motivo que lo impulsaba a asumir cada
uno de los emprendimientos en los que incursionó; por ello concuerda con cada
uno de los conceptos y características que en torno a la familia se han
esbozado a lo largo de la historia, porque la familia constituye, siempre será
así, el elemento indispensable para el desarrollo social de los pueblos, su
avance productivo, su crecimiento.
La familia es la primera escuela de virtudes humanas, que todas las sociedades necesitan; por medio de la familia se introduce en la sociedad civil a las
personas. Es por ello necesario que los padres consideren la importancia que
tiene la familia en la formación de futuros ciudadanos, que dirijan el destino
del país, considerando que la educación es
un proceso artesanal, personalizado, en donde se educa uno a uno; no puede
hacerse industrialmente, por lo que solo puede hacerse en el seno de la
familia.
También es necesario desarrollar aspectos importantes relacionados a la
formación de la familia, lo vital de difundir los valores a los hijos, la importancia que tiene una familia para crear
mujeres y hombres de bien, los tipos de familia, entre otros. En este núcleo
familiar se satisfacen las necesidades más elementales de las personas, como:
comer, dormir, alimentarse, etc. Además se prodiga amor, cariño, protección y se prepara a los hijos para la vida adulta,
colaborando con su integración en la sociedad.
La familia, es el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene
derecho a la protección de la sociedad y del estado. Nuestro país, la Constitución Política de la República ampara a la
familia y otorga las herramientas necesarias para su desarrollo como núcleo de
la sociedad. La familia supone una profunda unidad interna de dos grupos humanos: padres e hijos que se constituyen en comunidad a partir de la unidad hombre-mujer.
Toda familia auténtica tiene un "ámbito espiritual" que
condiciona las relaciones familiares: casa común, lazos de sangre, afecto recíproco, vínculos morales que la configuran como una
verdadera unidad de equilibrio que influye en la sociedad. La familia es el
lugar insustituible para formar al hombre-mujer completo, para configurar y
desarrollar la individualidad y originalidad del ser humano. La unión familiar
asegura a sus integrantes estabilidad emocional, social y económica. Es allí
donde se aprende tempranamente a dialogar, a escuchar, a conocer y desarrollar
sus derechos y
deberes como ser humano.
La familia, su unión, su vivencia de afecto, comprensión, ayuda
permanente, motiva a cada uno de sus integrantes a crecer en un ambiente sano y a formarse como persona única e irrepetible. Todas las
personas al sentirse rodeadas de seres queridos que las hagan sentir importantes,
logrará con mayor motivación el alcance de sus metas. Por tanto, si se logra transmitir a cada
persona este sentimiento de "familia", se propagará como el "deber
ser" dentro de nuestra sociedad. Siempre el bien primará sobre el mal y
está bajo nuestra responsabilidad el determinar qué nos ayuda a ser mejores personas para
transmitirlo a nuestros hijos, familiares y amigos.
La familia es una institución que existe por derecho natural, porque es el más natural y espontáneo de los grupos humanos, por lo
tanto, tiene primacía de ser y de derecho frente a cualquier otra institución o
grupo de hombres. La familia es una Comunidad de Personas cimentada en el amor recíproco de sus miembros (padre, madre e hijos), tiene como fin
engendrar seres humanos, satisfacer de manera subsidiaria sus necesidades
físicas y espirituales, educarlos, potenciar su naturaleza humana, incorporar a sus miembros a la sociedad y al trabajo para propiciar el bien común. Es un conjunto de personas que
conviven bajo el mismo techo, organizadas en roles fijos (padre, madre,
hermanos, etc.) con vínculos consanguíneos o no, con un modo de existencia
económico y social comunes, con sentimientos afectivos que los unen y
aglutinan.
Entonces, cómo no estar satisfecho de todo lo logrado, porque no hay
mejor forma de decir las cosas que haciéndolas y porque una acción vale más que
mil palabras y ésa es la resultante de toda una vida consagrada al trabajo y la
familia por quien siempre tuvo como rumbo el trabajo en base a esfuerzo y
dedicación, siendo honesto –primero consigo mismo- y seguro que todo
emprendimiento es posible de lograrlo si existe de por medio la voluntad
suficiente como para seguir adelante sin importar los obstáculos y con la idea
siempre latente de que los límites se los impone uno mismo. Así es como Jorge
Enrique forjó su destino y que hoy le depara enormes satisfacciones.
“Gracias a mi esfuerzo y el de mi familia hoy tengo la posibilidad y
satisfacción de viajar, de conocer otras latitudes de disfrutar de las bonanzas
que Dios me ha permitido tener”, cuenta, tras indicar que su esfuerzo y trabajo
le permiten en los actuales momentos vivir con todas las comodidades que la
modernidad permite y es algo que lo complace sobremanera porque, tras varias
décadas de esfuerzos y sacrificios, puede darse uno que otro gusto, siempre en
compañía de su más valiosa pertenencia, su familia.
“Algún día, no muy lejano –pero tampoco muy cercano- que tenga que
marcharme de este mundo, me voy con la frente en alto y muy satisfecho por todo
lo que he realizado”, recalca con optimismo Jorge Enrique y rescata que ha
valido la pena todo esfuerzo realizado, pero por sobre –algo que no suele
expresarlo- muy orgulloso de haber pasado por este mundo y de haber dejado
buenos frutos, y lo que es relevante, dejando grandes huellas en cuyo camino
aspira sigan transitando las actuales y futuras generaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario